La novela policial Un fenómeno global que no para de crecer
A los autores clásicos se suman hoy escritores de distintas latitudes que, con calidad literaria, reflejan las zonas sombrías de sus sociedades y del hombre; las series son, más que competencia, un reflejo de esa vitalidad
Entre los gigantes de hoy se cuentan James Ellroy y Lee Child
A los clásicos de siempre, la literatura sigue sumando autores que provienen del mundo anglosajón, como Lee Child o Dennis Lehane, pero también de otros ámbitos como los países nórdicos y la Argentina; la proliferación de series son, más que competencia, reflejo de esa vitalidad
Hace unas décadas, había dos géneros populares importantes: el relato policial y la ciencia ficción. El tiempo transcurrido hizo casi desaparecer el segundo, sobre todo en su forma escrita, y desplegarse al extremo el primero. El género policial no solo acompañó la globalización con producciones de novelas, que aumentaron su número y procedencia (hoy hay género policial en una gran cantidad de países), sino que también nutrió de manera decisiva la cantidad y calidad de las series televisivas en el sistema de streaming (netflix, HBO). Tanto el terror como la fantasía, incluyendo las exitosas series para adolescentes, son algo así como escuderos del fenómeno principal, el policial.
las raíces lejanas del género son algunos relatos de Edgar allan poe (“los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie roget”, “la carta robada”), que incluyen un elemento esencial: el detective privado auguste Dupin. Más adelante arthur conan Doyle lo asentaría definitivamente a través de Sherlock Holmes, equilibrando el buceo del entorno y la complejidad del enigma. Ya en el corazón del siglo XX, raymond chandler instalaría la “serie negra”, más realista y menos enigmática, con philip Marlowe (que siguió al “hombre flaco” de Dashiell Hammett).
como género, la novela policial lleva a un punto decisivo la identificación con el protagonista, como lo hace también el comic de superhéroes. pero la densidad de la palabra logra que se busque además la identificación con un entorno, un modo de ser, una búsqueda de, paradójicamente, lo mismo. los cambios (siempre riesgosos) deben mantener un pie en la costumbre. como en el poema de Gabriel Zaid, el fan parece decirse: “¡oh mismo inagotable!/ Danos siempre lo mismo”. aunque con variaciones, por supuesto. la clave es la serie.
nombrar los modelos clásicos (y los clásicos recientes) podría llevar unas cuantas páginas: el inspector poirot y agatha christie, el comisario Maigret y Georges Simenon, patricia Highsmith y Tom ripley, Henning Mankell y el inspector Wallander, Michael connelly y Harry Bosch, el inspector John rebus y ian rankin, Manuel Vázquez Montalbán y el detective pepe carvalho, el comisario Montalbano y andrea camilleri…
Quien quiera tratar de vivir, al menos ajustadamente, de lo que escribe, sabe (se lo dicen en las editoriales) que hay dos campos posibles: la novela policial, y más firme, con público cautivo, la literatura infantil. En el primer caso, el sistema de la serie pide a la vez la creación de una pieza esencial repetida, y, al mismo tiempo, algún grado de originalidad. Dos elementos no tan fáciles de obtener como parecen.
porque, además, la competencia es formidable. la oferta del género policial es monumental. los clásicos de siempre siguen pululando en las librerías de usados y en las góndolas de los puestos de plaza, mientras se
han agregado nuevos imperdibles (Mankell, camilleri, Denis lehane, James Ellroy), además de que se mantiene constante la aparición de nuevos países y autores. a un costado, se suceden las series televisivas: Mindhunter, Blacklist, River,
Trapped. El escape a las tensiones y aburrimientos de la realidad de una sociedad de consumo varía entre los que uno puede encontrar en un buen amigo (en este caso un buen protagonista), y los que puede hallar en una droga y su dosis (los muchos episodios). El buen lector, e incluso el buen fan, admira sin embargo el libro (o la serie) que cumple con los códigos, pero también los desafían.
a veces lo consigue la calidad literaria. Un ejemplo actual es el estadounidense Dennis lehane. Suele producir sólidos ejemplos de literatura que ahondan en la depresión y los fracasos, como el mejor Juan carlos onetti (el autor de La vida breve). Dos ejemplos fueron llevados al cine: Río
místico y su investigación del abuso infantil (la filmó clint Eastwood) y
Shutter Island y la locura (hizo lo propio Martin Scorsese). pero también se destacó al elaborar una larga historia de mafiosos en la más reciente Ese mundo desaparecido, contada con impulso, brillo, ráfagas de inspiración y una violencia narrada como pocos lo han hecho. También se impone en la novela más breve y grupal La entrega, que late con el clima de un barrio bostoniano y sus traiciones, y fue llevada al cine como último título del actor James Gandolfini, el de Los Soprano.
El pasillo que arman la literatura y las series suele ser recorrido en los dos sentidos. nic pizzolatto, también estadounidense, se destacó primero por los cuentos de La profundidad del
mar amarillo, con un par a la altura de los mejores ejemplos del género. Y por la novela Galveston, de ambiente hiperviolento, con gran manejo de los lugares donde transcurre la acción. pero alcanzó una fama meteórica y absoluta con la primera entrega de la serie de ocho capítulos True
Detective, que marcó un antes y un después en el género. Solo para desmoronarse en una segunda temporada, maldición muy estadounidense, donde se dice que “no hay segundos actos” en las carreras fulminantes. la tercera temporada, que acaba de estrenarse en Estados Unidos, será su prueba de fuego definitiva.
El movimiento inverso fue cumplido por Michael Hjorth y Hans rosenfeldt, productor y guionista de la muy exitosa serie sueca El puente (adaptada en su momento con poca energía por la televisión estadounidense). En 2010 lanzaron Secretos
imperfectos, el primer tomo de lo que denominaron “Serie Bergman”. El protagonista, Sebastian Bergman, es un psicólogo criminal cargado de
tics y neurosis que tarda en imponerse mientras el asesinato de un joven de 16 años desencadena un desfile cuantioso de personajes, en el mejor estilo de los seriales televisivos. los sucesivos tomos aparecieron con la regularidad de la cadena de montaje: al primero lo siguieron Crímenes duplicados, Muertos prescindibles, Silencios inconfesables, Secretos imperfectos, Castigos justificados.
En el ámbito anglosajón hay dos gigantes en actividad. James Ellroy, torrencial, violento, es autor de extensos volúmenes, como La dalia negra, Los Ángeles confidencial, Jazz blanco. En una trilogía (América, Seis
de los grandes, Sangre vagabunda) buceó salvajemente en la historia de Estados Unidos, con estaciones en los asesinatos de John y robert Kennedy y Martin luther King, y una capacidad para el experimento lingüístico casi joyceano (marcado también por Hemingway) en Seis de los grandes.
Más cerca, después de un par de títulos menores, volvió con toda la fuerza en Perfidia, relacionada con los japoneses de Estados Unidos y pearl Harbor. la reciente reedición de Mis
rincones oscuros (donde cuenta el asesinato y descuartizamiento de la madre) recuerda que es también autor de una de las autobiografías más perturbadoras del género.
El otro fenómeno es lee child, novelista nacido en inglaterra, pero que vive desde hace tiempo en Estados Unidos. catalogado como autor de thrillers, es además un gran constructor de tramas y enigmas policiales. De inicio tardío, escribe un tomo por año de las aventuras de su enor-