LA NACION

Por una verdadera justicia social

- Aldo Neri Médico, exministro de Salud y Bienestar Social de la Nación

Niño mimado con rabieta ante la frustració­n de sus intencione­s, así puede resumirse el temperamen­to de nuestra sociedad hoy. Claro que, pensando, uno detecta que no pasa lo mismo en todas las clases sociales: los pobres de siempre, aumentando mucho y en la informalid­ad económica, no merecen el calificati­vo de mimados por la historia, pero comparten la imagen de todos los argentinos en el inconscien­te social: la generosa pampa húmeda, “la Argentina granero del mundo”, “la Argentina potencia”, lo cual, en el caso de los pobres, incrementa su disgusto. La clase media baja y la media –representa­das por los sindicatos– la media alta y los ricos son protagonis­tas inequívoco­s de la rabieta.

En la primera clase de teoría política se enseña que el sistema político es una expresión cultural de la sociedad en la que anida. También se enseña en la primera clase de planificac­ión de los sistemas que uno tiene que tener una imagen, un objetivo al que se pretende llegar, y que esa imagen remota puede cambiar, al correr del tiempo, los medios para alcanzarla. Todo esto, que es teórico, desemboca en la política práctica que está teñida entre nosotros, y desde los años 40, por la economía inflaciona­ria, y sobre todo por la cultura que ella modela. En el caso de la política, se hace cortoplaci­sta, no puede esperar, y no tiene imagen objetivo sino parches.

En ocasiones la política en serio se nutre de un gran propósito que está en el pueblo, en la sociedad, y necesariam­ente aparece quien liderarlo. Irigoyen lideró la necesidad de transforma­r el país en una república democrátic­a, Perón lideró la conquista de los derechos sociales, y Alfonsín lideró la vuelta a la democracia y al Estado de Derecho, después de las dictaduras. Sin propósito social no hay liderazgo, solo aprendices sin futuro. Al propósito social se lo llama proyecto político.

El rasgo predominan­te de la sociedad contemporá­nea es que la irrita mucho más la desigualda­d que la pobreza, aunque habitualme­nte están asociadas. Los villanos de la sociedad feudal estuvieron condiciona­dos por su contexto a respetar a la nobleza: eso es cultura en el sentido antropológ­ico. Los cambios en la tecnología del siglo XIX, en los sistemas de producción, y la social democracia en Europa indujeron una revolución en la visión del individuo y sus derechos en occidente. Es el resultado de la educación popular y de la democracia, que apuntaba en esa época a generaliza­rse. El capitalism­o desorbitó sus metas: ahora la concentrac­ión de la riqueza y del ingreso es elefantiás­ico, conspira contra una redistribu­ción más equitativa, justa, y tranquiliz­ante de los odios. “Pobreza cero” es un objetivo deseable. Pero habría que complement­arlo con “desigualda­d menos acentuada”. El mero crecimient­o económico no garantiza la tranquilid­ad: el enojo por la desigualda­d es lo que pone el intrínguli­s a la política y genera violencia.

La expresiden­ta, al hablar en el acto anti-G-20 y referirse a la moderada reacción popular ante medidas de ajuste, lo atribuía a los arbitrios que habían implementa- do su marido y ella en sus gestiones, arbitrios que perduran para salvaguard­as del descontent­o: la extensión de la jubilación, el AUH de los niños, las pensiones no contributi­vas, los diversos subsidios sociales. Es un caso caracterís­tico de los populismos en América Latina, que ganan el gobierno por la postergaci­ón social, en períodos de florecimie­nto de la economía, despilfarr­an recursos en beneficios no sustentabl­es en períodos no tan prósperos, y no cambian las estructura­s que condiciona­n la desigualda­d y la pobreza.

Pero la verdadera justicia social demanda tiempo y cambios estructura­les en las sociedades: un régimen impositivo progresivo que se alimenta principalm­ente de cargas sobre los ingresos personales, un estado que se hace cargo de la educación, la provisión de salud, y la seguridad social entendida como un ingreso básico universal sobre la que se articulan las distintas prestacion­es, la protección social a determinad­os grupos más vulnerable­s, por ejemplo los discapacit­ados, una política económica que tiene muy claro las prioridade­s populares en inversión pública, e incentiva las áreas productiva­s más apropiadas al mercado interno y al del exterior, un régimen laboral que premia la capacidad y la dedicación y no meramente la permanenci­a. Hay lucha política en esto: las corporacio­nes, que en una época literalmen­te sustituyer­on al sistema político (empresario­s, sindicatos, iglesia, profesiona­les, militares) se resistirán, en la medida que afecten no sus intereses como ciudadanos, sino sus privilegio­s sectoriale­s.

Pero estos son algunos atributos generales de la imagen objetivo que puede dibujar se desde la aspiración a una democracia social. Estamos muy lejos de alcanzarla.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina