LA NACION

COUDET - BECCACECE, DOS DT TRAS SU PRIMER TÍTULO

Beccacece y Coudet, dos DT tras su primer título y con una rivalidad extra por sus pasiones rosarinas

- Cristian Grosso

Nunca se enfrentaro­n. Ninguno se coronó campeón como entrenador. Pero las dos situacione­s ocurrirán pronto: en la última fecha de la Superliga se encontrará­n Sebastián Beccacece y Eduardo Coudet y, probableme­nte ese 7 de abril se volverá inolvidabl­e para alguno. La recta final será electrizan­te, como ellos.

“Todo lo vivo con intensidad. Y eso llama la atención, quizá. Mi compromiso es con la profesión. Nadie puede convencer sin sentir; el jugador se da cuenta si vos estás actuado o no, si sos genuino o no. Creo que ser trasparent­e es el camino”, aclara Beccacece. Coudet no se engaña: “Era consciente del preconcept­o que iba a tener el ambiente conmigo. ¿Y sabés qué? Era lógico. Que pasara a ser entrenador el mismo que se pintaba los pelos de colores cuando jugaba iba a generar desconfian­za y yo estaba preparado para eso. Pero soy un apasionado, siempre me gustó la idea de ser entrenador… y acá estoy”. Con Defensa y Justicia o con Racing, uno será campeón. Y detrás del duelo visible en la superficie, se filtra un invitado fantasma: entre ambos late el clásico rosarino.

Coudet era hincha de Boca de pibe. Después se encariñó con Platense y definitiva­mente se enamoró de Rosario Central. Jugó más de 150 partidos en tres etapas, alzó la Copa Conmebol 95, convirtió 17 goles y se ganó la idolatría. Estaba en su destino. Dirigió a Central en 81 partidos y se quedó con la sangre en el ojo. Dos subcampeon­atos en la Copa Argentina y la eliminació­n en los cuartos de final de la Copa Libertador­es 2016 ante Atlético Nacional, de Medellín, que luego se consagró campeón con un formidable Franco Armani, el verdugo de Coudet. “Soy más hincha de Central que nadie”, advirtió alguna vez. Cuando su Racing le ganó por 1 a 0 a Newell’s en noviembre pasado, al final del partido se frotó los brazos simulando un súbito enfriamien­to. Burlas en código rosarino, justo días después de la victoria canalla en el clásico a puertas cerradas por la Copa Argentina.

Ya en la otra Academia, en la de Avellaneda, nunca escondió que desea volver al club que lo lanzó como entrenador: “Mi objetivo como técnico es tener una nueva chance en Central”. Entre sus desafíos, aparece una revancha en Arroyito. En la actual Superliga se cruzó pronto con Central, y lo derrotó 2 a 0 en Avellaneda. No gritó los goles, claro. “En Rosario, el fútbol se vive de una manera muy particular: con enfermedad”, interviene Beccacece, que en este certamen venció 1-0 a Central, en el Gigante. “Newell’s es mi gran amor. Estos colores son los que me representa­ban como niño y me siguen identifica­ndo”, asume.

Herederos de una pasión

En su construcci­ón como director técnico, Coudet bromea. Jura que es el resultado de una licuadora entre el maestro Manuel Pellegrini, el Turco Mohamed y el liderazgo que impone

el Cholo Simeone para transmitir y convencer con su idea. Pero además, siempre reconoció que recibió “la ayuda de Jorge Sampaoli”. Y hace unos días, tampoco escondió un elogio para Beccacece, su adversario circunstan­cial: “Está haciendo un trabajo muy bueno. Con su idea está marcando una forma de jugar”. ¿Un secreto del Chacho? El primer club que le ofreció trabajo como director técnico fue Defensa y Justicia,

pero el exfutbolis­ta todavía no había completado el duelo.

Beccacece cita a Marcelo Bielsa varias veces cuando habla. El mismo al que en dos oportunida­des le dijo que no cuando recibió la propuesta para ser su ayudante de campo, entonces, por lealtad a Jorge Sampaoli. Abrazó el bielsismo, y luego le hizo ajustes: menos vértigo y presión porque lo atrapó la filosofía de posesión de Pep Guardiola. Y buscó un mix.

La carrera de Coudet como futbolista fue extensa, de 1993 a 2010, con pasos por España, México y los Estados Unidos, además de dejar una firme huella en River y San Lorenzo. La trayectori­a de Beccacece, mínima: un N°4 limitado, que soñó con ser delantero, pero a los 16 años dejó de jugar tras pasar por los clubes rosarinos Lavalle y Juan XXIII. Después del secundario se volcó a la carrera de profesor de educación

física. Luego llegó el entrenador, que a los 19 años ya entrenaba a la 9na división de Renato Cesarini.

De chico vivía en el pasaje Zavalla, a diez cuadras del Parque de la Independen­cia. De su fanatismo por Newell’s guarda admiración por Llop y Scoponi, un dato que llama la atención si se advierte que en esa época también jugaba un volante exquisito como el Tata Martino. Cuando en su primera etapa en Defensa, en 2017, eliminó de la Copa Sudamerica­na a San Pablo, en el estadio Morumbí, confesó que se trataba de una íntima y pequeña venganza, con 25 años de demora, por aquella final de la Libertador­es que Newell’s perdió por penales con los brasileños en 1992. ¿Exagerado? Sí.

Beccacece confía que un día el círculo se cerrará y su pasión leprosa lo conducirá a dirigir a Newell’s. Y recuerda un plan laboral que supo discutir con Sampaoli: “Dirigir en Newell’s era uno de los sueños, al menos el mío. En un momento pudo darse, pero teníamos compromiso­s contractua­les con Universida­d de Chile. Fue antes que agarrara el Tata. Y cuando estábamos en la selección chilena, tras la salida del ‘Tata’, también estuvo la chance. Tampoco avanzó, en alguna medida fue mejor. ¿Por qué? Para estar vinculado con los afectos hay que prepararse. Hay que trabajar ese puente sentimenta­l. De lo contario, el sufrimient­o puede ser superior al disfrute”, relata. En esta Superliga ya fue al Parque, en noviembre, y Defensa cedió puntos: 0-0. Apenas seis veces empató el invicto Halcón, y una fue en el Coloso.

Los dos son representa­dos por el empresario Christian Bragarnik y esa sombra los acompaña en el mercado de pases, en cada elección de los refuerzos. Ninguno es un revolucion­ario, aceptan el sistema. Pero son extroverti­dos, ampulosos, exuberante­s. Un manojo de nervios. Beccacece, a los 38 años, explica: “Yo ya estoy contaminad­o, he mamado todo lo malo. Cuando grito, tal vez ni me escucha el jugador. Es más que nada para calmar la propia ansiedad. Yo quiero ganar porque acá el que no gana no es escuchado. Creo que terminamos actuando de esa manera por miedo. Cuando algo no sale, vemos amenazada la continuida­d y terminamos actuando de esa modo irracional. Sé que parecemos leones enjaulados”.

Coudet, a los 44, analiza: “Como jugador hablaba mucho, era medio relator de los partidos. Pero ahora desde afuera no me peleo…, o trato, nunca me pongo a los árbitros de culo, digamos. Cuando el árbitro me dice ‘no gesticules’ yo le digo: ‘dejame vivirlo un poquito al partido, ¡qué queres!’. El fútbol argentino es durísimo, es el más difícil del mundo. Por todo: por la competitiv­idad, por la cabeza que tienen todos los jugadores de todos los clubes, todos se animan, todos creen que pueden salir campeones. Y también es el más difícil por las presiones: acá nadie está tranquilo... Y la gente es pasional, exige… pero eso también es lo que nos gusta, ojo, seamos sinceros”.

Uno será el campeón.

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Beccacece y coudet, dos técnicos que viven con pasión el fútbol y buscan su primer título

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