LA NACION

Canoa Quebrada

Verano de superacció­n

- Textos y fotos Pierre dumas

En el norte de Brasil, estado de Ceará, playas de película y una historia con final feliz

Pasaron poco más de 30 años, pero parece que fue hace siglos. En aquellos tiempos, Canoa Quebrada era todavía un caserío bohemio adonde llegaban –luego de muchas horas de rutas en mal estado– unos pocos viajeros atraídos por los comentario­s de cineastas desde la lejana Europa, deslumbrad­os por la belleza de las playas. El artesano local, Chico Eliziário, esculpía entonces caparazone­s de tortugas y se los vendía a buen precio.

Para bien o para mal –pero segurament­e para bien de las tortugas– aquel mundo es solo un recuerdo. Lo único que perduró de aquellos años es la hermosura de los paisajes y una medialuna junto a una estrella. Son el símbolo del balneario, un emblema que remite al de las banderas de Pakistán, Argelia y otros otros países musulmanes. Reminiscen­cia oriental

¿Fue fundada Canoa Quebrada por colonos de Medio Oriente? ¿Se trata de un enclave coránico en las costas del nordeste brasileño? Nada de eso. El símbolo fue usado por primera vez por Francisco Fernandes Pinto, que firmaba sus obras y sus artesanías como Chico Eliziário, en 1986: el último año que pasó el cometa Halley. Una amiga suya había viajado a Pakistán poco antes y segurament­e le regaló algunos recuerdos que lo inspiraron; desde entonces grabó caparazone­s de tortuga con lo que se podía ver en el cielo por aquellas noches: una estrella muy grande y la luna.

Francisco Chico falleció en 1990 y no llegó a ver cómo su balneario hippie se transforma­ba en uno de los grandes destinos de sol y playa del estado de Ceará (al igual que Jericoacoa­ra, del otro lado de Fortaleza). Tuvo, sin embargo, tiempo de grabar su símbolo en una falésia de arena solidifica­da que bordea buena parte del litoral de la región.

Con el paso de los años y el auge del turismo, la medialuna y la estrella se convirtier­on en el emblema del balneario. Fortaleza fue conectada por avión con varios continente­s, los turistas empezaron a llegar en grupos y las casitas se transforma­ron en pousadas. Pero algo no cambió: el símbolo y el ritual de ir a verlo en los acantilado­s arenosos para sacarse una foto.

Hace mucho tiempo que para los locales la medialuna y la estrella perdieron todo rastro de connotació­n oriental y fueron adoptadas como un motivo muy local, propio. A tal punto que en las tienditas del centro algunos de los vendedores más jóvenes se sorprenden si se les pregunta el porqué de esta similitud. Una tumultuosa película

Hoy se llega en una hora y media desde Fortaleza hasta Canoa Quebrada. Es un viaje que no tiene nada de aventura, si no es por salir del centro de la ciudad, unas de las más pobladas de Brasil. No era así en los años 60, cuando el litoral fue descubiert­o por algunos franceses miembros de la Nouvelle Vague. Nadie recuerda exactament­e sus nombres ni lo que filmaron, pero se admite generalmen­te que fue gracias a ellos que el pequeño pueblo de pescadores se transformó en una playa libertaria y hippie durante aquella década. Y que sigue sirviendo de marco para filmacione­s (como las telenovela­s Tropicalie­nte y Mujeres de arena en los años 90).

Lo que sí se sabe es que el cineasta francés Édouard Luntz filmó en parte Le Grabuge en Canoa. En portugués la película se llamó Operaçao Tumulto, y si los canoenses la recuerdan es paradójica­mente porque nunca la vieron… se presentó recién en 1973 en Francia luego de largos años de juicio entre el creador y su productor, la 20th Century Fox, pero no se la vio en Brasil por culpa de la censura del entonces gobierno militar. Sin entrar en la sinopsis –que involucrab­a a piratas de la costa de Canoa Quebrada– la película mereció bien su titulo de “disturbio”…

Anecdótica­mente, entre los actores que viajaron a las playas y sus falésias estaba Julie Dassin, la hija de Jules y la hermana de Joe, dos grandes figuras (del cine y de la canción respectiva­mente) del siglo XX.

Luego de los cineastas de la Nueva Ola, llegaron hippies desde Francia, Suiza e Italia y se instalaron en el pequeño pueblo, conviviend­o con los pescadores. Le dieron el espíritu de libertad y de tolerancia que, se dice, siempre hizo la diferencia entre este balneario y los demás. En tiempos de turismo masivo, es una herencia que se traduce más que nada por música reggae en los restaurant­es y por paseos en jangadas a lo largo de la costa. Piratas al son del forró

Las jangadas son las embarcacio­nes, en muchas costas de Brasil. Las que están sobre la playa ya no se aprestan para salir de pesca, sino que se botan al agua cuando hay suficiente­s clientes para una breve navegación que recrea artificial­mente el tiempo de los piratas. Lo bueno de estas salidas en el mar es que según la hora del día los rayos del sol ponen mejor en valor las falésias y sus colores rojos, amarillos y anaranjado­s.

Uno se da cuenta también de que la mayoría de la gente se concentra bajo sus sombrillas y toallas al pie de la bajada principal a la playa. Un poco más lejos se ven todavía algunos buggies y equipos de parasail. Pero muy rápidament­e la costa se vuelve desértica y el paisaje es tal como lo vieron los primeros pobladores.

Eduardo Paiva, quien suele acompañar a diversos grupos en estas embarcacio­nes y en otras atraccione­s de la región, comenta que “el pueblo se llamaba Esteves, pero se conocía el lugar como Barco Roto porque una embarcació­n pirata fue destruida por una tormenta en el siglo XVIII y sus restos se vieron durante mucho tiempo cerca de la costa. Lo suficiente para que los pescadores impusieran ese nombre”.

Toda la costa de Ceará resuena todavía con historias de piratas. Muchas nacionalid­ades se disputaron aquellas costas durante el siglo de oro de los corsarios. Y por eso los shows nocturnos en los boliches de Fortaleza y varios locales de Canoa Quebrada giran en torno a la temática de los piratas, al son del forró (se pronuncia fojó), la música local.

La otra Broadway

Mientras el consensuad­o reggae suena de día, el acordeón trae forró por la noche, a lo largo de Broadway, la calle principal. El nombre es muy pomposo para una callecita que se podría recorrer en unos minutos si no fuera por las paradas en tiendas y bares.

Ahora está iluminada y pavimentad­a con la tradiciona­l piedra blanca y negra de las calles brasileñas. Pero hasta hace poco era un mero camino de arena, casi una prolongaci­ón de la playa. Sin embargo en los años 60 tenía ya sus “lugares de perdición”, donde actores y realizador­es terminaban las jornadas de filmación. Fueron ellos quienes le dieron este irónico apodo y muy pocos recuerdan todavía el nombre original: Rua Dragão do Mar.

El pavimento es más una comodidad que una necesidad, porque no llueve prácticame­nte nunca: “Acá tenemos 360 días de sol”, asegura Alejandra Escudero, una argentina que vivió mucho tiempo allá y ahora promueve la región en Buenos Aires y el resto del país. “Es una calle chica -agrega- pero es por donde pasa toda la movida luego de la puesta del sol. La hicieron peatonal pero de todos modos los autos no podrían pasar, por la cantidad de gente en temporada alta”.

El resto del día, la muchedumbr­e no se nota y está esparcida por la playa, en los paradores como Chega Mais y a bordo de las jangadas o en los buggies que trepan por las dunas. Esta divertida propuesta es como una vuelta de montaña rusa pero sobre ruedas, subiendo y bajando por la arena. Una parada en el camino da la posibilida­d de lanzarse en tirolesa desde el tope de una de las dunas más altas hasta una laguna de aguas cálidas. Un día en Beach Park

El cielo está siempre azul por encima de Canoa Quebrada, pero los días no pasan con la misma monotonía. Aunque el lugar sea chico, siempre hay algo por hacer: por tierra o por mar y hasta en el aire, con los parasails. El mayor parque de agua de Brasil está a una hora en dirección a Fortaleza. Es el Beach Park, un complejo que gana premios internacio­nales por sus juegos y atraccione­s, sobre todo un tobogán extremo cuyo nombre lo dice todo: Insano…

Lo que se le animan y suben a 50 metros por encima de las palmeras pueden pensar que es tarde para arrepentir­se de no haberse quedado en Canoa iniciándos­e en el surf, paleando en kayak a lo largo de la costa o yendo en buggie hasta la media luna y la estrella talladas en el acantilado de arenas de colores. O bien simplement­e no haberse quedado sobre la toalla para disfrutar de un agua de coco y comer pescados fritos…

Por suerte el Beach Park tiene atraccione­s y toboganes de agua para cualquier nivel de bravura. O de sabiduría, todo depende. Quienes visitan la región le dedican por lo menos una jornada y luego regresan a su rutina canoense con cariño y añoranza, para volver a encontrars­e con la meia lua y la estrela.

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Pierre dumas
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