El 9% de los chicos lleva solo el apellido de la madre
La tendencia crece en la ciudad por los hogares monoparentales.
Hace dos semanas, Daisy Amarilla Paredes, de 33 años, dio a luz a una niña en la Maternidad Sardá. La beba se llama Agustina, es su quinta hija y la primera de todos que lleva solamente su apellido. Es que al momento de anotarla en la delegación del Registro Civil que funciona en ese hospital decidió inscribirla únicamente como hija suya. “Si los padres no se ocupan, ¿para qué les voy a poner el apellido? Al final la única que los mantiene soy yo”, explica la joven, que vive en la villa Zavaleta. Como Agustina Amarilla, uno de cada 11 chicos nacidos en la ciudad no lleva el apellido del padre.
Las filiaciones únicas, en las que el padre no se presenta ni concurre a hacer un reconocimiento posterior, representan el 9% de los nacimientos porteños, según datos del Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas. Engloban tanto los casos de padres que no se hacen cargo de sus hijos como los de mujeres que deciden emprender la maternidad por su cuenta.
Para Mariano Cordeiro, director del Registro Civil, dependiente del Ministerio de Gobierno, si bien en algunos casos existen reconocimientos posteriores de padres, se advierte la existencia de un nuevo modelo de familia monoparental como producto de una decisión consciente y voluntaria de la madre.
“Los hogares monoparentales son el tipo de hogar que más creció en las últimas décadas en relación con el incremento de los divorcios y separaciones conyugales”, señala Victoria Mazzeo, profesora titular de Demografía Social de la carrera de Sociología de la UBA.
Según describe, este aumento se corresponde mayormente con el incremento de madres solas con sus hijos, o con sus hijos y otros allegados. Y este universo de jefaturas femeninas es vulnerable, ya que las mujeres cargan con la responsabilidad del aporte económico y del trabajo doméstico.
“Si décadas atrás las mujeres callaban su dolor en soledad y llevaban adelante la crianza de sus hijos, en estos tiempos pueden expresar sus decisiones, actuar con libertad, compartir sus vivencias con quienes las apoyan y responder a las críticas de una parte de la sociedad que se resiste a estos cambios”, eplica el Dr. Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo. Para el especialista, el término de familia monoparental se ajusta más a este modelo, ya sea porque la mujer decide tener un hijo que no estaba presente como deseo en su proyecto de vida o bien porque desea ser madre y busca los medios para lograrlo.
Menos problemático
Cuando nació Dante, Rocío Vargas tenía 25 años y no quería sumarse más problemas. “El padre nunca se hizo cargo y yo no quise tener que confrontarlo, hacer todo el papeleo, enfrentar un juicio. Elegí ponerle solo mi apellido para no tener conflictos con él y para hacer un poco más fácil mi vida”, cuenta la joven, que ahora tiene 30. Cuando fue a anotar a su hijo en la sede del Registro Civil de Montecastro, le preguntaron por el padre, dijo que no existía y le dieron los datos de contacto de un mediador por si quería empezar una demanda de filiación. “Pero el papel quedó tirado por ahí”, dice.
Mariana Faccio nunca se sintió una clásica Susanita; desde muy joven supo que quería ser una profesional exitosa y se propuso trabajar intensamente con ese objetivo. Paralelamente, a los 30 años se casó y a los 35 se separó. “Cuando me divorcié, pensé que iba a conocer mil hombres con los que iba a tener la posibilidad de tener mil hijos. Ya cuando cumplí 41 pensé que la posibilidad de conocer a alguien, enamorarnos, llevarnos bien, compartir el deseo de ser padres, buscar un hijo y quedar embarazados en tres años era un emprendimiento casi imposible; había muchísimas variables que no podía controlar”, recuerda.
De pronto se encontró con un deseo muy profundo de ser madre, la amenaza del reloj biológico y la decisión de no relegar nada por no estar en pareja. “Me dije: ¿por qué no sola? Y no lo dudé nunca”. Acudió a un banco de esperma en Salta, donde vivió un tiempo por trabajo, se realizó una fecundación in vitro mediante un donante anónimo y quedó embarazada en el primer intento. Había un 15% de posibilidades de que fueran mellizos y así fue: Manuel y Lorenzo nacieron en marzo de 2017.
“Cuando me enteré de que eran dos, estuve diez días y diez noches sin dormir –relata Mariana–. Había pensado que con un hijo me las iba a arreglar bien, me lo colgaba en la mochila y seguía viajando por trabajo”. Pero la realidad alteró los planes. Su primera resolución fue volver a vivir a Buenos Aires, donde hoy trabaja como gerente de Relaciones Institucionales en una petroquímica.
Los mellizos ya están por cumplir dos años y Mariana siente que tenerlos sola fue la mejor decisión que tomó en su vida. En la crianza la ayudan su mamá y una niñera. Los únicos dos momentos en los que hasta ahora sintió la falta de un padre fueron en el curso de preparto y el momento en que entró a su casa por primera vez con sus hijos. “Volví con los dos huevitos y pensé: toda la responsabilidad está en mis espaldas”, admite.
Más de una vez le reprocharon que su decisión era egoísta. “Son hijos muy deseados a los que les doy mi vida. Y también tienen tíos superpresentes, a mis primos y a sus abuelos”, responde.
“Muchas veces cuando digo que soy madre soltera la gente se me queda mirando con lástima. Yo digo con una sonrisa y bien fuerte que lo mío es una elección: sí, soy mamá sola con orgullo”, concluye.
Tratamientos
En el Centro de Investigaciones de Medicina Reproductiva (Cimer) observan que en los últimos cinco años se incrementaron las consultas de mujeres solas que quieren acceder a tratamientos reproductivos. Ellas hoy representan el 32% de las muestras que provee el banco de esperma, cuando hace diez años eran apenas el 6%. Ayudadas por la ley 26.862 de reproducción médicamente asistida, que desde 2013 provee acceso integral para todas las personas que no pueden procrear por medios naturales, se dispararon las consultas.
“La ley generó una demanda por la cobertura en una población que no había accedido hasta entonces. La gente se informó y hoy tiene la disponibilidad de acceder a un banco de esperma”, detalla Stella Lacuna, directora del instituto.
Hace treinta años que Lacuna se dedica a brindar tratamientos de fertilidad y ve un cambio notorio a través del tiempo. “En los 80 venía la mujer sola al consultorio, se hacía todos los estudios y solo al año aparecía el varón para un espermograma. La fertilidad era un tema tabú que no se hablaba en familia. En la década del 90 comienza a aparecer el varón en la consulta, que se anima a preguntar y empieza a asumir la dificultad reproductiva. Y ya a partir de 2013, cuando se empieza a discutir la ley, aparece la dimensión de las parejas igualitarias. Y vuelve la mujer sola al consultorio”, describió.