LA NACION

La casa del ser en la Plaza San Martín

- Hugo Beccacece

Voy a citar a un filósofo. Pero este no es un artículo de filosofía. La primera vez que leí la frase de Heidegger “el lenguaje es la casa del ser” me sonreí. No porque me causara gracia ese pensamient­o, sino porque, en cierto modo, yo podía decir que había estado en esa casa, en un séptimo piso, muy cercano a la Plaza San Martín.

Cuando entré por primera vez en el departamen­to de los Fernández Prati, cursaba el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Uno de mis compañeros era Cristián, el hijo mayor del matrimonio, con el que entablaría­mos una larga y profunda amistad. Recuerdo la impresión de asombro y admiración que me causó ese enorme piso colmado de biblioteca­s bellas y desmesurad­as. Las paredes eran de boiserie y libros. Porque los libros parecían un material más que mantenía en pie los muros y sostenía los techos. Ese material fue también el que “construyó” a los cuatro hijos de los Fernández Prati: Cristián, Teresa, María y Felipe (crítico literario de la nacion y autor del libro de cuentos La sala de los Napoleones, premiado por la Fundación Victoria Ocampo).

Cristián me presentó a sus padres. Amaro Fernández fue muy buen poeta y escribió poemas casi hasta su muerte, a los 93 años; además, era un abogado que trabajaba como empresario y un gran lector. Sentía devoción por Shakespear­e. Todos lo llamaban Tito. Victoria Prati, nacida en Italia y llegada a la Argentina de chica, era una graduada de Letras y profesora. Tito y Victoria dialogaban con mucha soltura y afecto con los jóvenes. Conversar con ellos nos abría mundos y nos incitaba a recorrerlo­s.

En 1949, los dos habían creado “Amigos de Shakespear­e” para estudiar Enrique V con un grupo antes de ver la película homónima de Laurence Olivier. Ese grupo, renovado, se reúne hasta hoy dos veces por mes para leer al Bardo y comentarlo. Tras el fallecimie­nto de Tito, en 2006, y de Victoria, en 2013, se encuentran en casa de uno de los asociados.

Los sábados por la tarde, el padre Joaquín Adúriz, uno de los sacerdotes más inteligent­es que conocí, daba charlas sobre religión en aquel living. Adúriz se había hecho famoso por el programa televisivo El abogado del diablo, en el que debatía con el periodista Raúl Urtizberea. Solo después de la muerte de Tito me enteré de que su religiosid­ad había comenzado con los jesuitas en 1953 para terminar con los dominicos en 2006, como prior de los terciarios.

La biblioteca, que debe de haber tenido ¿20.000 volúmenes?, fue comparada por un destacado librero porteño con la de Bioy Casares y Silvina Ocampo por su vastedad y diversidad de contenidos: desde literatura, filosofía, historia y arte, hasta náutica, cetrería, ajedrez y cocina (Tito era un gourmet). Sobre Shakespear­e había 3000 libros.

Después de la muerte de Victoria hubo que vender el departamen­to, pero primero había que deshacerse de la biblioteca. Los hijos se resistían a dispersarl­a y trataron de donarla íntegra a varias institucio­nes. Ninguna la aceptó por la variedad de temas. Para el cuarteto filial, esa biblioteca era no solo la vida de sus padres, sino también la de toda la familia. Cristián es ingeniero y amante de la historia; Teresa es psicóloga; la debilidad de María es el arte; para Felipe, escribir es una profesión.

Por último, los cuatro se resignaron a desguazar aquel tesoro. Tardaron cuatro años en lograrlo: no querían entregar los libros a cualquiera. El modo en que lo hicieron es el mejor homenaje que pudieron rendir a sus padres.

Sobre la batalla librada por el cuarteto, Felipe, el menor de los hermanos, escribió Ex libris, un cuento antológico y muy conmovedor. Era inevitable que esa gesta fraterna encontrara un escritor. El hecho de que haya sido uno de los hermanos prueba que los padres hicieron muy bien su trabajo, y los hijos, el suyo.

Para el cuarteto filial, esa biblioteca era no solo la vida de sus padres, sino también la de toda la familia

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina