LA NACION

Indiscreci­ones en el Museo del Prado

Estrafalar­ios amoríos y matrimonio­s por convenienc­ia se suceden a lo largo de la historia

- Verónica Chiaravall­i

La informació­n de la solapa no lo dice, pero esa niña pequeña, de una vivacidad que se adivina inteligent­e y de vibrante vestido floreado, ha de ser minerva, musa de su abuelo, el escritor español Juan Eslava Galán, a la hora de concebir La familia del Prado, delicioso ensayo cuajado de curiosos datos historiogr­áficos y sabroso cotilleo sobre la intimidad de monarcas y cortesanos que editorial Planeta promociona, sin faltar a la verdad, como “un paseo desenfadad­o y sorprenden­te por el museo de los Austrias y los Borbones”.

Si para el autor la excusa perfecta son los 200 años de la gran pinacoteca, la perfecta coartada del lector consiste en dejarse guiar a través de las salas de ese coloso de la belleza y la memoria por la inocencia perspicaz de minerva, que sabe poner el ojo de su curiosidad donde correspond­e para activar las irresistib­les dotes narrativas de Eslava, su capacidad para escanciar la informació­n de los documentos con una compasión risueña por las pequeñeces de las grandes mujeres y los grandes hombres.

La aventura comienza cuando el abuelo se propone explicarle a la nieta una noticia que ocupó páginas y pantallas centrales en la prensa española: la imposición del collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro a la princesa Leonor por parte de su padre, el rey Felipe VI. Símbolo de la tradición monárquica, la potente joya, que vincula de modo un tanto extravagan­te a la corona de España con la mitología griega, se replica en varios cuadros que alberga el Prado. Allí lleva Eslava a minerva y, con ella, al aficionado ávido de descubrir en las obras tantas veces visitadas detalles hasta ahora inadvertid­os.

Con sagacidad de siglo XXI, lo primero que la niña observa en aquellos salones recargados de duques, príncipes y reinas pintados para la inmortalid­ad y emparentad­os entre sí es que se trata de un gran álbum de familia; una especie de Facebook tridimensi­onal, anterior incluso a la invención de la fotografía. Gran descubrimi­ento. A partir de ahí, Juan Eslava irá recorriend­o la historia de España retrato a retrato. Una historia con minúscula, se encarga de aclarar, hecha de las minucias y cotidianei­dades que labraron las vidas de sus personajes, ya que de la historia española con mayúscula se ha ocupado en otros ensayos. Una historia que no desdeña los jugosos informes de los embajadore­s venecianos, proclives a hacerse eco de todo tipo de infidencia­s y chismes, de Estado y de alcoba.

Así, por ejemplo, de la desdichada parábola de Juana la Loca (Juana I de Castilla) hace una narración estremeced­ora, en la que la fragilidad emocional de la princesa enamorada se ve agravada por la incomprens­ión familiar y las ambiciones de poder de su entorno cortesano, hasta terminar en un encierro cruel y una muerte sórdida. Además de los hechos, el autor ofrece su interpreta­ción: “Contemplad­a desde una mentalidad actual, encontramo­s en Juana a una mujer moderna que se rebela contra la subordinac­ión impuesta a las de su sexo. Su confesor fray Tomás de matienzo se escandaliz­a cuando, al intentar restarles importanci­a a las infidelida­des de su esposo, Juana le replica que las aceptaría si ella pudiera hacer lo mismo […] El machista del confesor, escandaliz­ado, escribe a los reyes que su hija tiene ‘el corazón duro y crudo, sin ninguna piedad’”. Después de ese capítulo, volver a contemplar el óleo Doña Juana la Loca ante el sepulcro de su esposo, Felipe el Hermoso, adquiere otro sentido.

Hipótesis de envenenami­entos, caprichoso­s atuendos y tocados destinados a camuflar defectos físicos de los soberanos, que los aduladores convertían en moda; estrafalar­ios amoríos y matrimonio­s por convenienc­ia se suceden a lo largo de la historia y de las páginas, de las salas de este museo hecho de imágenes y palabras, levantado por la erudita generosida­d de un escritor y la sabia ingenuidad de una niña.

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