LA NACION

Verona, donde el amor está en el aire

La ciudad de Romeo y Julieta tiene atractivos mucho más auténticos que los (supuestos) escenarios del drama Shakesperi­ano

- María Fernanda Lago

Hay ciudades que se adueñan de historias e historias que son inseparabl­es de sus ciudades, como Romeo, Julieta y Verona. Es difícil pensar en la pareja sin evocar el escenario, pero qué pasaría si alguien gritara frente a esa horda de turistas apiñados bajo el balcón de Julieta que la idea original proviene de Siena o, más lejos todavía, de Grecia. ¿Acaso tras una decepción masiva correrían a tomar el primer tren hacia el sur? No suena probable. El hechizo entre la casa de los Capuleto y quienes viajan hasta Verona para conocerla es irrompible; sumado a los negocios que rodean el lugar con frases alusivas al amor.

Verona fue el paisaje que eligió Shakespear­e para sus protagonis­tas, Siena donde Masuccio Salernitan­o situó –en 1476- la narración tan similar de Mariotto y Giannoza; y a su vez el drama griego de Antia y Habrócomes, escrito por Jenofonte de Éfeso mucho antes de todo, fue el que inspiró esos amores sin final feliz.

Sin embargo, el atractivo de esta ciudad al norte de Italia, a mitad de camino entre Milán y Venecia, también está en su pasado romano porque, tragedias aparte, Verona es algo más que aquel romance famoso.

Hazte la fama…

En el centro antiguo, la mayor concentrac­ión de turistas está frente a una reja cerrada, un pasillo oscuro y un jardín interno donde hay una estatua rodeada de árboles y plantas. Como dice la canción de John Paul Young el amor está en el aire. Todo alrededor de la casa de Julieta son corazones. Desde el negocio vecino que ofrece telas bordada con nombres o frases, hasta el local de enfrente que en lugar de una reja para que nadie se apoye sobre la vidriera, tiene una hilera de corazones de hierro.

Por Via Cappello no se puede caminar ni pidiendo permiso, en especial a la altura número 23 donde se forma un tapón humano. La gente apelmazada frente una reja frena el paso sin importar que la casa esté cerrada; y entre codos y cabezas, la mayoría enhebra la mano por los barrotes y pasa cámaras o celulares para llevarse alguna foto.

Lo que hay para ver tampoco es gran cosa: un pasillo y dos paredes empapelada­s de punta a punta con notas, dibujos y escritos tan amontonado­s como la gente que los mira. Se podría decir que en Verona está el muro de los enamorados, o los desamores. Candados, gasas, chicles que forman letras, cuanto más en detalle se mira más uno se sorprende de todo lo que encuentra. Desde la fachada hasta el interior, no hay milímetro de pared sin cartas, poemas, curitas con el nombre de un corazón roto, servilleta­s pegadas, hasta frases escritas con esmalte para uñas.

Depende la perspectiv­a, si se ve de lejos es una pared que necesita una lavada urgente, si se mira de cerca son miles de enamorados en plena catarsis. Entre paréntesis, al momento de organizar un viaje a Verona hay dos fechas a tener en cuenta: el 14 de febrero y el 17 de septiembre. No sólo porque es San Valentín y el cumpleaños de Julieta, sino porque organizan eventos especiales y limpian las paredes para dar espacio a nuevos mensajes.

Ahora sí, el escape a la multitud está a metros, pero antes hay que decidir entre dos direccione­s. A la izquierda, Via Mazzini es una peatonal que intercala tiendas de marcas internacio­nales, heladerías y pizzerías. A la derecha, la Plaza Erbe es una zona para tomar aire o un café bajo la sombrilla de alguno de sus bares, y probar el beso de Romeo o el de Julieta, dos dulces de almendra o chocolate rellenos con crema que son la especialid­ad local.

Esta plaza también se puede ver desde lo alto si se suben los más de 80 metros de la Torre Lamberti, una construcci­ón de 1172 que por dentro tiene una escalera caracol con 368 escalones hasta su campanario, o la opción por la que muchos esperan: el ascensor. Desde el mirador se puede ver que estamos casi en un punto medio entre los Capuleto y los Montesco, porque si decimos que la casa de Julieta quedó a 160 metros, la de Romeo está a 170 hacia otra plaza, la Dei Signori.

A la vista está quién se lleva el protagonis­mo de la tragedia.por Via Arche Scaligere no pasa ni una motociclet­a, el único movimiento lo dan un hombre y su perro que caminan por una vereda tan angosta que el perro sube y baja el breve límite entre el cordón y el pavimento. Enfrente se ve un paredón de ladrillos con una placa que dice: Casa di Cagnolo Nogarola, más conocida como la de Romeo. Una propiedad privada en la que sólo se puede ver un portón de madera con el cartel de prohibido estacionar.

El que insiste con la obra de Shakespear­e no se va sin antes pasar por la tumba de Julieta, aunque quede fuera del centro histórico (alrededor de 15 minutos a pie) y el sarcófago esté vacío. Dicen que quien visite lo que al fin es un simbolismo, se va a encontrar con un museo de frescos que pertenecie­ron a edificios veroneses de la Edad Media al siglo XVI, y resulta mucho más interesant­e que una tumba deshabitad­a donde sitúan el trágico desenlace.

Sin maquillaje

Como cuando se levantan el telón y el actor sale del personaje, así es Verona fuera del circuito shakespear­iano. Es un camino que marca el río Adigio, con puentes que lo cruzan, y nada tiene que envidiarle al Sena, ni al Támesis. Son callecitas con balcones llenos de flores, ñoquis con manteca y una herencia romana que entre otras construcci­ones dejó un teatro del siglo I y la Arena del año 30, uno de los anfiteatro­s mejor conservado donde cada año se organiza un festival con operas y artistas reconocido­s.

La plaza Bra está al lado de la Arena, dos puntos céntricos que usaremos de referencia para empezar y terminar el recorrido.es el mediodía y la gente busca mesa para almorzar en alguno de los restaurant­es, si es con vista al anfiteatro mejor. El aroma a salsas, a comida casera tiene un efecto hipnótico. Tientan los risottos, pero también los espaguetis con sardina y los ñoquis con manteca, tres platos típicos de la gastronomí­a local. Cual digna ciudad italiana, sus pizzas no defraudan, en especial la de burrata y jamón que cocinan a pocos metros, en el Leon D’oro.

Panza llena, carbohidra­tos listos para eliminar, y que empiece el paseo. Via Roma es una de las calles que sale de la plaza y la primera parada es justo donde termina, en la fortaleza de Castelvecc­hio. Si bien lo construyer­on entre 1354 y 1356 como un fuerte defensivo para proteger la entrada norte de la ciudad, hoy es un museo con una colección de arte medieval, renacentis­ta y moderno, con hallazgos arqueológi­cos y armas, todo repartido por 29 salas.

Uno de los accesos va directo hacia el puente Castelvecc­hio o Scaligero –se lo llama de las dos maneras- y cruza el Adigio. Hay gente que corre, otros que van sin apuro, un grupo de adolescent­es se sienta sobre las cornisas de ladrillo colorado, y a unos pasos de distancia dos recién casados se miran al estilo Romeo y Julieta sin balcones de por medio, mientras un fotógrafo hace su trabajo.

Sin cruzar el río, la calle Lungadige Panvinio bordea el agua hacia el Puente de Piedra, el único de la época romana que a fuerza de reconstruc­ciones sigue en pie. Si se quiere llegar al Teatro Romano, otra de las obras romanas más antiguas de Verona, hay que cruzarlo. Y quien llegó hasta ahí, con ganas y buen estado físico, puede ir por la milla extra y subir la colina de San Pedro o tomar el funicular. Por los alrededore­s del castillo que a través de la historia tuvo funciones defensivas, militares y religiosas, hoy tapado por una muralla de cipreses, hay puntos panorámico­s donde la ciudad a lo bajo parece un mapa en 3D.

Camino de vuelta hacia la Arena, por Vía Mazzini, se escucha a un tenor que canta o Sole Mio y se siente como un tango por la calle Florida. Las vibracione­s de esa voz parecieran atravesar a cada uno que lo oye. Es el atardecer, las farolas se encienden y al volver a la Arena todo está iluminado. Sobre un tablón improvisad­o ajustan los detalles de una obra callejera. Dos personajes vestidos de negro tienen un libreto en la mano, y mientras el público se suma empieza la función.

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La nacion Nada que envidiar al Sena: el río Adigio, con sus múltiples puentes, como el romano Ponte Petra
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Fotos: shuttersto­ck Plaza Bra, la referencia para buscar un buen restaurant­e en Verona

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