LA NACION

Nicolás Gadano. “En algún punto, creo que todos tenemos una vida de novela”

Economista, actual gerente general del Banco Central, acaba de publicar un libro en el que reconstruy­e su historia personal, marcada por la militancia montonera de sus padres y el exilio en los años 70

- Texto Astrid Pikielny | Fotos Patricio Pidal

¿ Quéhizotup­apáesevera­no? Esa fue la consigna que Santiago Llach lanzó en su taller de escritura. Uno de sus alumnos, Nicolás Gadano, de profesión economista (UBA) y experto en hidrocarbu­ros y finanzas públicas, podría haber narrado una anécdota insignific­ante, cualquier excusa que desatara la escritura. Pero eligió un relato sobre el verano de 1967, aquellos meses en los que su padre militante viajó a entrenarse a Cuba con los guevarista­s. Gadano tenía entonces seis meses.

Quizás ese ejercicio de taller sea uno de los tantos orígenes de La caja Topper (Seix Barral), el libro que acaba de publicar, donde reconstruy­e literariam­ente tramos de su vida a partir de los objetos y las cartas que su madre, también militante, guardó en una vieja caja de zapatillas y que Gadano recibió, de manos de su padrastro, un año después de la muerte de su mamá, en 2013.

Ya había expuesto parte de su historia personal y familiar en 2014, en la sección Mundos Íntimos, del diario Clarín: los rigores de la infancia clandestin­a impuestos por la militancia revolucion­aria de sus padres, las sucesivas mudanzas y el exilio en México, su “segunda patria”.

De regreso a la Argentina, Gadano hizo carrera como economista: fue subsecreta­rio de Presupuest­o durante el gobierno de la Alianza, economista jefe de YPF y jefe de gabinete en el Ministerio de Hacienda junto a Nicolás Dujovne. Desde septiembre del año pasado, es el gerente general del Banco Central de la Argentina. “Si bien el libro tiene mucho que ver con mi familia, mis padres, las cosas entre ellos y la muerte de mi mamá, básicament­e es un libro sobre mí. Cuento cómo atravesé ese proceso y cómo empecé a marcar diferencia­s con la historia de mis padres”, dice Gadano. “No es un ensayo sobre los años 70 ni un libro en donde siente posiciones. Este libro que es una reflexión muy personal”. Un año después de la muerte de su mamá, le entregan una vieja caja de zapatillas con distintos objetos. ¿Cómo fue el impacto de ese descubrimi­ento?

En esa caja había cartas, fotos, postales, recuerdos personales de mi mamá. Era la caja con las cosas íntimas que había guardado. Estaban las cartas que yo le había mandado a mi vieja desde Buenos Aires cuando volví en el 83, unos meses antes que mis padres, y las cartas que se escribiero­n mi mamá y mi papá en distintas etapas. También había una revista del Centro de Estudiante­s en la que yo había participad­o cuando volvimos de México. Eso me permitió leerme a mí mismo en otro momento de mi vida. Cuando me encontré con todo esto, yo estaba en pleno proceso de asimilar la muerte de mi mamá. Afortunada­mente pude llevarlo a la escritura. Llegué al taller de Santiago Llach y la verdad es que me ayudó a liberarme y a encontrar la manera de escribir sobre esto. Yo soy economista y hace mucho que escribo, pero escribo otras cosas.

Escribió Historia del petróleo

en Argentina, uno de los libros más documentad­os y rigurosos sobre el tema.

A veces me pregunto qué punto en común tiene Historia del petróleo en Argentina con este libro. Y lo tiene.

¿En qué cree que se parecen? En la documentac­ión como punto de partida. Los dos libros tienen en común el método, o sea, traba-

jar a partir de fuentes, cosas, documentos. En Historia del petróleo hay una búsqueda de rigurosida­d, fuentes, datos, informació­n y sistematic­idad. De eso me liberé porque este libro no es un ensayo y tiene toda la libertad de mi subjetivid­ad, de mi memoria, de la reconstruc­ción de las cosas que elijo o no contar. Son fragmentos de mi vida hecho novela o una novela de fragmentos de mi vida, pero la caja de recuerdos es el disparador y lo que voy contando en el libro está muy estructura­do en torno a los objetos que están adentro de esa caja.

Un día de 1976 su madre le dice a usted, que tenía 10 años, y a su hermano, que no iban a volver a la escuela. Se mudaron, simulaban ir al colegio e iban “tabicados” a distintos lugares, entre otros, a una “escuela montonera” en la que alguien les daba algunos conocimien­tos básicos. ¿Cómo recuerda esa etapa? Creo que esa etapa fue la más difícil, la de los meses en la Argentina antes de salir al exilio. Ese día lo habían tratado de secuestrar a mi papá, que finalmente pudo escapar. Después de eso, mis padres llegaron a mi casa y mi mamá me dijo que nos teníamos que ir. Yo, que estaba haciendo los deberes, pensé que al día siguiente iba a volver a la escuela, pero nunca más volví. Estábamos en una dimensión muy rara, como era la de estar en la misma ciudad, en otro lugar, pero en un espacio de no contacto con el resto de la gente durante varios meses; un lugar de simulación o de impostura porque simulábamo­s ir al colegio por temor a que los porteros denunciara­n “algo raro”. Además, había una regla de seguridad que era no saber a dónde estábamos yendo, por eso nos vendaban los ojos. Ahora pienso que contar mi historia es un antídoto contra la clandestin­idad. Esta reconstruc­ción pública de mi identidad y esta exposición abierta es un antídoto contra todo eso que vivimos. “Este

soy yo”, podría ser el otro título del libro.

En 1976 su mamá decide irse con usted y su hermano a Brasil y su papá se quedó en la Argentina; pero a los pocos meses, vuelve con ustedes a buscar a su marido.

Sí, en un momento mi mamá tomó la decisión de salir. Mi papá no quería porque de alguna manera era renunciar a su militancia y sus compañeros, entonces nosotros nos fuimos a Brasil y él se quedó. Es una decisión muy importante y muy compleja para mí de entender, porque volver era exponernos. ¿Por qué quiso hacernos correr a todos tanto riesgo? Con el paso del tiempo la entendí. Juntos tomamos la decisión de irnos los cuatro. Estuvimos un tiempo en Brasil y después nos fuimos a México, que es la etapa más larga y más feliz. Para mí las peores etapas fueron antes de irnos de la Argentina y la vuelta del exilio, el desexilio. En México nos habíamos construido una vida, la de la adolescenc­ia, una etapa en la que uno tiene los primeros amigos, los amigos del club, los amigos del barrio, la escuela, las parejas, la música. México para mí fue una sanación. Y la Argentina era, en gran medida, la idealizaci­ón transmitid­a por nuestros padres.

En el libro cuenta la dura experienci­a del regreso. ¿Pensó alguna vez volver a vivir en México?

En el libro juego con los contrafact­uales, “qué hubiera pasado si”. En mi caso, con la historia revolucion­aria de mis viejos, a veces me pregunto qué hubiera pasado si en vez de tener 10 años en 1976, yo hubiera tenido 15. Porque cuando tenía 17 años y ya estaba en la Argentina, escribí una nota sobre el exilio en una revista del Centro de Estudiante­s: empiezo escribiend­o en primera persona del singular y después sigo en primera persona del plural, hablando de “nuestra lucha”, de “nuestros muertos”. O sea, no me podía distinguir de mis padres, no me podía diferencia­r. Esa revista también estaba en la caja. También creo que si la dictadura hubiera caído en el 86 en vez de en el 83, no hubiera vuelto. El primer año acá fue muy difícil, pero pasado un tiempo fui encontrand­o mi lugar y empecé a disfrutar de mi vida acá y de mis amigos.

¿Qué objeto de la caja lo conmovió especialme­nte?

Las cartas mías tienen una importanci­a. Incluso a veces me sorprende para bien la confianza que yo tenía con mi vieja, yo pensé que era más tímido y no le contaba algunas cosas. Pero sin duda uno de los objetos más impactante­s es un casete. Nosotros, en algún momento, en vez de escribir cartas grabábamos casetes familiares porque era más fácil, más completo. Y en la caja encontré un casete que le mandamos a mi tía o a nuestros abuelos de México a Buenos Aires, y ahí están las voces: mi papá canta un tango, nosotros contamos chistes. Yo tengo voz de pito y una tonada rara, pero me gusta escucharme contento.

La conversaci­ón se interrumpe por la emoción. “Lo más difícil para mí es la voz de mi mamá, que está ahí y ahora no está. Escuchar

las voces es tremendo”, susurra Gadano. La relación con su padre, atravesada por diferencia­s políticas, no ha sido fácil. Cada una de sus intervenci­ones públicas le valió el reproche “de ser funcional a la derecha”. A pesar de haberla leído antes de su publicació­n, su padre, que es periodista, se enojó con la nota del diario publicada durante el kirchneris­mo y la decisión de haberla publicado “justo en Clarín”. “En mis intervenci­ones posteriore­s navegué una vez más ese delicado equilibrio entre criticarlo y defenderlo, defenestra­rlo y entenderlo”, escribe Gadano sobre su padre en La caja Topper. El padre también le cuestionó su paso por la función pública durante la Alianza. “Y tampoco creo que le guste que esté dando una nota a la nacion”, agrega. “Hace muchos años que tenemos una relación así, nos queremos mucho pero son las cosas que pasan entre padres e hijos. Yo le digo que el libro tiene que ver con mi historia, con mi vida, no con la de ellos. Ellos me educaron en la tolerancia, en el diálogo, en la libertad, la no discrimina­ción y el pensamient­o crítico. Y es lo que trato de ejercer”.

Usted fue funcionari­o del Ministerio de Economía de esta gestión y es gerente del Banco Central. Los posicionam­ientos políticos y las trayectori­as personales y familiares de los funcionari­os de este gobierno parecen muy distintos a su propia historia. ¿Siente incomodida­d, extrañeza, a veces?

No, no es un tema y no tengo ninguna preocupaci­ón en ese sentido. Una sola vez tuve un problema cuando trabajaba en YPF, en ese momento, Repsol YPF y, como economista senior, fuimos con el vicepresid­ente de Downstream de YPF a negociar y discutir cuestiones del gasoil con Guillermo Moreno. Y bueno, yo iba de traje y corbata. Y en algún momento, Moreno, que era muy agresivo en la palabra, me dice: “Bueno, acá tengo la ley de Comercio y de Abastecimi­ento. Acá abajo tengo celdas, los podría detener por 90 días, así que cuídense!”. Y yo le dije algo así como “mirá, yo siempre tengo el pasaporte listo”.

Era una referencia a los años 70. Sí, y Moreno me dijo: “¿Vos, qué te hacés el gracioso con la historia trágica que hay en este país, Pelado?” Y yo decía para mis adentros: “Dale, vení a buscarme que te estoy esperando, dale, seguí”. Entonces, en algún momento le digo: “Guillermo, yo estuve exiliado en la dictadura”. “¿Cómo exiliado? ¿En dónde? ¿Qué edad tenés?”, me dice. “Mis padres estuvieron exiliados”. “¿En dónde?” “En México”. “¡Montoneros! ¡Tengo un montonero en Repsol!”, me dice. Y a partir de eso me empezó a tratar diferente. La persona de YPF no sabía nada de todo esto y me miraba como diciéndome: “¿Estará mintiendo? ¿Lo inventó para caerle bien a Moreno?”. Pero bueno, yo después dejé de verlo a Moreno porque quería que como economista yo firmara públicamen­te un artículo diciendo que la inflación estaba bien medida. Y yo fui educado y criado en que eso no se hace. No importa si lo pide Moreno o equis. Así que te diría que tengo más preocupaci­ón de las reacciones de mi propio mundo que de los que tienen otra historia. En términos de la gente con la que interactúo laboralmen­te, cuánto más sepan quién soy, mejor. “Sí, este soy yo, esta es mi historia”.

¿A quiénes se refiere por “mi propio mundo”?

A la gente de la generación de mis padres, que bueno, claro, son como “los custodios de la memoria”, tienen muchos amigos muertos.

Los “guardianes de la memoria”.

Sí, y los guardianes de la memoria pueden ser bravos. Yo estuve viendo una serie que se llama Shtisel. Los protagonis­tas son la familia Shtisel. El padre, Julen, es un rabino y el hijo también va a ser rabino, pero le gusta pintar. Él ama a sus padres, la mamá murió, y le resulta muy difícil sostener sus vínculos amorosos con su familia y su mundo y a la vez ir por su propio camino. Él es judío ortodoxo también, no quiere romper y no quiere dejar de serlo, pero en la construcci­ón de su propia vida no puede seguir igual a lo que cree el padre. De eso se trata, ¿no? Creo que con todo este proceso, tuve la oportunida­d de escribir, reconstruy­éndome. En algún momento de la vida a todos nos interpela nuestra propia historia y creo que, en algún punto, todos tenemos una vida de novela.

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 ??  ?? LA FOTO. Entre sus objetos, Gadano eligió un viejo casete que guardó su madre, donde están grabadas las voces de su padre, la de su hermano Julián, dos años mayor que él, y la de su madre, que murió hace algunos años.
LA FOTO. Entre sus objetos, Gadano eligió un viejo casete que guardó su madre, donde están grabadas las voces de su padre, la de su hermano Julián, dos años mayor que él, y la de su madre, que murió hace algunos años.
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