LA NACION

Inspirador

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El cine es un buen aliado al momento de influir. La muerte de Carrie Fisher trajo a la moda una reversión de la túnica blanca de su personaje de La Guerra de las Galaxias. Valentino la reinterpre­tó en vestidos largos y capas netas. Bill Cunningham, en otro orden, fue un influencer hecho y derecho. Captaba las tendencias en la calle mientras recorría NY en bici. Los cazadores de tendencias apostados a la entrada y salida de los desfiles captan ese caldo de cultivo. Esos momentos se convirtier­on en un negocio: las marcas visten a celebritie­s, actrices y bloggers y generan un show paralelo. Hay un marketing de la influencia. Los más de 5 millones de likes que tuvo Selena Gomez en su Instagram cuando publicó una foto tomando una gaseosa tiene detrás casi la misma cantidad de millones de dólares que le pagaron. Hay muchos que por tener de miles a millones de seguidores son considerad­os influencer­s. La influencia hoy es, sobre todo, comercial. Basta ver a Chiara Ferragni, quien dejó de ser una influencer para convertirs­e en un negocio. Pero en la influencia está la credibilid­ad que genera confianza. La verdadera influencia no es premeditad­a y los valores de quienes influyen están libres de intereses. Influir es ese poder honesto y silencioso que se potencia con la identifica­ción y genera confianza. El resto es business.

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El cine influye en la moda. Valentino reversionó la túnica blanca de la princesa Leia

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