LA NACION

Una aventura todo terreno por lo menos conocido de Neuquén

El norte de la provincia, territorio aún poco explorado por el turismo, sorprende con historias de pioneros, maravillas naturales y hasta buenos vinos

- Aníbal Mendoza

Las postales imposibles de San Martín de los Andes, el Camino de los Siete Lagos y Villa La Angostura monopoliza­n los focos del viajero en buscade una patago ni a de libro. los rayos de sol filtrándos­e entre los árboles de un bosque de arrayanes prefiguran durante 160 kilómetros el decorado de un futuro recuerdo. Los espejos de agua en ristra y la música para campamento­s impregnan cualquier evocación con sus correspond­ientes anabólicos para que el viaje sedimente como leyenda.

Por encima de ese vergel hay otro neuquén, menos pregonado en los folletos y que reclama su lugar en el mapa con provisione­s de méritos.

El corredor norte de la provincia empalma el pasado y el presente a través de la recurrente aparición por las rutas de peregrinac­iones de corderos, cabras y vacas bajo el mando de los arrieros de chambergo y faca y la atenta vigilia de unos border collies en nómina.

Esta práctica ya funcionaba así en la época de la colonia y perdura en el tiempo, con alguna que otra actualizac­ión, tanto para la temporada de las invernadas como de las veranadas. El crepúsculo retiene a los rebaños en acampadas a cielo abierto, con los hombres de campo recostados en sus monturas y sus pertrechos guarecidos, hoy en día, en reluciente­s todoterren­os.

Siga la vaca

La puerta de entrada al corredor norte es Chos Malal, 405 kilómetros arriba de la ciudad de neuquén. El viajero puede encontrar los legados de la vieja capital de la provincia. La antigua sede de gobierno, el almacén de ramos generales reconverti­do en museo, la iglesia y la plaza del pueblo, los remanentes de la época en que la ciudad era el paso obligado de los crianceros en la ruta del ganado entre las dos fronteras de la cordillera.

Los locales están acostumbra­dos a la presencia de los excursioni­stas que se le animan a la ruta 40 a lomo de moto o en bicicleta. La ceremonia es la misma para todos: retozar al sol en la costanera del río Curí Leuvu, a espaldas del cerro El Torreón, la tarjeta de visita del paraje. Desde allí se divisa el Volcán Tromen, el Cerro Mayal y el Cerro de la Virgen, anfitrión de senderista­s en procesión. Al pie del actual museo municipal se celebró en 1987 el acto por el centenario de la ciudad, que legó una frase inmortaliz­ada por Raúl Alfonsín. “A vos no te va tan mal, gordito, ¿no?”, le espetó el presidente radical a uno de los manifestan­tes que no paraba de interrumpi­rle el discurso, palabras que funcionaro­n como una contraseña entre los amigos de la generación que las escuchó.

Para alborozo de sus visitantes, Chos Malal es una de las paradas de la ruta del vino provincial. La bodega Desde la Torre, camino por la ruta 40, hereda una tradición que data de finales del Siglo XIX continuada por la cuarta generación de una familia de origen francés. Uno de sus caldos, Trashumant­e, tiene coronita. Consagrado por el Papa Francisco, cada año el Vaticano se agencia 100 botellas para sus brindis de navidad. Los hermanos nicolás e ibrahim de la Torre –el sommelier y el winemakerj­unto a su padre Luis, acicalan los viñedos y ofrecen degustacio­nes estimulada­s con escabeches de chivo y queso de cabra a 100 pesos por cabeza. Entre las botellas sobresalen también las líneas identidad, blend de Malbec y Bonarda, 4ta Generación -Petit Verdot, Malbec y Cabernet Franc- el Hito de la Ruta 40 –Malbec- y el espumante Grace.

Con el alcohol ya evaporado de la sangre los curiosos de la arqueologí­a pueden volantear por la ruta 43, a sólo 30 km de Chos Malal, para conocer el Museo Municipal Ana Biset en la entrada a la localidad de Caepe Malal. Allí se pueden contemplar los restos de un cementerio indígena precolombi­no, descubiert­o en 1988 y que presenta indicios de actividade­s cotidianas de 8000 años de antigüedad. Adornos personales, herramient­as de desposte de ganado, ajuares, cráneos deformados desde niños como símbolos de estatus social. Un tesoro que da cuenta de los avatares de la cultura pehuenche.

Con devolución

Hacia el noroeste de Chos Malal se encuentran Huinganco y Andacollo, separados por apenas cinco kilómetros uno del otro. Si a Huiganco se la reconoce como el jardín de la Provincia mucho tiene que ver las buenas artes del Vivero Forestal y su medio siglo de plantación de bosques de pinos y alamedas que rediseñaro­n el paisaje de 230 mil hectáreas.

La visita al Museo del Árbol y la Madera permite contemplar rodajas de cipreses de más de 1200 años, troncos petrificad­os y ejemplar es del aflora de la zona, simientes de un tinglado que le insufló una sobrevida a un pueblo cuyos habitantes emigraron a Plaza Huincul por la llamada del petróleo o al Alto Valle por la industria de la fruta. En su local da ternura descubrir que los pinos bebés cotizan a 15 pesos, y los brotes para riego a sólo 2, postulante­s a la categoría de productos encantador­es a precios ridículos.

La ruta provincial nº 39 permite cotejar los encantos del cielo de Andacollo a orillas del río neuquén. Los amantes de la pesca con mosca arriban a este sitio con la parsimonia de francotira­dores de élite. Los ríos provisto de las aguas del deshielo de las montañas, entre correderas, son refugio de truchas marrones o las arco iris de hasta 3 kilos, piezas que coti- zan alto en el imaginario del gremio. Los más experiment­ados hacen lecturas de agua para saber dónde hay pique y si la ocasión amerita enfilar hacia el río Reñi Leuvu, el Trocomán, donde también esperan pejerreyes y percas, o el arroyo Ñireco, que suma truchas fontinalis. Todo bicho que bucea vuelve a su casa. La devolución es obligatori­a y la recompensa, como el travelling para Godard, es una cuestión moral.

Agua va

Vale la pena madrugar y desayunar como reyes para emprender el camino hacia el río nahueve y las lagunas de Epulaufque­n. El parque alberga las lagunas Superior e inferior, unidas entre sí por el arroyo La nasa. Para entrarle a todo hay que tener aguante y las viandas recargadas. Se puede optar por el sendero más chico, Los Robles, y hacerse una idea de su dimensión a escala remolona (el otro sendero, cascada cha qu ira, demanda cinco horas). El trekking, para quien no está para tantos trotes, igual depara el candor de los relieves. Cascadas, vertientes y montañas para deleitarse en instantáne­as clonadas de las torres del Paine chilenas, con traqueteo de carpintero­s patagónico­s y el abismo a golpe de vista.

En la región que comprende las lagunas de Epu Lauquen tuvo lugar en

1832 una de las batallas finales contra un bastión de lúmpenes y cuatreros con fidelidad al rey de España a cargo de los Hermanos Pincheira, en manos del General chileno Bulnes.

Al desandar el camino de vuelta vale la pena pasar por la Cascada La Fragua, en Manzano Amargo, llamada así porque remeda el sonido de la forja del hierro. Es un salto de agua de

40 metros que el año pasado se congeló por una ola polar y quedó tiritando como estalactit­a de dibujo animado.

Alto en el cielo

El que domina el paisaje sin rivales es el volcán Domuyo, techo de la Patagonia con sus 4770 metros que se hacen ver en toda el área protegida homónima que discurre entre los departamen­tos Minas y Chos Malal.

Desde el mirador La Puntilla, a cinco kilómetros de Las Ovejas, se puede divisar la trama gracias a los seis balcones unidos por una pasarela confeccion­ados en madera. También se reflejan en la panorámica la Cordillera del Viento y la Cordillera de los Andes con sus cerros en degradé y picos blancos para enmarcar.

En el parque resuenan los zumbidos de la actividad volcánica bajo la forma de géiseres, fumarolas y arroyos de aguas termales. Las Hoyetas y Los Tachos escupen para arriba las 24 horas su agua sulfurosa que da vida a una comunidad de algas endémicas de ocres fosforesce­ntes. no está ni para meter los dedos. El que quiera experiment­ar las aguas termales puede acudir al paraje Aguas Calien- tes y hacer pie en un pozo a 40 grados, hasta que se acostumbre el cuerpo al latigazo del calor.

Para el postre espera la singular formación de Los Bolillos, a 20 kilómetros de Varvarco. Un santuario de erupciones que adoptan la forma de una asamblea de monjes franciscan­os de capucha y sotana. En una de sus colinas serpentea un camino hacia un cementerio improvisad­o para los muertos por la fiebre amarilla a principios del siglo pasado. El paisaje saca de la galera tótems cincelados por años de erosión. El silencio completa el cuadro, acompañado por la prudencia de un tábano y estorbado por el dron de un turista que que capta en ese instante el embrujo de los destinos que recién asoman a la superficie.

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Fotos: derio ilari Los Bolillos, como un santuario de erupciones
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Una cordillera diferente y espectacul­ar
 ??  ?? Chos Malal, puerta de entrada al circuito
Chos Malal, puerta de entrada al circuito

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