Trungelliti, el jugador que acusó a la mafia del tenis
Le ofrecieron perder partidos a cambio de US$100.000; se negó y colaboró con la investigación
Trotamundos del circuito de tenis, Marco Trungelliti protagonizó una historia de esas que marcan para siempre. Hace casi cuatro años lo contactaron para ofrecerle sponsorización, pero en realidad la intención era otra: tentarlo para entrar en la mafia de las apuestas. Es decir, perder partidos a cambio de dinero, sumas que podían llegar a los 100.000 dólares. Siendo el 117º del ranking, necesitaría ganar un torneo importante para equiparar esa cifra. “Ya trabajamos con argentinos”, le manifestaron.
Trungelliti recurrió a la Unidad de Integridad del Tenis (TIU), que investiga los arreglos de partidos, colaboró con la entidad internacional y su vida pasó a ser un calvario. Varios compatriotas, algunos de ellos sancionados, lo consideran “el soplón”. Él le dijo a la nacion: “Nunca arreglé un partido. La TIU tiene toda la información. Es el Wikileaks del tenis. Saben absolutamente todo. No miento”.
Seis casos de doping –entre 2001 y
2005– fueron, sin dudas, la mancha que tuvo la talentosa Legión de tenistas argentinos. Aquello fue un cimbronazo en el circuito mundial; la desconfianza y la lupa se dirigieron directamente al tenis nacional. Catorce años más tarde, el mismo tenis argentino, el de los 7 títulos individuales de Grand Slam, 220 trofeos ATP y una Copa Davis, se ve salpicado por una infección difícil de erradicar, que no es nueva pero sostiene su bacteria: el negocio de los arreglos de partidos y las apuestas, con la complicidad de mafias y protagonistas del court (algunos jugadores, entrenadores, dirigentes).
A fines de junio de 2015, el actual
117°, Marco Trungelliti (Santiago del Estero; 1990), se entrenaba en el club Deportes Racionales, en Olleros 1515 (Palermo), y semanas más, semanas menos, se situaba entre el puesto 262° y 278°. A los 25 años, solo sumaba un puñado de partidos ATP y competía en Challengers y Futures. Desarrollaba su deseo de lograr un salto de calidad, pero sufría altibajos –como muchos sudamericanos de su nivel– por las limitaciones económicas. Un día, a través de una persona de su confianza, un hombre lo contactó, vía mensaje directo de Facebook, y lo convocó a una reunión con la promesa de conseguirle un patrocinador que solventara su carrera.
“Master, avisame cuando estés por Buenos Aires, me gustaría tener una reunión con mi socio y vos por un tema de sponsoreo que seguro te va a andar. Espero tu respuesta. Abrazo”, fue el mensaje que recibió Trungelliti, el 1° de julio de 2015, según los registros oficiales de la Unidad de Integridad del Tenis (TIU, su sigla en inglés; un organismo creado en 2008 y con sede en Londres para tratar de combatir la corrupción en ese deporte), a los que tuvo acceso la nacion.
“Ok, tenemos que hacerlo ahora porque me estoy yendo a Europa”, respondió el santiagueño que, efectivamente, en unos días tenía programado viajar a Suiza para entrenarse junto con Joss Espasandin (un tenista suizo que había vivido en Buenos Aires) y jugar Interclubes para el club Nyon.
El encuentro se produjo el 2 de julio a las 19.30, en un bar ubicado en Manuel Ugarte y Cabildo, Belgrano, a metros de la estación de subte Congreso de Tucumán. Trungelliti llegó solo y se sentó en una mesa en la que había dos hombres. Tras los saludos y algunas preguntas triviales, el hombre que había contactado al tenista ensayó, prácticamente, un monólogo. El mensaje fue claro: que lo importante era la confianza y que lo que hablaran debía “quedar allí”. La otra persona, su “socio”, fue contundente. “Nosotros tenemos un sistema de apuestas y hablamos con los jugadores para arreglar partidos”, entró por los oídos de Trungelliti, como un golpe de Tyson. “Ok, ok…”, alcanzó a balbucear el tenista. Su asombro creció aún más cuando oyó las cifras que podría ganar por dejarse perder: entre 2000 y 3000 dólares por partido de Future, entre
5000 y 10.000 en Challengers, y entre 50.000 y 100.000 por encuentros de ATP.
Al santiagueño le explicaron en detalle cómo era el modus operandi y cómo se efectuaban los pagos. Antes del partido que debía “tirar”, lo llamarían a su teléfono celular desde un número oculto. No debían tener contacto por Whatsapp ni Facebook. El jugador involucrado debía entregar el contacto de una persona de suma confianza, a la que le llevarían –consumado el hecho– el maletín o el sobre con el dinero en efectivo (no se manejan con transferencias bancarias ni con envíos por Western Union). Además, como para que se quedara “tranquilo” de que eran efectivos, a Trungelliti le dijeron que ya “trabajaban” con tenistas argentinos y extranjeros. Y le dieron ocho nombres.
El tenista se despidió de sus interlocutores. El corazón le explotaba. A los pocos días viajó a Suiza y le contó a Espasandin, su amigo, lo sucedido. La TIU opera como ente independiente y es financiada por los poderes principales del tenis: la Federación Internacional de Tenis, la ATP, la WTA, el Australian Open, el Abierto de Francia, Wimbledon y el US Open. Los tenistas saben que existe un protocolo para actuar en caso de recibir propuestas oscuras. Y eso hizo Trungelliti: con la ayuda de Espasandin, que tenía mayor dominio del inglés, el 14 de agosto, a las
15.08, le envió un e-mail a la casilla confidencial de la TIU.
“Les escribo porque un tipo me contactó por ‘algún tipo de patrocinio’. Después de hablar con este tipo, lo entendí y me lo dijo claramente que está en una especie de negocio de apuestas. Él me pidió que me callara, pero no puedo porque odio esto (...) ¿Me pueden decir por favor qué puedo hacer? Tengo su nombre, su número de teléfono y algunas cosas que me dijo”, fueron las líneas que utilizó en el e-mail. La TIU reaccionó de inmediato; Trungelliti empezó a recibir preguntas y pedidos de distintos elementos (capturas de pantalla de las conversaciones, por ejemplo). Los dos hombres que le habían hecho la propuesta de “amaño” no volvieron a contactarlo hasta el 25 de agosto.