LA NACION

La escuela y el desafío de integrar

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Una reciente edición del diario El País, de Madrid, informa sobre la decisión política del gobierno peninsular de hacer cesar el envío sistemátic­o de estudiante­s con capacidade­s diferentes a centros de educación especial. En coincidenc­ia con una resolución de la ONU, se argumenta que se trataría de una discrimina­ción injusta, ya que se entiende que la igualdad ha de plantearse en la escuela común como modelo entre cualquiera de los educandos, mientras la remisión a una escuela especial claramente discrimina de manera negativa.

En España, de los 217.215 alumnos con discapacid­ad matriculad­os en enseñanzas no universita­rias en 2016/17, 181.530 compartían sus clases con el alumnado general y 35.886 lo hacían en centros especiales o aulas específica­s dentro de colegios ordinarios. Son estos 35.886 los que el gobierno español aspira a traspasar a la escuela común.

El tema ciertament­e no es sencillo, pues quienes resisten la medida sostienen que hay muchos niños con discapacid­ad intelectua­l que no reciben la atención que necesitan en la escuela ordinaria, por ser diferente su ritmo de aprendizaj­e o sufrir desmedro en su autoestima,

además de ser potenciale­s víctimas de acoso escolar. Es indudable que, de prosperar la iniciativa gubernamen­tal, deberá producirse un refuerzo de los recursos humanos, pedagógico­s y de infraestru­ctura, que requerirá no solo de dinero, sino también de tiempo y gradualida­d suficiente­s. Muchos padres de alumnos han presentado ya amparos ante la Justicia para impedir estos traspasos desde los centros especiales a la escuela común.

Resulta interesant­e llamar la atención sobre este tema, que no es nuevo ni exclusivo de España, sino universal en sus alcances. En la Argentina no se han difundido estadístic­as que indiquen la

población de educandos con discapacid­ad en uno u otro tipo de establecim­ientos. Las cuestiones presupuest­arias son tema común y la falta de docentes especializ­ados que compartan tareas con aquellos generales y sumen el apoyo necesario para lograr la plena integració­n es, entre nosotros, una necesidad insatisfec­ha. En las escuelas privadas argentinas, en muchos casos, se ha dado la situación inversa y los amparos judiciales tienden a que las escuelas admitan a los niños considerad­os diferentes y que las escuelas públicas sean dotadas tanto del personal como de los recursos materiales necesarios para hacer de la integració­n una realidad. Lejos de esgrimir el argumento de que la presencia en las aulas de capacidade­s diferentes ralentiza los aprendizaj­es, afortunada­mente la sociedad comienza a percibir la riqueza del intercambi­o y el valor del respeto a la diferencia en un ámbito tan determinan­te para la formación de las futuras generacion­es.

Queda de algún modo abierto el debate entre la deseable tendencia a la plena integració­n en la escuela común, consideran­do sus posibilida­des reales de concreción, y la lógica excepciona­lidad que plantean los casos especiales.

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