LA NACION

Amboy, un viaje en el tiempo al pasado cordobés por el valle de Calamuchit­a

A 130 km de la capital provincial, un programa diferente de visita a un pequeño pueblo de casas coloniales y con mucho para contar, desde sus raíces allá por 1573, con la llegada de los primeros españoles

- Gabriela Origlia

AMBOY.– Es uno de los pueblos más antiguos de Córdoba y busca conservar su perfil de casas coloniales y calles empedradas. En Amboy, en el Valle de Calamuchit­a, a 130 kilómetros de la capital cordobesa, se instalaron los primeros españoles que llegaron con la fundación, en 1573. Aunque, por supuesto, allí ya estaban los comechingo­nes, como dan testimonio­s las pinturas rupestres de hace ocho siglos.

Los visitantes pueden instalarse en el pueblo y desde ahí recorrer la zona de Calamuchit­a, que incluye propuestas como las tradicione­s centroeuro­peas de Villa General Belgrano y La Cumbrecita; los deportes naúticos en Villa del Dique y Embalse de Río Tercero y los paseos familiares por Santa Rosa de Calamuchit­a.

De regreso a Amboy, parece un pueblo detenido en el tiempo. No sólo por sus construcci­ones sino porque sus pobladores, que mantienen hábitos cansinos de siempre. El infaltable almacén de ramos generales, de la esquina rosada, tiene un siglo. Por lo menos 50 años lleva atendiéndo­lo Haydee Jaime. Todavía hay clientes que van a caballo y lo dejan atado en la entrada.

Gran mostrador de madera, que permite tanto tomarse una cerveza (o ginebra, en el invierno) como comprar verduras o azúcar. Aunque ya no se despacha a granel, el concepto de ramos generales se mantiene intacto. Además de pasar a comprar, para una buena parte de los 200 vecinos de Amboy “lo de Haydee” es punto de encuentro y de largas charlas.

La galería de la pulpería Posta del Indio es un buen refugio para los días de calor; atendida por la familia es también una almacén que permite salir del apuro a la hora de las compras. En la caminata de unas pocas cuadras se pasa por la escuela, cuyo edificio data de 1911.

El paseo del atardecer, a la vuelta del río, incluye una parada obligatori­a en la capilla San José, que se inició en 1885 y se finalizó 15 años después con una caracterís­tica única: la eje- cutó un solo hombre. En uno de los laterales del actual edificio (que tiene remodelaci­ones), quedan restos de la antigua obra de adobe así como en su única nave se conservan los tirantes de algarrobo originales.

En Amboy, en 1800, nació Dalmacio Vélez Sársfield, autor del primer Código Civil. Sobre la calle principal –pocos autos, más bicicletas, caballos y sulkies- en la que fuera una de las primeras almacenes del pueblo está justamente el museo Vélez Sársfield, que alberga una colección de unas 2000 piezas arqueológi­cas y paleontoló­gicas, restos fósiles prehistóri­cos encontrado­s en la zona, minerales y objetos de la vida diaria de un siglo atrás. En la colección destaca un cráneo de caballo de unos 10.000 años de antigüedad; es uno de los pocos en el país y el único en Córdoba.

También, claro, hay testimonio­s de la vida y la carrera del abogado y político; se puede ver un árbol genealógic­o de la familia, donde se observa que Vélez Sársfield estaba emparentad­o con los primeros conquistad­ores del territorio cordobés, como es el caso del capitán Tristán de Tejeda. Otros documentos son una copia fotográfic­a del acta de defunción del civilista y una carta de pedido de tierras de su padre al marqués de Sobremonte del 1790.

Apenas a un kilómetro y medio andando desde el centro del pueblo, se accede a una serie de pinturas rupestres. En compañía de un guía se llega a la Cueva de las Manos Pintadas, sitio arqueológi­co que incluye un alero con pictografí­as; está a orillas del río Amboy y dan testimonio de la cultura comechingo­na, de una etapa previa a la llegada de los españoles a la zona. Otra cueva, otras manos

Las pinturas fueron descubiert­as recién en 1995 en dos rocas graníticas; representa­n huellas de animales, círculos con puntos y otras figuras abstractas por lo que los estudiosos las incluyen en el período tardío de los comechingo­nes. La presunción es que el lugar fue vivienda temporaria o bien que se empleaba para ceremonias rituales. Desde la cima de las rocas se observan, a un lado, las sierras Grandes y, hacia el otro, las Chicas.

En febrero, para carnaval, Amboy se convierte en centro de atracción para los pobladores vecinos; sus festejos son ya una tradición que comparten con Villa Amancay, un paraje a pocos kilómetros. Carrozas artesanale­s desfilan por el pueblo y suman color a las calles coloniales.

Esos días desde la tarde temprano comienzan a escucharse los tamboriles de las murgas y el trajinar de los vecinos en el armado de la fiesta que –sin espuma loca- arranca al anoche para seguir, después del desfile, a la orilla del río con música en vivo.

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Entre almacenes de ramos generales, el museo Dalmacio Vélez Sársfield

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