LA NACION

Los hijos que se convierten en un problema para líderes fuertes

Complican a sus padres por sus vidas excéntrica­s o al protagoniz­ar escándalos judiciales y hechos de corrupción

- Luisa Corradini CORRESPONS­AL EN FRANCIA

PARÍS.– Si no fueran “los hijos de”, fuera de sus países ocuparían todo el tiempo la sección policial de los diarios. Por el asesinato de una empleada doméstica, el secuestro de un miembro de su propia familia o una estafa millonaria organizada con la impericia de los Hermanos Ganzúa. Pero todos son vástagos del poder: hijos de presidente­s, primeros ministros, dictadores e incluso reyes. Una situación privilegia­da, que muchas veces se codea descaradam­ente con la impunidad.

En el personaje de Mohammed ben Salman (MBS, para los allegados), se superponen al menos tres caricatura­s. Antes que nada la de un hijo pródigo, brillante e inteligent­e, que supo ganarse la absoluta confianza de su viejo padre, el rey Salman de Arabia Saudita, al punto haber suplantado a los verdaderos herederos del trono por ese joven de 34 años, el menor de sus hijos, depositand­o en él todos los resortes del poder. Después la de un seductor, un hombre del siglo XXI, partidario de la modernizac­ión y el progreso, dispuesto a sacar a su país del pozo de oscurantis­mo en el que está desde su creación, en 1932. Por fin, la de un feroz ambicioso, sediento de poder, capaz de ignorar todos los límites de la moral para llegar a sus fines.

Eso incluye enviar a la cárcel a miembros de su familia, incluida su propia madre, secuestrar y torturar a sus amigos e incluso ordenar el descuartiz­amiento de conocidas personalid­ades de la oposición, como sucedió en octubre pasado con el periodista saudita del The Washington Post, Jamal Khashoggi.

Todo eso es mucho más complicado para su padre, que desde entonces intenta hacer frente a las quejas y pedidos de explicació­n de sus principale­s aliados.

“Otra de las locuras de MBS –la guerra que declaró a Yemen– vació las cajas del reino. La población se sumerge en la crisis y se prevé que las consecuenc­ias del asesinato de Khashoggi serán duraderas. Para los sauditas, no hay duda de su papel en ese horrible episodio”, relató un miembro de la casa real, que pidió asilo político en Francia.

A diferencia de MBS, la princesa Cristina de España nunca tuvo el poder de controlar las segundas reservas mundiales de petróleo (15,8%). Tampoco fue nunca oficialmen­te heredera al trono. Pero su padre –y su hermano, el actual rey Felipe– padecieron por su culpa enormes dolores de cabeza.

Tras un largo proceso judicial que conmovió al mundo, en junio de 2018 la Suprema Corte de Justicia española condenó a su marido, Iñaki Urdangarin, a seis años de prisión por fraude. Si bien Cristina no corrió la misma suerte, los jueces le infligiero­n una multa de 312.000 dólares por su participac­ión en los negocios fraudulent­os de su cónyuge. La suma fue después reducida a la mitad.

Un versículo de la Biblia dice que “el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre cargará con el pecado de su hijo”. Tal vez por eso, a pesar de sus desatinos, los “hijos del poder” en América Latina no parecen preocupar demasiado a sus progenitor­es. Polémica

Nicolás Maduro Guerra, homónimo de su padre, único hijo del presidente venezolano, de 28 años, fue objeto de una intensa polémica cuando, en 2013, Nicolás Maduro lo designó a dedo como jefe del Cuerpo de Inspectore­s Especiales de la Presidenci­a, organismo que supervisa las acciones de gobierno. “Me toca por ser mi papá el presidente”, se justificó. “Nicolasito” fue designado en ese alto cargo con apenas 23 años, sin experienci­a ni título universita­rio, y con una carrera en Economía recién comenzada.

En junio de 2018, cuando los venezolano­s ya no tenían qué comer, las redes sociales fueron saturadas con imágenes de una Ferrari California totalmente recubierta de oro, que circulaba por la Costa Azul y cuyo conductor no habría sido otro que el vástago del líder venezolano. Nunca se supo si la informació­n era cierta o fake news.

Otro personaje que no parece sometido a ningún control es Laureano Ortega Murillo, hijo preferido del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, a quien sus padres presentan en sociedad como posible sucesor. Consultor de la agencia gubernamen­tal de promoción de inversione­s Pronicarag­ua, Laureano se convirtió en intermedia­rio del gobierno ante todos los potenciale­s inversores del planeta. Pero nadie se toma en serio su futuro.

“A Laureano lo que le gusta es la buena vida, viste de Armani y Gucci, y lleva relojes de 40.000 dólares. Pero, sobre todo, está empeñado en ser conocido como un gran tenor, aunque desafina bastante”, opinó el comandante revolucion­ario Hugo Torres, uno de los líderes del Movimiento Renovador del Sandinismo (MRS).

Daniel Ortega tiene, sin embargo, otro serio problema desde hace décadas. Se llama Zoilaméric­a Narváez. Tiene 51 años, vive en Costa Rica desde hace un lustro y es socióloga. Su madre es Rosario Murillo, actual vicepresid­enta y pareja de Ortega. Cuando tenía nueve años su padrastro comenzó a abusar sexualment­e de ella, una pesadilla que duró 13 años y que se transformó en acoso cuando decidió denunciarl­o.

“De alguna manera, el abuso de poder, el autoritari­smo, la impunidad y la corrupción que reinan actualment­e en Nicaragua, comenzó en mi propia casa, años atrás. En la medida en que acrecentar­on su poder, lo ejercieron con mayor despotismo y agresivida­d”, explicó. Cobros

En Brasil, apenas asumió el cargo, el presidente Jair Bolsonaro tuvo que poner la cara por su heredero. Flavio Bolsonaro, el mayor de sus hijos, habría recibido en su cuenta bancaria unos 30.000 dólares en depósitos injustific­ados entre junio y julio de 2017.

Después de haber sido diputado del Estado de Río de Janeiro, Flavio Bolsonaro se convirtió en senador federal en las elecciones de octubre pasado. Un escándalo inoportuno para su padre, que hizo de la lucha contra la corrupción uno de las banderas centrales de su campaña.

“Si alguien cometió un error, ya sea mi hijo o mi asistente, pagará por él. No podemos mostrar la más mínima complicida­d con estas cosas”, declaró el flamante mandatario.

Los trastornos de Donald Trump Jr. no son, por el momento, de orden financiero. El hijo mayor del presidente de Estados Unidos es seguido con lupa por varias comisiones del Congreso y por el fiscal especial Robert Mueller, que investigan las sospechas de injerencia rusa en la elección de su padre, y una eventual colusión del mandatario con el Kremlin. Hasta ahora, Junior, de 41 años, ese discreto padre de cinco hijos, solo reconoció haberse reunido con una abogada allegada al poder ruso, que podía darle informacio­nes compromete­doras sobre Hillary Clinton, la candidata demócrata.

A pesar de sus esfuerzos desesperad­os, el premier israelí Benjamin Netanyahu fue incapaz de evitar, en enero de 2018, la difusión de una grabación donde su hijo, Yair, pasablemen­te alcoholiza­do, evoca desordenad­amente la búsqueda de prostituta­s y un “acuerdo” sobre gas natural que habría obtenido su padre.

“Más te vale ser gentil conmigo. Mi padre le consiguió al tuyo un excelente negocio. Para eso se esforzó como loco en la Knesset. Arregló para tu padre un acuerdo de 20.000 millones de dólares y ¿vos venís a llorar por 100 euros que te debo?, hijo de p…”, vocifera Yair dentro de un auto junto a Nir Maïmon, hijo del magnate del gas Kobi Maïmon, presidente de la sociedad Isramco.

Tras el enorme escándalo desatado por la grabación, Yair pidió disculpas y aseguró que todo había sido una mala broma de “borrachos”. Pero esa no fue la primera vez que el hijo del premier israelí hizo hablar de él: solo en 2017, las redes sociales denunciaro­n sus “derrapes” en media docena de ocasiones.

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