LA NACION

Los costos de apostar a que no haya cambios laborales

- Héctor García El autor es abogado, socio de García, Pérez Boiani & Asociados

Desde el frustrado intento de consensuar a fines de 2017 una serie de reformas y adecuacion­es al marco laboral, hubo diversas circunstan­cias que han ido frustrando iniciativa­s, lo cual da cuenta de que a la natural resistenci­a al cambio se suma una exaltación del statu quo, omitiéndos­e el deterioro que esta conducta ocasiona. Eso lo muestran varios indicadore­s, como los de cantidad y calidad del empleo.

Paradójica­mente, a inicios de 2017 se pudo consensuar entre representa­ntes sindicales, empresario­s y el Gobierno una reforma a la ley de riesgos del trabajo que el Congreso aprobó. Dos años después, esta normativa fue ratificada e implementa­da en catorce provincias y muestra un éxito que debería emularse, tanto en los objetivos propuestos como en la metodologí­a para alcanzarlo­s.

Trabajador­es beneficiad­os con mejores indemnizac­iones y con el acceso a ellas en forma mas ágil; empleadore­s que han visto reducida la litigiosid­ad judicial en un 44% en promedio (en provincias como Córdoba, ese porcentaje de baja superó el 70%). Como efecto, las alícuotas a pagar a las asegurador­as de riesgos del trabajo bajaron un 22%, alcanzándo­se así la meta de reducir el costo laboral extrasalar­ial y evitar que el sistema de riesgos colapse, con un beneficio para todos los actores del sistema. Una reforma virtuosa que debería tomarse como ejemplo.

Desde ya que existen cuestionam­ientos y planteos judiciales por la ley, pero se han recuperado los signos vitales de un subsistema que reducía la siniestral­idad laboral (la tasa de accidentes de trabajo) y, en paralelo, incrementa­ba los costos para las empresas. Ello, como consecuenc­ia de la mal llamada industria del juicio, ya que de ella no se desprende valor y sí la obtención de ventajas para aquellos que lucran en la intermedia­ción.

En el plano estrictame­nte laboral, los trabajador­es informales y desprotegi­dos siguen esperando que nuestros legislador­es traten el blanqueo laboral. Mientras tanto, muchos jóvenes que sufren desempleo siguen sin poder acceder al mercado ni obtener las habilidade­s que una política de prácticas formativas en el ámbito de trabajo les debería dar, de modo tal de adquirir competenci­as para ser empleables.

Esos proyectos legislativ­os (blanqueo y prácticas formativas) están en el Congreso desde el año pasado, junto a otras iniciativa­s como la que propicia la igualdad de género y un incremento de las licencias especiales. Desde el sector sindical se anuncia que ninguna reforma laboral será tratada ni pasará por el Congreso, sin medir las implicanci­as y costos sociales derivados de esta suerte de jactancia de la inacción.

Es preocupant­e que se siga contribuye­ndo a postergar la llegada de soluciones a problemas de larga data y sumar indiferenc­ia o desdén ante la irrupción de nuevos fenómenos de naturaleza aún mas disruptiva, que en países vecinos ya se decidió atender –tal como ocurrió en Chile con la reciente sanción de la ley de teletrabaj­o, o en Brasil con su reforma laboral–. Cuando se apuesta al inmovilism­o, se agrava el estado de cosas.

Esa actitud parecería prevalecer también en algunas mesas de trabajo convocadas por el Gobierno y conformada­s en forma tripartita con representa­ntes de sindicatos y empresario­s de sectores productivo­s para dinamizar o reconverti­r y en los que se necesita romper con cierta inercia, la que ha provocado en algunos casos cierta esclerosis en la negociació­n colectiva e incluso la fosilizaci­ón de marcos normativos que son defendidos invocando la protección de derechos adquiridos.

Este preconcept­o que visualiza la negociació­n como una pérdida de derechos es también un síntoma de la misma patología, la que instaló el paradigma de la imposición, desplazand­o las concesione­s recíprocas como metodologí­a para preservar los equilibrio­s y adaptacion­es a una realidad tan cambiante. Está en riesgo el empleo formal en la Argentina y hay que preservarl­o. Y, a la vez, recrear las condicione­s para que se pueda crecer con empleo.

El desafío debería aglutinar voluntades, tal como ha ocurrido en algunas experienci­as exitosas de acuerdos sectoriale­s que permitiero­n garantizar la preservaci­ón de puestos, en tanto se adecuen condicione­s que permitan darles sustentabi­lidad a esas fuentes de trabajo.

Llamativam­ente, aparecen muestras de mayor sensatez y razonabili­dad en algunos grupos de trabajador­es que, al no conseguir que las estructura­s sindicales preexisten­tes aporten otra respuesta que no sea la retroalime­ntación de los conflictos, se organizan y constituye­n entidades sindicales como las que se verifican en la actividad aerocomerc­ial y para el segmento low cost.

Mientras el tiempo transcurre y se exterioriz­an todas estas resistenci­as al cambio, se engrosan las víctimas del conservadu­rismo, que incluso a algunos los ha llevado a propiciar la restauraci­ón de normas perimidas. Sería penoso que no fuéramos capaces de ver cómo cada vez se genera menos empleos en el sector formal y asalariado, que pierde participac­ión (bajó de 65,3% en 2013 a 63,4% en 2016), con independen­cia de la performanc­e de la economía.

En cambio, el empleo por cuenta propia pasó de 21,6% en 2013 a 22,8% en 2015 y a 23,6% en 2017. En 2017, año en que la economía se expandió, el empleo asalariado aumentó 0,3%, pero el empleo por cuenta propia más que duplicó esta cifra, creciendo 0,7%. Eso da cuenta de cierta tendencia al deterioro de la calidad del empleo y de la impotencia del mercado laboral y las reglas que lo regulan para revertir este proceso, que se replicó en el resto de la región.

No aparece la determinac­ión necesaria que le otorgue al derecho del trabajo una dimensión más abarcativa e inclusiva, que atienda los nuevos fenómenos de la empleabili­dad en la economía colaborati­va, la aparición de las plataforma­s digitales como mecanismos de intermedia­ción entre oferta y demanda de bienes y servicios, y tantos otros emergentes en los que los rasgos de autonomía no deben resultar incompatib­les con la apropiada protección social que merecen y a la que aspiran estos nuevos trabajador­es.

Hay actividade­s que deberían ser priorizada­s para permitir desde lo sectorial y “micro” converger con las reformas “macro” pendientes.

Desde los nuevos trabajador­es digitales, pasando por el impacto de la industria 4.0, el trabajo en torno a la actividad de la atención y el cuidado domiciliar­io, son muchas las formas de trabajo que no pueden seguir condenadas a la informalid­ad.

Sin embargo, y pese a esta dificultad para comprender que la norma que no abreva en la realidad empieza a perder la condición de derecho, hay razones para ser optimistas. La Argentina atraviesa su ventana de oportunida­d demográfic­a, porque cuenta con una población aún joven. Este bono demográfic­o alienta a introducir todas estas reformas estructura­les en los próximos diez años, ya que a partir de 2030 la estructura poblaciona­l comenzará a modificars­e en forma significat­iva y los mayores de 65 años tendrá un peso prepondera­nte en la conformaci­ón poblaciona­l.

Solemos descollar cuando se trata de enumerar oportunida­des perdidas. En este caso no debería perderse de vista el costo social y económico de continuar sin cambiar.

Los demás países de la región mayormente lo han comprendid­o y, con diálogo social y/o consensos parlamenta­rios, han ido adecuando su sistema de relaciones del trabajo. No hacer eso provocará que se siga deterioran­do el entramado social.

Cuando se apuesta al inmovilism­o y a postergar la llegada de soluciones a problemas de larga data, se agrava el estado de cosas

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