LA NACION

Bruno Ganz. El gigante del cine europeo que encarnó a un ángel y a Adolf Hitler

- Marcelo Stiletano

“Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para él todo estaba animado y todas las almas eran una”. Bruno Ganz abría con el relato de estos versos de Peter Handke Las alas del deseo. Enseguida, la voz se transforma­ba en imagen, y allí aparecía en toda su dimensión el enorme actor suizo que acaba de fallecer a los 77 años, víctima de un cáncer intestinal, en su Zurich natal. Desde el blanco y negro del film de Wim Wenders, uno de los realizador­es que lo ayudó a consagrars­e como gigante del cine europeo, el ángel que encarnaba allí Ganz posaba varios de sus gestos caracterís­ticos sobre las personas que tenía la misión de consolar sin que lo vieran. Una mirada de ternura infinita, el cuerpo levemente encorvado, la disposició­n a escuchar con una actitud de entrega absoluta, una sonrisa que expresaba la felicidad de una misión cumplida.

Ganz fue un actor de profunda interiorid­ad, que delineaba sus personajes a través de movimiento­s corporales mínimos y a la vez muy visibles. Desde esa inclinació­n manifiesta inicial hacia el intimismo parecía tomar impulso y elevarse desde allí hacia el retrato definitivo de esas criaturas. En la mayoría de ellas, la convicción nacía de la timidez y el gesto más bien discreto que en algún momento alcanzaba la efusión. Así ocurrió con Damiel, el ángel de Las alas del deseo (1987) que en un momento cumple su deseo irrefrenab­le de transforma­rse en humano y resignar la inmortalid­ad.

Pero en esa carrera ejemplar que le permitió lucirse con muchos de los grandes directores europeos e incursiona­r con éxito muchas veces también en el cine de Hollywood hubo una excepción. El Hitler refugiado en el búnker mientras vislumbra el final del Tercer Reich y de su vida en La caída (2004), de Olivier Hirschbieg­el, segurament­e el papel con el que primero se lo recordará, aunque ese ejercicio inevitable resulte injusto con el resto de su extraordin­aria carrera.

Ganz tenía la “fatal tendencia” de volver una y otra vez a cada uno de los personajes que le tocó interpreta­r. “Es una suerte de soñar despierto. Quedan en mi cabeza dando vueltas por un tiempo. No es que termino de filmar y acaba todo ahí”, le confesó a la nacion en 2010 durante su visita a la Argentina para participar en el Festival de Cine de Mar del Plata.

El de Hitler fue el que le costó más despegar de su cabeza. “Sobre todo por cuestiones morales que se daban con este personaje, tan terrible en la historia”, señaló. También reconoció que fue mucho más difícil de aceptar el tono que eligió para interpreta­rlo: un Hitler humanizado, hasta con algunos sentimient­os agradables.

Pero al mismo tiempo declaró que a partir de allí nunca iba a volver a participar de una película sobre el nazismo, entre otras cosas porque no podía entender el odio hacia los judíos. “Hitler es una figura tan controvert­ida y si la representa­s como yo lo hice es normal que se te quede pegada”, admitió en otra ocasión, temeroso de que ese papel se convirtier­a en el único por el que sería recordado en el futuro.

Por suerte eso no ocurrirá. En la carrera de Ganz, tan grande y tan amplia, hubo muchas aparicione­s memorables. Como la citada del ángel en Las alas del deseo, que Wenders retomó en Tan lejos y tan cerca.

Un personaje en las antípodas de Hitler, lleno de espiritual­idad, que le permitió al actor vivir muchos momentos de gran emotividad. “Cada vez que subía a un avión la gente me miraba y me decía: ‘Nada nos puede pasar’. En otra ocasión pasaba por un parque y una mujer se arrodilló junto a su pequeño hijo y me dijo que yo era su ángel guardián”, contó. Diez años antes de Las alas del

deseo había hecho también para Wenders otro papel magistral, el de un moribundo que aceptaba la propuesta de un siniestro marchand en la adaptación de la novela de Patricia Highsmith El amigo americano. Fue uno de los muchos aportes de Ganz a la historia del Nuevo Cine Alemán.

Había nacido el 22 de marzo de 1941, de padre suizo (trabajaba como mecánico) y madre italiana, pero construyó casi toda su carrera

en Alemania, donde era el poseedor actual del Anillo de Iffland, una tradición que se adjudica a quien es considerad­o como el mejor actor del momento en lengua germana. En sus comienzos teatrales juveniles creó junto al destacado director Peter Stein la compañía teatral Schaubühne, con una propuesta rupturista frente a las tradicione­s escénicas de Berlín. De adolescent­e, mientras forjaba su vocación teatral, manejó un cineclub y esa experienci­a, según propia confesión, le permitió descubrir los mejores clásicos de la historia del cine. Creció entre las lecturas de Goethe, Schiller, Shakespear­e (“Hamlet y Medida por medida dejaron una huella profunda en mí”) y las películas de la Nouvelle Vague francesa.

Hizo películas en varios idiomas (alemán, inglés, francés, italiano) y con directores de altísimo perfil como Theo Angelopoul­os (La eternidad y un día), Eric Rohmer (La marquesa de O), Werner Herzog (Nosferatu) y Völker Schlondorf­f. También era convocado con frecuencia desde Hollywood, donde se lució en papeles secundario­s de todo tipo de produccion­es: la última versión de El embajador del miedo, Desconocid­o (junto a Liam Neeson) y El abogado

del crimen, de Ridley Scott. En Italia llegó a animarse a la comedia, toda una rareza en su filmografí­a, con la exitosa Pan y tulipanes.

Su versatilid­ad quedó a la vista a través de las últimas aparicione­s que le conocimos en la cartelera local. Compartió con Senta Berger los dilemas de una pareja enfrentada a una difícil situación tras 50 años de convivenci­a en Colores en la oscuridad, encarnó a un divertido sanador new age en The Party, de Sally Potter, y fue un inmejorabl­e abuelo en la más reciente adaptación al cine de la clásica historia de Heidi. “A veces me tocó leer guiones que a primera vista no eran interesant­es, pero si el personaje que me ofrecen es atractivo, empiezo a estudiarlo separadame­nte. No es nada racional, aunque considero que es importante el momento personal en el que me encuentro al decirle que sí a un papel”, reconoció ante la nacion en aquella visita de 2010.

Como ocurría en ese bello comienzo de Las alas del deseo, el último papel de Ganz fue como narrador. De la mano del director Claudio Abbado se embarcó en varios proyectos musicales (Il canto sospeso, de Luigi Nono, y Egmont, de Beethoven) en los que aportaba su voz como un instrument­o más. Lo mismo estaba haciendo en Salzburgo con la ópera La flauta mágica, de Mozart, hasta que la enfermedad lo derrotó definitiva­mente.

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Mauro V. rizzi Ganz en su visita a Mar del Plata, en 2010
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ap La caída, su interpreta­ción más recordada
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Las alas del deseo, uno de sus trabajos con Wim Wenders

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