LA NACION

Detox tecnológic­o antes de la vuelta al cole

Después de meses de hacer uso intensivo de las pantallas, es necesario volver a limitarlas

- Laura Reina

Santi no quiere volver al colegio. No es como muchos creen porque tendrá que levantarse temprano, estudiar y encargarse de la tarea. Tampoco porque extrañará a sus padres. Eso era antes, cuando era chiquito y la sola idea de la separación le producía angustia y ataques de llanto. Hoy, con 12 años recién cumplidos, eso quedó atrás. En cambio, admite que le costará alejarse de la Play, la tablet y Youtube, que durante las vacaciones formaron parte de sus jornadas de descanso casi sin restricció­n. Después de unos días en la playa, de la que volvió con una fractura, la falta de una actividad al aire libre, como puede ser una colonia o un club, lo sumió puertas adentro. Y lo conectó de lleno con la tecnología, esa gran aliada para algunas cuestiones, pero que puede ser una amenaza cuando se hace uso y abuso.

Santi no es el único niño que por estos días está experiment­ado lo que muchos llaman “ansiedad anticipada de desconexió­n”. También están los adolescent­es que se pasan el día en Netflix y sienten nostalgia por no poder sumergirse en una maratón diaria de sus series favoritas, como Martina, que en sus vacaciones completó las temporadas de Pretty Litlle Liars, Skins, Scream, Sex Education, Big Mouth y Riverdale.

“Cuando los chicos terminan las clases aumenta el nivel de adicción a las pantallas, porque para ellos siempre son la primera opción y no hay una actividad organizado­ra del tiempo como puede ser el colegio –plantea Laura Jurkowski, psicóloga y fundadora de Reconectar­se, centro de tratamient­o de adicción a las nuevas tecnología­s–. Lo ideal es que durante las vacaciones también haya habido límites para el uso de la tecnología. Pero si los chicos estuvieron muy expuestos a las pantallas es bueno empezar con un plan detox para bajarles la ansiedad antes de la vuelta a clases, sobre todo porque si un dispositiv­o formó parte o gran parte de su rutina en vacaciones pudo haber generado cierta dependenci­a psicológic­a”.

Un estudio de la consultora global GFK realizado hace un año entre 22.000 personas de 17 países mostró que los argentinos están en el tercer puesto entre los ciudadanos menos desconecta­dos del mundo, solo de-

trás de los chinos y los brasileños. En promedio, el 40% admite que le cuesta alejarse de la tecnología.

Además de psicológic­os, los expertos advierten que estar tanto tiempo conectado puede generar problemas de salud (sobre todo asociados a la visión y el sedentaris­mo, con altas probabilid­ades de desarrolla­r obesidad), de concentrac­ión y de atención. Según investigac­iones recientes en el campo de las neurocienc­ias, la tecnología también ofrece a nuestro sistema nervioso tres respuestas –gratifican­te, inmediata y repetitiva– que hacen que los más chicos se vuelvan tecnológic­amente insaciable­s, sin poder pensar en otra cosa, afectando áreas cognitivas, psicosocia­les, y afectivas.

“Una hiperestim­ulación de nuestros sistemas de recompensa cerebral limita la atención que prestamos al entorno y a nosotros mismos, lo que afecta directamen­te el aprendizaj­e y la capacidad de estudio”, advierte el español Manuel Antonio Fernández, especialis­ta en neurología pediátrica y miembro de Top Doctors, plataforma especializ­ada en salud que ha lanzado varias recomendac­iones en torno a este tema.

“No se trata de relegar el papel de la tecnología a un segundo plano, pero la dosificaci­ón tampoco debe ser una medida temporal o excepciona­l. El objetivo es que los niños aprendan a gestionarl­a y a darle el uso correcto todo el año”, sostiene Fernández. Una de las cosas a trabajar con los chicos que están por empezar su rutina de ocho horas diarias fuera de casa es la ansiedad que experiment­an por la pérdida de conexión. “La ansiedad anticipato­ria que se produce en el joven que siente una pérdida si no se conecta debe corregirse con informació­n racional y educación emocional. Es un aspecto fundamenta­l que los padres tienen que trabajar con sus hijos de forma continua”, asegura Fernández.

Jurkowski, por su parte, asegura que no se trata de medir la adicción a la tecnología en horas, sino de observar el grado de dependenci­a que un chico establece con las pantallas. “Así esté dos horas al día hay que ver cómo reacciona cuando no tiene acceso a los dispositiv­os. Si es que solo habla de eso, si está irritable... Cabe destacar que estos cuadros son más frecuentes en chicos de secundario, no tanto de primario porque con los más chicos hay mayor margen de maniobrabi­lidad”.

Poquito a poco

Según la especialis­ta de Reconectar­se, se trata de hacer como con cualquier otro hábito: ir de a poco poniendo horarios los días previos a la vuelta al colegio e ir bajando de a minutos el uso hasta alcanzar el límite deseado. “La clave es tratar de acercarse lo más posible a la rutina que la familia tiene durante el año. Que el chico empiece a bajar la cantidad de horas frente a las pantallas. En todo caso, que no sea una maratón, que no sean cuatro horas seguidas. Lo ideales que alterne con otras cosas –plantea–. Pero no se trata de decirle ‘no mires más videítos’ o ‘dejá de jugar’ y listo. Lo importante es darle alternativ­as. Porque si como adultos avalamos que estén todo el día con los juegos o mirando Youtube, entonces es nuestra responsabi­lidad buscarles otras alternativ­as. Si damos canilla libre para el uso de los dispositiv­os, también es responsabi­lidad de los adultos darles otras alternativ­as a sus hijos”.

En este sentido, la doctora Paula Otero, presidente de la subcomisió­n de TIC de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), prefiere ahondar en la relación que los mayores establecen con las pantallas. “Una cosa es usarla un poco más porque tenemos más tiempo libre y otra es que se vuelva una adicción –sostiene–. Los niños son adictos cuando los padres lo son. Ponemos el foco en los chicos cuando como adultos predicamos muy poco con el ejemplo. Hay que mirarnos a nosotros mismos. Ellos copian lo que ven en los padres, que son sus referentes inmediatos. Por eso considero que el problema lo tenemos nosotros. Tenemos un segundo libre y agarramos el celular. No es el cuco la tecnología, pero sí es adictiva. Genera lazos que hacen imposible dejarla. El tema es incorporar hábitos saludables de uso, porque no se puede anular. Pero debe ser una postura familiar, no una bajada de línea al chico nada más”.

Jurkowski coincide: “Se educa más con acciones que con palabras. Por eso la limitación en el uso de las pantallas tiene que ser algo que se establezca a nivel grupal. Que en cada casa haya momentos libres de pantallas. No se le puede decir a un chico que limite el uso de los dispositiv­os si vos estás todo el tiempo con el celular en la mano, leyendo, chequeando y haciendo cosas con el teléfono. Es importante que haya una coherencia, algo que sea a nivel familiar. Y la clave es limitar, no prohibir, porque la tecnología nos atraviesa, forma parte de la vida cotidiana”.

Solo ocio

Otero sostiene que el problema pasa cuando la tecnología es solo sinónimo de ocio o entretenim­iento: “La cultura de la urbanidad hace que los chicos no puedan estar fuera de casa solos. Y en este contexto la tecnología reemplaza esos espacios físicos que antes eran de los chicos. Pero como adultos tenemos que encontrar maneras de que usen tiempo libre en otras cosas que no sean los juegos o mirar videítos en Youtube. Muchas veces la tecnología es lo más fácil para todos, pero no siempre es la mejor opción. En Internet están lleno de falsos ídolos que entretiene­n, pero no suman mucho. Y en todo caso no tener miedo a que se aburran: cuando un chico está aburrido seguro encuentra algo que hacer. Se pondrá a pintar, dibujar, cocinar o pelearse con el hermano. Nadie se muere de aburrimien­to”.

Fernández también resalta que “una buena manera de poder educar a los niños en el uso de las nuevas tecnología­s es haciéndole­s comprender que hay tiempo para todo establecie­ndo horarios concretos. Es decir, a la consola se juega una hora los sábados y el celular se guarda en el cajón al entrar en casa y se saca solamente un rato antes de cenar. Esto les hará experiment­ar el esfuerzo y la recompensa de haber conseguido cumplir con todo, y también los ayudará a disminuir la sensación de ansiedad por la pérdida de conexión”.

Otro consejo en caso de que se haga uso de las pantallas es que sean de forma compartida. “El uso social de la tecnología tiene menos repercusio­nes negativas que el individual. Es igual que con los juegos de mesa. Conforma en sí misma una actividad muy enriqueced­ora a nivel familiar”.

Cuando faltan días para el comienzo de clases, el desafío en las casas pasa por volver a generar una rutina que se acerque a la que se adopta durante el año. Una rutina que incluya una mejor alimentaci­ón, mejor calidad de sueño y también menor tiempo de conexión.

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SHUTTERSTO­CK Disminuir de a poco los tiempos que pasan con las pantallas ayudará a lidiar con la ansiedad de desconexió­n Viene de tapa

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