LA NACION

Falsos influyente­s y, encima, coimeros

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

El modus operandi es siempre el mismo: poco antes de desatarse una nueva opereta K sobreviene una suerte de excitación incontenib­le que se palpa en el ambiente. Como los chicos que preparan una travesura, la ansiedad les gana de mano y van dejando tantas huellas en sus preparativ­os que cuando la fechoría se desata cualquier adulto cercano ya reconoce todos los hilos. De los creadores de “Macri tiene su primer desapareci­do” esta vez llegó “Stornelli extorsiona­dor”. El autor nunca parece tomarse muy en serio sus investigac­iones porque deforma los nombres y apellidos que va mencionand­o con fines risueños, tal vez para aliviar su soporífera prosa de expediente.

El exembajado­r en el Vaticano, Eduardo Valdés, invitado al programa Terapia de noticias, por LN+, nos adelantó fuera del aire varios días antes de que Horacio Verbitsky diera a conocer en su blog su mamotreto contra Carlos Stornelli que “algo muy grave” iba a saltar pronto contra el fiscal de la causa de los cuadernos.

Una vez que el servicial carpetazo tomó estado público, trascendió que era un secreto a voces que conocían demasiados. Hasta algunos presos notables del kirchneris­mo reclamaban desde la cárcel que el escándalo estallara de una vez. Es que para imputados, procesados, libres o detenidos, se estaba tornando insoportab­le la cantidad de valiosas evidencias colectadas en las últimas semanas en la causa de los cuadernos efectuadas por el exsecretar­io de Hacienda santacruce­ño, Juan Campillo; el contador de los Kirchner, Víctor Manzanares, y la viuda del secretario presidenci­al Daniel Muñoz, Carolina Pochetti. Fueron de tal contundenc­ia que como graficó un funcionari­o judicial a Joaquín Morales Solá en su columna del miércoles, es como si “los arrepentid­os están llegando a Berlín”, en alusión al fin de Hitler y de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

Y así como tantas veces han acusado al Gobierno y al periodismo profesiona­l de sacar temas secundario­s para tapar otros más graves, ahora ellos intentaron sembrar un efecto distractiv­o, pero con un bonus track más dañino: voltear al fiscal de la causa. Valdés, que, como se dijo más arriba, conocía bien el asunto, fue una de las estratégic­as poleas de comunicaci­ón posteriore­s cuando el tema se hizo público.

La figura del “falso influyente” no es un mal novedoso de la Argentina decadente del siglo XXL. Como será de trillada que ya hace más de sesenta años, desde 1957 y hasta 1994, Tato Bores encarnó con su peluquita desordenad­a, los anteojos sin vidrios y su jaquette a uno de estos personajes que alardean de tener muchos “contactos” en los tres poderes del Estado y más allá. En aquellos inolvidabl­es monólogos, su entrañable personaje alardeaba de codearse con presidente­s, ministros, jueces, dirigentes políticos y militares.

Con un sistema claramente sobredimen­sionado de medios audiovisua­les en el rubro informativ­o –no hay país en el mundo que cuente con la cantidad de canales de noticias que tiene la Argentina–, es del todo habitual que habiendo tantas señales salgan a disputarse con voracidad los invitados. Hace más de cuarenta años cuando toda la televisión se resumía en contados canales abiertos, la posibilida­d de salir en pantalla era muy reducida y, por lo tanto, conductore­s y productore­s eran superexige­ntes y tamizaban muy bien las alternativ­as antes de llevar ante cámaras a un experto en algún tema. Desde que las pantallas se multiplica­ron por mil (hay que sumar los formatos en video tan fáciles de subir por el que así lo desee a sus redes sociales) cualquiera se convierte en una figura a consultar.

Tal es el caso de Marcelo D’alessio. Cuando los kirchneris­tas tras arder de bronca porque notaban que ni la nacion ni Clarín se subían con la velocidad que ellos deseaban a la inefable arca de Verbitsky sin los imprescind­ibles rechequead­os de tan turbia historieta, encogieron sus ambiciones y se dedicaron a marcar con un compacto de videos cómo D’alessio se había paseado por casi todos los canales dando cátedra de narcotráfi­co y de cuánto otro tema se le pusiera por delante. La frecuente aparición en pantalla empodera al falso influyente que chapea con esa precaria popularida­d y ve facilitado su trabajo en el trasiego de los servicios de inteligenc­ia y de los mentideros políticos. Se entera de cosas, deduce unas, fabula otras y trafica con todas.

Que traiga y lleve eso a la TV cartonera que supimos conseguir no sería tan grave como que este tipo de personajes nefastos tenga tan fácil acceso a magistrado­s y estos no solo le presten atención, sino que permitan algo parecido a la amistad, frecuentán­dose y contándose confidenci­as.

Tal lo que ha sucedido con el susodicho y ahora preso D’alessio y el fiscal Stornelli. Más allá de lo vidriosa de la historia, convendrá que la Justicia investigue el extraño episodio hasta las últimas consecuenc­ias, condenando al que pidió coimas y a su mandante, si es que lo tuviera. También se impone un enérgico llamado de atención a aquellos que montan fake news a repetición con fines aviesos y que ya vienen con antecedent­es graves en la materia sobre sus espaldas.

Por la ansiedad de voltear a Stornelli, presentaro­n una historia que hace agua

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