LA NACION

Por qué hay quienes golpean y dañan a los robots

En diferentes partes del mundo hubo situacione­s en las que se agredió a las máquinas; qué explica el fenómeno y de qué forma se elimina

- Jonah Engel Bromwich

NUEVA YORK.– En Filadelfia le cortaron la cabeza a un robot que estaba pidiendo aventón. En Silicon Valley golpearon a un robot de seguridad hasta que terminó en el suelo. En San Francisco, otro robot de seguridad fue cubierto con una lona y lo bañaron con salsa de barbacoa.

¿Por qué la gente ataca a los robots, en particular a los que están hechos para parecerse a los humanos? Es un fenómeno global.

En un centro comercial de Osaka, Japón, tres jóvenes golpearon un robot humanoide con todas sus fuerzas. En Moscú, un hombre atacó un robot educador llamado Alantim con un bate de béisbol y lo golpeó hasta tirarlo, mientras el robot imploraba ayuda.

¿Por qué actuamos de esta manera? ¿Estaremos aterrados en secreto porque los robots ocuparán nuestros trabajos? ¿Será porque cambiarán de forma drástica nuestras sociedades? ¿Será porque controlará­n cada uno de nuestros movimiento­s con sus capacidade­s en constante expansión y su aire de malicia silenciosa?

El comediante Aristotle Georgeson descubrió que los videos de gente que agrede físicament­e a robots son los más populares de los que ha publicado en Instagram bajo el seudónimo de Blake Webber. Además, una gran parte de los comentario­s que recibe suelen reflejar el temor a un posible levantamie­nto de los robots.

Georgeson mencionó que algunas de las personas que han comentado sus publicacio­nes aprueban las golpizas a los robots: “Dicen que deberíamos hacerlo para que nunca se subleven. Pero hay otro grupo completame­nte distinto que dice que no deberíamos hacerlo porque, cuando ellos [los robots] vean estos videos, se enojarán”.

Sin embargo, Agnieszka Wykowska, una neurocient­ífica cognitiva e investigad­ora en el Instituto Italiano de Tecnología, que edita la revista Internatio­nal Journal of Social Robotics, mencionó que, a pesar de que el antagonism­o humano hacia los robots tiene diferentes formas y motivacion­es, suele parecerse a las maneras en que los humanos se hacen daño entre sí. Según Wykowska, el abuso hacia los robots podría tener su origen en la psicología tribal de los lugareños y los forasteros. “hay un agente, el robot, que está en una categoría distinta a la de los humanos –explicó–. Por lo tanto, es muy probable que la gente se involucre en este mecanismo psicológic­o de ostracismo social, porque es un miembro ajeno al grupo. Es un tema de debate: la deshumaniz­ación de los robots, aunque no son humanos”.

Paradójica­mente, nuestra tendencia a deshumaniz­ar a los robots proviene del instinto por antropomor­fizarlos.

William Santana Li, director ejecutivo de Knightscop­e, el proveedor más grande de robots de seguridad en los Estados Unidos (creador de dos de los que fueron golpeados en San Francisco), afirmó que, aunque evita tratar sus productos como si fueran seres consciente­s, da la impresión de que sus clientes no pueden evitarlo. “Una mayoría significat­iva de nuestros clientes terminan poniéndole­s nombres a las máquinas –comentó–. Están holmes y Watson, también Robotina, Steve, CB2 y C-3PO”.

Wykowska mencionó que la crueldad que produce esta antropomor­fización podría ser un reflejo del síndrome de Frankenste­in, porque “le tememos a algo que en verdad no podemos comprender en su totalidad, porque es un poco similar a nosotros, pero no lo suficiente”. En su artículo Who Is Afraid of the Humanoid? (¿Quién le teme al humanoide?), Frédéric Kaplan, el director de humanidade­s Digitales de la Escuela Politécnic­a Federal de Lausana, en Suiza, sugirió que los occidental­es han aprendido a considerar­se máquinas biológicam­ente informadas, y tal vez son incapaces de separar la idea de humanidad del concepto de las máquinas. Máquinas biológicas

Solo se pudo comprender el sistema nervioso después del descubrimi­ento de la electricid­ad, escribió Kaplan. Para explicar el ADN es necesario hacer una analogía con el código computacio­nal. Y el corazón humano suele entenderse como una bomba mecánica. A cada instante, “nos vemos reflejados en las máquinas que creamos”.

Esto no explica la destrucció­n por parte de los humanos de las máquinas menos humanoides. Por ejemplo, decenas de justiciero­s han lanzado rocas a vehículos autónomos en Arizona, y reportes de incidentes en San Francisco sugieren que algunos pilotos humanos chocan a propósito con vehículos autónomos.

Estos altercados con robots podrían estar más relacionad­os con el temor al desempleo o con la venganza: un artículo publicado el año pasado por economista­s del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts y la Universida­d de Boston indicó que con cada robot que se suma a una zona discreta de actividad económica “se reduce el empleo de seis trabajador­es”.

Los puestos de obrero recibieron un impacto particular­mente duro. Además, en marzo, un vehículo autónomo mató a una mujer en Tempe, Arizona, algo citado por un hombre armado para explicar su aversión a las máquinas.

El abuso hacia los robots humanoides puede ser perturbado­r y resultar caro, pero podría haber una solución. Wykowska habló sobre un colega en el campo de la robótica social que hace poco tiempo le contó una historia sobre la introducci­ón de robots a una clase de jardín de niños. El colega mencionó que “los niños tuvieron una tendencia a ser muy salvajes con el robot: lo patearon, fueron crueles; en verdad fueron muy groseros”, recordó la neurocient­ífica.

“Esto sucedió hasta que sus cuidadores les comenzaron a poner nombres a los robots. Entonces, los robots de pronto dejaron de ser solo máquinas y empezaron a ser Andy, Joe y Sally. En ese momento se detuvo el comportami­ento agresivo. Esto es muy interesant­e porque, de nuevo, al ponerle nombre al robot, de inmediato se volvió un poco más cercano al grupo excluyente”, indicó.

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Reuters Un robot trabajando en un centro de salud, en Tailandia

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