El dinero también es cosa de mujeres
Según información dada a conocer por la AFIP, del total de personas que se presentaron a exteriorizar sus activos sin declarar en el último régimen de blanqueo, 143.208 fueron hombres y 84.092 mujeres, lo que indica que ellos acumularon bastante más dinero que ellas, sea porque son los que mayor participación tienen en el mercado de trabajo o porque trabajaron lo mismo pero ganaron más.
Son estas las dos principales brechas que históricamente impidieron y aún hoy obstaculizan la paridad de género, en la Argentina y en el mundo, tan graves y obvias que hoy son reconocidas –y medidas– por los gobiernos, y comienzan a ocupar los primeros lugares en las agendas de las organizaciones no gubernamentales internacionales como la ONU y la Unesco, entre otras.
El 3 de enero, el Instituto Nacional de las Mujeres que depende del Ministerio de Salud y Desarrollo Social dio a conocer por primera vez lo que llama los indicadores de género nacionales, que extrajo de los resultados que arrojó la última Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec; y son los indicadores referidos a la Autonomía Económica de las Mujeres los que explican científicamente ambas brechas: el 16,5% de las mujeres que trabajan están subocupadas por insuficiencia de horarios (vs. 9,5% en el caso de los hombres), porque dedican más de 6 horas por día a las tareas domésticas y de cuidado del grupo familiar no remuneradas (vs. 3 hs.). Así, solo el 1,2% accede a cargos de jefaturas (vs. el 2,5% de los hombres). La falta de autonomía económica se agrava aún más si se tiene en cuenta que el 41,6% son jefas de hogar y, además, el 26,7% lo es en hogares monoparentales –o monomarentales, como con acierto los llama la economista Mercedes D’Alessandro–.
Pero la diferencia en la cantidad de blanqueos de hombres y de mujeres puede explicarse también porque los patrimonios familiares que se exteriorizaron no siempre incluyeron a las mujeres de la familia: hijas, esposas y hermanas –“ella no necesita, me pide y yo le doy, es la princesa de la casa”–. o porque, invocando aliviarla de mayores obligaciones a las domésticas que ya tiene, los activos sin declarar de propiedad de la esposa, que eran de ella por herencia o fruto de su propio trabajo, los declaró el marido junto con sus propios activos –“es que ella no sabe ni donde queda la AFIP”–.
Por muchas razones, las mujeres tienen menos dinero en sus manos y por ende menos activos para afrontar solas su presente y también su futuro. Es por eso que uno de los puntos del Comunicado del G-20 fue –una vez más– el empoderamiento económico de las mujeres, lo que implica el compromiso de los gobiernos de los países en generar, de una vez por todas, las condiciones y las regulaciones necesarias –tributarias y laborales–, para que estas tengan sus propios ingresos, sea como empleadas, como emprendedoras o funcionarias –iguales a los de los hombres, obvio– y para que sean dueñas de sus bienes, y así lograr su independencia económica, pilar de la igualdad de género y del crecimiento inclusivo que esta trae, así como también de la erradicación de los diferentes tipos de violencia que describe la ley 26.485, entre ellas la violencia económica y patrimonial, de la que se habla poco, pero duele igual que las otras.
Y ahora que hay indicadores oficiales de género, sobre ellos debe trabajar el Gobierno, jueces y juezas de la Nación incluidos.