Hombres y mujeres
Este lunes se produjo algo así como un “Big Bang femenino”: las redes digitales por las que circula la información a la velocidad de la luz explotaron de mensajes vinculados con el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, celebración adoptada en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas para intentar superar la brecha de reconocimiento que existe con respecto al trabajo y la capacidad de hombres y mujeres.
En el país, aunque en los escalones inferiores de la carrera del investigador los números de mujeres exceden ligeramente los de los
hombres, en las llamadas “ciencias duras” (tecnología, ingeniería y matemáticas) apenas alcanzan el 30%. En algunos espacios, esas cifras son muy menores: solo el 11% de las universidades tiene mujeres rectoras y en el Instituto Balseiro ellas son apenas el 10% (sin contar con que no hay ninguna profesora titular).
Que esas diferencias todavía existan a esta altura de los acontecimientos solo puede explicarse por las persistentes barreras simbólicas y culturales que, aun sin evidencia objetiva, asocian “lo femenino” con “lo blando, lo subjetivo y lo emocional”, que son valores
contrapuestos a los que se suponen fundamentales para hacer buena ciencia, asociados con “lo masculino, la abstracción, la razón, la universalidad y la neutralidad”, como destaca Lucía Ciccia, neurobióloga especializada en temas de género que, doctorada con honores, no recibió beca de posdoctorado y debió aceptar una posición como investigadora asociada en la Universidad Nacional Autónoma de México.
El impulso masivo para visibilizar la tarea de las mujeres en la ciencia fue verdaderamente abrumador e incluyó notas periodísticas, homenajes a pioneras que se rebelaron contra las convenciones de su tiempo y estadísticas de todo tipo. La revista The Lancet hasta preparó un número especial que reunió columnas de opinión y estudios seleccionados entre más de 300 presentaciones llegadas de 40 países. Esta colección de análisis que abarcan más de 150 páginas llega a la conclusión de que se requieren cambios en los sistemas de trabajo que incorporen “enfoques feministas”.
Las pruebas de que las mujeres
todavía parten en desventaja solamente por serlo están por todos lados. A las investigaciones que indican que ganan sueldos más bajos y que son menos valoradas para dirigir proyectos de investigación y desarrollo se suman los datos que indican que son menos invitadas como speakers en congresos internacionales y menos valoradas cuando solicitan subsidios.
Sin embargo, y a pesar de que las declaraciones en favor de la equidad y la diversidad ya son un lugar
común, los problemas persisten. Entre otras cosas, porque con demasiada frecuencia los programas que se lanzan para promover el avance de las mujer “localizan la fuente del problema y, por lo tanto,
la solución dentro de las mujeres y su propio comportamiento”, acierta el editorial que encabeza esta compilación monográfica.
Tal vez lo más interesante es que los trabajos aportan evidencias de los beneficios sociales y económicos que podrían lograrse si la inequidad se dejara de lado. Entre otros, varios estudios muestran que equipos más diversos e inclusivos conducen a una mejor ciencia y a organizaciones más exitosas.
Como concluye The Lancet, continuar con la desigualdad de género es inexcusable. Ser “feminista”, afirma, es querer para todas las personas la liberación de los patrones de roles sexistas, la dominación y la opresión: “No es solo una cuestión de justicia y derechos, es crucial para producir la mejor investigación. (...) La lucha por la equidad de género es responsabilidad de todos, y esto significa que el feminismo también es para todos: para hombres y mujeres, investigadores, clínicos, financiadores, líderes institucionales y, sí, incluso para revistas médicas”.
La lucha por la igualdad de género es para todos: para hombres y mujeres (...) incluso para revistas médicas