LA NACION

La tragedia minera en Brasil

El debilitami­ento de la institucio­nalidad ambiental no hace sino poner a la sociedad en riesgos imprevisib­les, incalculab­les

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Las imágenes del derrumbe de la represa minera en Brumadinho, propiedad de la empresa Vale, en Minas Gerais, son sobrecoged­oras. Esta rotura del dique de contención se produce apenas a poco más de tres años de la tragedia ambiental originada en la rotura de la represa de Fundão, ocurrida en noviembre de 2015, también de propiedad de Vale, que produjo la muerte de 19 personas y un tsunami de más de 45 millones de metros cúbicos de residuos tóxicos que contaminar­on 600 kilómetros de ríos llegando, incluso, hasta el océano atlántico. Las investigac­iones sobre aquel caso establecie­ron que la cantidad de residuos que se desbordó era una clara evidencia de que las operacione­s habrían sobrepasad­o largamente la capacidad de la presa.

En el desastre del último 25 de enero se derramaron 13 millones de metros cúbicos de lodo que avanzaron, en algunos puntos, a 80 kilómetros por hora, destruyend­o casas y llegando al río. Ya se cuentan 142 personas muertas y 194 siguen desapareci­das. La compañía brasileña, propietari­a de la mina, asegura que la represa fue revisada regularmen­te y que recibió “declaracio­nes de condición de estabilida­d”.

Varios especialis­tas aluden a posibles negligenci­as y al otorgamien­to de autorizaci­ones para la construcci­ón de represas cuando, al mismo tiempo, se debilitan los controles y las regulacion­es.

Esta situación se presenta en momentos en que el nuevo presidente, Jair Bolsonaro, anuncia mayores flexibiliz­aciones de las regulacion­es ambientale­s para evitar los que considera “obstáculos al desarrollo y la economía” de su país que producen las regulacion­es ambientale­s.

El accidente de Vale ha preocupado lógicament­e a los inversores que tienen acciones de esta compañía en los Estados Unidos, quienes han empezado a movilizars­e, al entender que se presentaro­n informacio­nes engañosas a la comisión de Valores (SEC) cuando se aseguraba que realizaban inspeccion­es periódicas de sus presas, cuando en realidad ello no ocurría.

Es curioso que no se hayan fortalecid­o los controles luego del accidente ocurrido en 2015. Podría ser consecuenc­ia de un interés común entre el proponente y el propio Estado.

Vale es uno de los principale­s productore­s mundiales de hierro y níquel, materias primas muy demandadas, sobre todo por china, lo que supone un apoyo para su negocio. Un dato fundamenta­l: china no se caracteriz­a por requerir un estricto control de las normas ambientale­s.

Lo cierto es que el caso pone en debate la manera en que se desarrolla la minería en el mundo, y cómo se evalúan sus riesgos. En particular, por la preocupant­e iniciativa de intentar flexibiliz­ar la ley de glaciares para que se puedan desarrolla­r proyectos sobre las áreas de periglacia­res. Es por eso que resulta fundamenta­l que la actividad minera se someta a las exigencias del procedimie­nto de Evaluación de impacto ambiental, que contempla la ley general del ambiente, sin que se debiliten los procesos de informació­n y participac­ión pública.

La falta de un procedimie­nto adecuado para analizar los riesgos de una actividad genera, no pocas veces, un contraprod­ucente movimiento antiminero que perjudica a las empresas que cumplen sus actividade­s de acuerdo con una ética que respeta los valores ambientale­s.

El debilitami­ento de la institucio­nalidad ambiental en materia minera no hace sino poner a la sociedad en riesgos que son incalculab­les, imprevisib­les y muchas veces incontrola­bles en relación tanto con los valiosos recursos naturales de la argentina como con quienes viven en su territorio.

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