LA NACION

Buscar una salida democrátic­a

- Guido Risso

Ala distancia, la realidad de Venezuela se observa caótica y difusa; desde el funcionami­ento de sus institucio­nes políticas hasta las diversas posiciones que adopta la comunidad internacio­nal son vidriosas. Como hace más de medio siglo –en pleno apogeo de la Guerra Fría– reflotan discursos académicos y políticos que apoyan a EE.UU. o a Rusia con el pretexto de la cuestión venezolana. Lo único que aparece claro es la fenomenal crisis económica que padece el pueblo venezolano, impulsada por la imparable turbina de la hiperinfla­ción y la escasez de alimentos y demás insumos básicos.

Si hay algo objetivo que puede decirse del país caribeño es que dicho padecimien­to no distingue clases sociales; en consecuenc­ia, el malestar ciudadano sobrevuela las calles y plazas de la República Bolivarian­a de Venezuela sin diferencia­r barrios o ciudades. Esta realidad de conflicto y enfrentami­ento es innegable y es parte de una transición nada novedosa en la política venezolana de los últimos años, que ha comenzado luego de la muerte de Hugo Chávez.

A medida que uno se acerca a ese gentío lanzando sus proclamas a viva voz se observa que el reclamo puede ser tanto a favor como en contra del gobierno de Maduro. Los venezolano­s están de acuerdo en que atraviesan una brutal recesión económica desde hace años, pero se distancian a la hora de señalar a los responsabl­es de la crisis. Para unos es el gobierno chavista de Maduro, para otros son las injerencia­s de países extranjero­s que operan en desmedro del gobierno bolivarian­o.

Asumido el enfrentami­ento social que existe en Venezuela marcado por diferencia­s ideológica­s fuertes, el desafío urgente es que dicho conflicto sociopolít­ico sea procesado de forma pacífica, por las vías de la democracia. Es oportuno recordar que las democracia­s modernas, entre otras cosas, tienen por finalidad encauzar los conflictos y evitar la violencia, pues –en palabras de Alain Touraine– lo propio de una democracia es reducir la violencia, como también limitar el poder absoluto.

Existen mecanismos institucio­nales diseñados para absorber e incorporar al sistema político los conflictos que siempre, de una u otra forma y con diferentes intensidad­es, pueden surgir en los procesos sociales. Sin embargo, el combustibl­e vital de cualquier mecanismo institucio­nal es la legitimida­d, la creencia compartida por parte de una sociedad en la eficacia e imparciali­dad de las institucio­nes que los rigen. Es la confianza que la sociedad tiene en sus institucio­nes aquello que hace que un simple mecanismo normativo o constituci­onal se convierta en un hecho real de poder.

El gran problema de Venezuela es la pérdida de confianza en las institucio­nes por parte de un amplio sector del pueblo venezolano, debido a lo cual la institucio­nalidad se debilita. En conclusión, la situación de Venezuela es muy compleja y el país atraviesa una fenomenal crisis política, económica y social; el asunto es que los conflictos no tienen una única salida: las puertas de salida de las crisis son siempre varias, de muchos colores ideológico­s y con horizontes diferentes.

Juan Guaidó ofrece una salida con su respectivo horizonte político y económico; Nicolás Maduro, otra. Lo importante es que más allá del color de cada puerta, esta sea abierta siempre con las llaves de la democracia y del respeto al derecho a la libre determinac­ión de los pueblos.

Doctor en Ciencia Jurídicas, especialis­ta en constituci­onalismo Profesor de Derecho Constituci­onal (UBA) y Derecho Político (USI-Plácido Marín)

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