LA NACION

Del clasicismo de Borges a la ficción paranoica de Piglia

- Claudia Piñeiro

El género policial dibuja un gran arco narrativo. Son muchos los textos que pueden incluirse con mayor o menor esfuerzo dentro de la literatura negra. Sobre ese arco, los distintos autores se mueven desde la definición clásica de Jorge Luis Borges hasta la disruptiva “ficción paranoica” de Ricardo Piglia. Según Borges: “En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemen­te, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial. Ya que no se entiende un cuento policial sin principio, sin medio y sin fin”. Y según Piglia: “La ficción se vuelve paranoica porque quien la interpreta debe buscar los sentidos e hilos perdidos que hilvanan la verdad [...]. No es cierto que se pueda establecer un orden, no es cierto que el crimen siempre se resuelve”.

A lo largo de ese recorrido, más cerca de una definición o de la otra, hay grandes escritores del género a los que leo con placer. Solo por mencionar algunos: Johan Theorin y su novela La hora de las sombras largas; Henning Mankell y cualquiera de sus novelas del inspector Kurt Wallander, pero también El chino; Muriel Spark y su Memento Mori; Leonardo Padura y su entrañable Mario Conde, que ya no es más policía sino que ahora vende libros usados en La Habana; Philippe Claudel con sus novelas negras más existencia­les; Juan Sasturian, que encuentra los mejores títulos, y Pierre Lemaitre con su genial y petiso comandante Camille Verhoeven.

Pero en las fronteras del género hay también textos “negros” de una potencia insuperabl­e: los producidos por autores que no escriben necesariam­ente novela policial y sin embargo, cada tanto, publican una novela o un cuento que entra dentro del género. Algunos de ellos, sospecho, habrán tomado de antemano la decisión de abordar ese texto como un policial; sin embargo, para otros el policial quizá sea algo que los tomó por sorpresa, casi una intromisió­n en medio de la escritura. Al menos en mi caso, en muchas de mis novelas que se consideran de género el policial se impuso, casi prepotente, en medio de lo ya escrito. Apareció un cadáver y con él, irremediab­lemente, el enigma y la búsqueda de la verdad. En el grupo de lo escrito por autores que solo cada tanto escriben textos dentro del género está una de mis novelas policiales preferidas: La pesquisa, de Juan José Saer. Autores como Guillermo Martínez, Carlos Zanón, Marcelo Luján y Marta Sanz fuerzan los límites, en novelas que no siempre responden a la clásica pregunta del policial: “quién lo mató y por qué”. Pero siempre con historias donde hay crimen, violencia, enigma, suspenso y gran literatura.

Un último párrafo para nombrar alguna de las autoras de novela negra a las que me gusta leer. ¿Por qué en un párrafo aparte? Para que se visibilice­n. Hace poco hubo un entredicho en un prestigios­o festival de novela negra en el que ninguna de las finalistas de los varios premios resultó ser mujer. Cuando se le preguntó al jurado si era porque no les había gustado ninguna novela negra escrita por mujeres, la respuesta no fue que no les hubieran gustado, sino simplement­e que no las habían leído. No leían mujeres escritoras de novela negra casi por definición. Por eso, hasta que sea lo mismo leer a un hombre que a una mujer, párrafo aparte para ellas. A las ya nombradas Marta Sanz y Muriel Spark aconsejo sumar a Fred Vargas, Alicia Gimenez Bartlett, Rosa Ribas, María Angélica Bosco, P. D. James, Mercedes Rosende, Florencia Etcheves, Berna González Harbour, María Inés Krimer, Mercedes Giuffré. Y por supuesto, Agatha Christie.

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