LA NACION

Cleo y las dos caras del verano

- Silvina Ajmat

“ibiza es Ibiza y Punta del Este es Punta del Este”. Con esta contundent­e tautología una amiga me cuestiona ese lugar común que he usado hasta el infinito para hablar de esta ciudad como un destino de lujo y fiesta: “Es la Ibiza latinoamer­icana”. Comparació­n que reniega de la verdad tanto como de la identidad y del origen. A todas luces imprecisa. Me gustaría en este momento transporta­rme hasta la isla balear a buscar pruebas. La tecnología no ayuda, hace falta la experienci­a. Podría, si tuviera un kentuki.

El afán por husmear en la vida de otros lugares y de otras personas, y sobre todo, juzgarlas, es tan irrefenabl­e que se convirtió en tema de la última novela de Samanta Schweblin, Kentukis, tan universal que The New York Times la ubicó entre las diez ficciones del 2018. Se trata de la aparición en el mercado de un tipo de muñeco a través del cual uno puede meterse en la casa de otros en forma de mascota. También puede estar uno del lado del que es visto: el que mete en su casa al kentuki.

Los que se afanan por ver y ser vistos son personajes fijos de la temporada de verano en Punta del Este como en Ibiza. La diferencia está, quizás, en el grado de evidencia. Caminar por los alrededore­s de Pacha o Ushuaia, boliches de cabecera de la noche ibicenca, es encontrars­e con jóvenes lo más desnudos posible, lo más llamativos posible en el estado de embriaguez más alto posible. Ver mucho y ser muy vistos es el mandato. En la entrada de Tequila, el código es inverso: la moda más sofisticad­a impone menos piel y menos evidencia de lo que va a ocurrir puertas adentro. El mandato está teñido del qué dirán.

Hay una escena de Roma, la película del mexicano Alfonso Cuarón que provocó un boca en boca infernal este verano, que grita una verdad que trasciende fronteras. Cleo es invitada por la patrona a sumarse a sus vacaciones en la playa. Cleo es la empleada cama adentro de una familia adinerada del D.F. Cleo no es parte de la familia ni lo será, por mucho que los niños le declaren su amor. Cleo acepta viajar; luego, trabaja. No son vacaciones. Algunos interpreta­n que sí y arriesgan que el film tiene un final feliz. En fin, digresione­s. En Punta del Este como en Ibiza, las empleadas domésticas y niñeras visten uniforme. La brecha social no es excluyente de México: acá solo es más sincera.

Y mientras las Cleos con delantal cuidan a los niños, los adultos que buscan excesos los encuentran. Punta del Este sincera su descontrol puertas adentro. En la ruta 10 una fila de autos de varios kilómetros causa un caos de tránsito. Desde el pavimento no se escucha nada, solo se ven las lucecitas que enfilan hacia alguna chacra. En la entrada, la fiesta sigue siendo invisible. Antes hay controles de seguridad exhaustivo­s para no prevenir nada: adentro parece que todo vale. Canilla libre de alcohol y una multitud agitando brazos. Aquí está la postal del exceso que me faltaba para justificar el uso del desacertad­o cliché ante mi amiga. Veo a una chica entrar con una campera que no tarda en sacarse para mostrar un vestido demasiado provocativ­o. La veo bailar demasiado divertida en el medio de la pista. Seducir demasiado. Todo es demasiado. La juzgo. Bebe, ríe fuerte… ¿Si estuviera en Ibiza la juzgaría menos? Amanece y no acusa recibo. Nadie lo hace. Pasa música Guy Gerber, creador de las fiestas Rumors, un clásico de la “isla blanca”. Podríamos estar acá o allá. Pero estamos acá. La chica finalmente se cansa y se va. Ahora camina descalza y hace dedo. Es mucho. Tengo ganas de decirle, calzate, queda mal, ponete la campera, tapate un poco. No estamos en Ibiza. ¿Por qué importa dónde estamos? El qué dirán es argentino. Y la chica soy yo.

La moda impone menos piel y menos evidencia de lo que va a ocurrir puertas adentro

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