Los dilemas territoriales que desvelan a Cambiemos
Marcos Peña, junto con Jaime Durán Barba, resolvió antes de comenzar sus vacaciones la principal preocupación de Mauricio Macri en el camino en pos de la reelección: clausurar la idea del desdoblamiento de los comicios en la provincia de Buenos Aires y atar a su suerte la de los jefes territoriales más importantes con que cuenta el oficialismo. Un respiro. Pero solo eso. Los problemas no concluyeron.
Antes de poder lanzarse de lleno a la campaña le quedan abiertas a Peña, ahora jefe único y absoluto de la estrategia y armado electoral de Cambiemos, un sinfín de complicaciones que de no tener un final feliz para el oficialismo podrían restar voluntades y votos decisivos en octubre. Córdoba ocupa el primer lugar.
En la provincia que gobierna y aspira a seguir gobernando el amigo presidencial Juan Schiaretti, integrante fundamental del cuarteto de los peronistas alternativos, Cambiemos enfrenta un dilema que ya adquirió perfiles definidos de conflicto de cara a las elecciones que se realizarán el 12 de mayo. La disputa entre los dos aspirantes radicales a suceder al PJ al frente de esa provincia –el diputado nacional Mario Negri y el intendente de la capital, Ramón Mestre– entró en un callejón sin salida a la vista. O, peor aún, con una salida tan estrecha por la que difícilmente puedan pasar las aspiraciones de ambos sin dejar heridas de difícil cicatrización y efectos secundarios dañinos para la salud de la coalición oficialista.
Hasta ahora, todo indica que será casi imposible evitar una elección interna en esa provincia, como pretende Negri, el favorito de la Casa Rosada, el mejor amigo de Lilita Carrió (la dueña de la bolilla negra de Cambiemos) y el gran candidato de la superestructura. Mestre, que no goza de muchas simpatías fuera de su hábitat, domina el aparato partidario en la provincia y no está dispuesto a ceder a las presiones de su rival y de sus sponsors porteños para que las candidaturas se definan por un pool de encuestas. La diferencia que arrojan los sondeos es insuficiente para acatarlas o imponerlas sin costo. Las elecciones internas deberían hacerse dentro de un mes. Tictac, tictac, tictac.
El problema para el oficialismo es que no aparece en la Casa Rosada nadie dispuesto a embarrarse o imbuido de autoridad para imponer un criterio, zanjar el conflicto y evitar fugas que tengan costos adicionales, como podría ser la pérdida del control de la capital cordobesa. Con la lejanía emocional con la que acostumbran mirar problemas que otros suponen deberían serles propios, suelen decir: “Es un problema entre radicales, que lo resuelvan los radicales”, confirmando las sospechas de los partidarios de Alem de que Macri prefiere no incomodar a su amigo gobernador. Aun a riesgo de perder un territorio, como la ciudad de Córdoba, cosa que muchos oficialistas dan como altamente probable, sobre todo si no se resuelve bien esa interna.
En el radicalismo, pero también entre varios macristas relevantes que no habitan en el blindado penthouse de M&M, son menos indiferentes y se muestran bastante más preocupados por el desenlace de ese conflicto. Entienden que el exiguo capital político del que dispone el oficialismo después de tres años y medio de gobierno con las penurias económicas que padecen la mayor parte de los argentinos no permite darse el lujo de perder voluntades para lograr el premio mayor: la reelección presidencial. Por ahora, estos no alteran el laboratorio duranbarbista. Ocupan el pabellón de los portadores del virus de la vieja política.
La imposibilidad de horadar las convicciones de los poderosos cultores del laissez faire, laissez passer oficialista se ahonda cuando se les escucha decir a los preocupados que en el caso de Córdoba, pero también en el armado de Santa Fe y en el de varias intendencias bonaerenses, se advierte la principal diferencia de esta campaña con la de 2015: la ausencia de un operador político en el territorio como Emilio Monzó.
Poco importa que se trate menos de una reivindicación personal del actual presidente de la Cámara de Diputados, sino, sobre todo, de la añoranza de un ordenador en el territorio con poder y vocación para el no siempre grato trabajo de negociador, árbitro y, a veces, verdugo de vanidades en pos de un resultado que le sume al conjunto partidario. Eso fue él en 2015.
Monzó apura su partida
La sola mención de Monzó obtura oídos en la Casa Rosada. Mucho más en estas horas en las que él apura su decisión de irse a Madrid como embajador y abre el juego a la sucesión en el Congreso. Otra incomodidad de esas a las que el Presidente no es nada afecto.
Algunos institutos educativos madrileños ya han sido sondeados sobre la disponibilidad de vacantes para los hijos menores del diputado, después de la charla que al respecto Monzó tuvo hace dos semanas con Macri. El Presidente escuchó el ansioso pedido de irse lo más pronto posible. No quiere estar en medio de una campaña de la que ha quedado excluido. El Presidente le extendió la visa, pero no le puso fecha a ningún pasaje. Es más: comisionó a uno de los pocos colaboradores que gozan de la confianza del legislador para convencerlo de que no se vaya antes de las elecciones y evitar así poner en riesgo un objetivo de la Casa Rosada: no alterar la molicie que suele ganar al Congreso en los años electorales.
En el Congreso solo habrá lugar para intentar una nueva ley de financiamiento electoral, sobre lo que avanzará mañana el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, con el jefe de la bancada del peronismo alternativo, Miguel Pichetto.
No es fácil para los custodios de la zona de confort presidencial evitar las alteraciones. La unificación de las elecciones bonaerenses con las nacionales no concluyó sin consecuencias. Los integrantes del círculo que rodea a la gobernadora María Eugenia Vidal, impulsores del desdoblamiento, acataron disciplinadamente la decisión de la mandataria de someterse al cepo que le impusieron Peña y Durán Barba, pero mantienen las dudas sobre la suerte de la elección provincial.
Son demasiados los distritos hoy en manos de Cambiemos en los que será complejo repetir la performance de 2015. Por eso los intendentes macristas buscaron atajos políticamente correctos y argumentos aparentemente más nobles para impulsar la suspensión de las primarias provinciales. Quieren evitar que funcionen como una primera vuelta y se anticipe un escenario adverso en el frío de agosto. Las ilusiones florecen en primavera.
Los funcionarios políticos de Vidal dicen que su preocupación no radica solo en la posibilidad de perder distritos, aunque ya casi dan por descontado que cederán varios del Gran Buenos Aires. En cambio, sí temen (casi es un augurio) que se les escurra un porcentaje vital de votos para la reelección de la gobernadora.
En Buenos Aires no hay segunda vuelta y la gobernación se puede ganar o perder por un voto. Vidal no quería ni imaginar la posibilidad de ser gobernadora con Cristina Kirchner de presidenta. ¿Macri podría serlo sin problemas con, por ejemplo, un Axel Kicillof gobernador? Un escenario casi tan impensable como era el triunfo de Vidal en 2015, pero al que la apuesta oficialista por la polarización le podría insuflar probabilidades.
El escenario de una disputa entre Macri y Cristina sigue siendo el preferido de la Casa Rosada. Macri lo reforzó hace 72 horas, cuando en una visita a una obra de saneamiento, acompañado por sus soportes territoriales Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, reivindicó la realización de emprendimientos de infraestructura “sin que aparecieran cuadernos”, en clara alusión a los casos de corrupción de los gobiernos anteriores.
En campaña hay rigores que importan poco, como que los cuadernos aparecieron 30 meses después de que terminaran los 12 años y medio de kirchnerato. Esas revelaciones tienen un impacto suficientemente contundente para la mayoría de los votantes, con excepción de los fieles de Cristina, que solo ven la realidad en la que creen.
El refuerzo de ese discurso polarizante inquieta al peronismo alternativo. Es cierto que hay casi un 60% del electorado que hoy rechaza la atracción de esos extremos, pero aún no emerge una energía capaz de ocupar ese vacío.
La política argentina no deja de arrojar curiosidades: los tres precandidatos que hoy en las encuestas atraen más voluntades son los mismos dirigentes que en 2015 lideraban los rankings de imagen, con excepción de Daniel Scioli, que se fue al descenso. Sin embargo, los tres están bastante peor que entonces. El paso del tiempo les pasó factura a Macri, Cristina y Massa. Sin embargo, hasta ahora nadie aparece capitalizando lo que ellos perdieron.
La fragilidad es grande para todos, pero siempre el oficialismo tiene más para perder. Por eso los dilemas territoriales abiertos preocupan tanto en Cambiemos.