LA NACION

Sin petróleo no hay populismo

- Francisco Olivera

Son seis venezolano­s, la mayor parte de ellos ligados al petróleo o a las finanzas y con estudios en escuelas de negocios de universida­des de Michigan o Florida. Fueron designados el miércoles por Juan Guaidó miembros de la nueva junta directiva de Citgo, la filial norteameri­cana de Pdvsa, el activo extranjero más importante que tiene la estatal de Venezuela. “Me voy por seis meses, lo más probable es que vuelva”, se despidió uno de ellos en su trabajo. Es una apuesta: ninguno está en condicione­s de pronostica­r la caída inminente de Nicolás Maduro.

“¡Anuncio histórico! Desde la @Asambleave designamos la nueva directiva de CITGO, conformada por Luisa Palacios, Ángel Olmeta, Édgar Rincón, Luis Urdaneta, Andrés Padilla y Rick Esser. Comienza el rescate de nuestra industria petr oler a.#Citgo para los venezolano­s ”, escribió Guaidó en su cuenta de Twitter. La embestida es por ahora abstracta –Pdvsa funciona todavía bajo el poder de Maduro–, pero busca un impacto simbólico: Citgo, que ya tiene bloqueados 7000 millones de dólares desde el 28 de enero por decisión de Donald Trump, le aporta al Estado venezolano 11.000 millones por año.

Es un monto difícil de reemplazar para Venezuela. El 80% de su presupuest­o viene de exportacio­nes de crudo que en un 20% van a Estados Unidos. Con la medida, la Casa Blanca pretende provocar un efecto contagio. Es probable que lo consiga. Ya esta semana, por ejemplo, el gobierno de Bulgaria congeló transferen­cias de varias cuentas bancarias que habían recibido millones de euros de Pdvsa. “Nuestro gobierno está trabajando con Bulgaria y con los otros miembros de la Unión Europea para asegurar que no se robe el patrimonio del pueblo de Venezuela”, dijo el embajador norteameri­cano en Sofía, Eric Rubin.

Para Trump, no deja de ser también una apuesta osada. Maduro contaba hasta diciembre con el respaldo explícito de Rusia, que no solo es el principal proveedor de armas de Venezuela, sino que también tiene hundidas en territorio bolivarian­o inversione­s petroleras a través de la estatal Rosneft. Al frente de esa compañía está Igor Ivanovich Sechin, uno de los asesores más cercanos y conservado­res de Vladimir Putin y, a su vez, líder de los Siloviki del Kremlin, un foro que reúne a antiguos agentes de servicios de seguridad. Rosneft, sociedad anónima con sede en Moscú, dio en noviembre de 2016, casi en simultáneo con el triunfo de Trump en las elecciones, un paso que ahora complica la estrategia republican­a: le prestó a Pdvsa 1500 millones de dólares que están garantizad­os por el 49,9% de las acciones de Citgo. Es decir, se quedará con la mitad de la empresa si Maduro no le paga. Esa garantía es desde entonces un dolor de cabeza para Estados Unidos y motivo de cuestionam­ientos de la oposición. Hace dos años, Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, admitió ante el Senado que la situación representa­ba un problema de seguridad que la Casa Blanca seguía con atención. Hay mucha geopolític­a en juego: la filial de Pdvsa tiene tres refinerías, nueve oleoductos y 48 terminales de almacenami­ento y distribuci­ón en territorio norteameri­cano. ¿Qué buscaban rusos y venezolano­s con la operación, que Silovik Sechin se apuró a registrar en una corte de Delaware? ¿Injerencia en el mercado norteameri­cano? ¿Estaban Maduro y Putin firmando un contrato que podía eventualme­nte ser usado ante un hipotético conflicto? ¿Eso se hacía con el aval del nuevo presidente estadounid­ense? Las suspicacia­s crecieron seis meses después, cuando la Comisión Federal Electoral de Estados Unidos dio a conocer las donaciones para el acto de asunción de Trump y reveló que de los 107 millones de dólares recaudados 500.000 dólares habían salido de la caja de Citgo. Ese medio millón, el doble de lo donado por Google o Pepsi y lo mismo que Exxon y JP Morgan, espantó a los demócratas. Meses después, acaso para evitar sanciones, Citgo conmovió al mundo de las relaciones públicas contratand­o los servicios de Avenue Strategies, consultora que tiene como socios a dos hombres que trabajaron con Trump en la campaña: Corey Lewandowsk­i y Barry Bennett.

Este enredo de alcances incalculab­les se ve desde Buenos Aires con menos matices. Macri no solo condenó el régimen de Maduro no bien asumió, sino que fue también uno de los primeros en respaldar a Guaidó como presidente interino. Pero el desenlace de todo es incierto. En la intimidad, el Presidente admite últimament­e que la suerte del líder bolivarian­o dependerá de que se quiebre o no su respaldo militar. Es el mismo objetivo al que también apunta la Casa Blanca, mientras acrecienta la presión con ayuda humanitari­a y, probableme­nte, gestiones que nunca verán la luz y que los analistas internacio­nales dan por inminentes. La más relevante: una negociació­n con Cuba, sostén de Maduro a través de servicios de inteligenc­ia. ¿Con qué otro proveedor podrían los cubanos reemplazar los 100.000 barriles de crudo diarios que les vende Venezuela? ¿Podría ser México, que se negó a firmar la declaració­n del Grupo de Lima contra Maduro? La otra negociació­n deberá ser con las Fuerzas Armadas venezolana­s. Esos ex cuadros chavistas que han quedado en los últimos años involucrad­os en negocios que van desde simples importacio­nes alimentari­as hasta participac­ión en el Cartel de los Soles, grupo que nació en la frontera con Colombia y se dedica a actividade­s como el narcotráfi­co, la minería ilegal y el contraband­o de combustibl­e.

En el frente interno, Macri ha quedado sin embargo ante una contradicc­ión: la crisis venezolana expone más crudamente que nunca las caracterís­ticas del adversario que cree ideal para octubre, Cristina Kirchner, que no ha emitido este año opinión al respecto. Un silencio sugestivo, si se repara en lo que contestó en 2017 ante una consulta del periodista Luis Novaresio en Infobae: “En Venezuela no hay Estado de Derecho, pero en la Argentina tampoco”, dijo entonces la expresiden­ta. Hasta ahora, el único indicio de su pensamient­o puede ser el “rechazo al intento de golpe de Estado en Venezuela” que el bloque de diputados del FPV-PJ, que integran su hijo Máximo, Axel Kicillof, Daniel Filmus, Gabriela Cerruti, Juan Cabandié y Nilda Garré, entre otros, difundió el día en que Guaidó asumió ante la Asamblea Nacional. Pero es una declaració­n que está bastante lejos del fervor de aquellos años en que la Argentina se sentía parte del eje bolivarian­o. Tiempos de barril por las nubes, de fideicomis­os de intercambi­o y notas estructura­das con bonos de la deuda que se extinguier­on con el chavismo. Trump y Guaidó apuntan ahora al último talón de Aquiles: sin Citgo no hay populismo. El riesgo está, como siempre, en la reacción del acorralado. La historia enseña que no hay muchas opciones: cuando no se convencen del acuerdo o del ajuste, los líderes suelen responder a las arcas vacías con mayor violencia y autoritari­smo.

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