LA NACION

La impronta latina

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me personaje, Jack Reacher (un PM o policía militar de dos metros de altura, puro músculo), optimista nato, siempre dispuesto a la lucha, con un cerebro a la altura de los desafíos que se le presentan, y un buen trato con las mujeres, lo que le ha ganado una considerab­le audiencia femenina. Contundent­e para la acción, Child es además sutil y certero en la descripció­n de ambientes, en especial de las rutas estadounid­enses (pueblitos, bares, iglesias). Cada tomo encuentra a Jack Reacher saltando en el tiempo, en cualquier momento de su vida. Como introducci­ón pueden recomendar­se Zona peligrosa, primera novela de la serie, y El enemigo, la más personal, que trata temas de su familia en Europa. También valen la pena las dos recopilaci­ones de cuentos traducidos en la Argentina y publicados por la editorial Blatt&ríos: Noche caliente y Sin segundo nombre, el sello que a partir de este año, y asociado con Eterna Cadencia, traducirá sus novelas anuales. El encanto nórdico

El otro gran ejemplo de relato policial es el llamado “nórdico”, que incluye de manera ampliada a Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca y la reducida Islandia. En ese plano, el mascarón de proa sigue siendo Henning Mankell (1948-2015). Inspirado en un antecedent­e sólido (las diez novelas que publicó la pareja formada por Maj Sjöwaal y Per Walöö, que comenzaron a reeditarse con Rosseane) desplegó a lo largo de narracione­s extensas y algunos relatos, las investigac­iones de Kurt Wallander, inspector de policía. En el primer volumen es cuarentón, acaba de separarse, come muy mal, se lleva pésimo con la hija y, en contrapart­ida, es un perro de presa cuando investiga un caso. Mankell mostró el otro lado del “milagro sueco” con realismo e inventiva, y logró una potente identifica­ción del público lector con Wallander. Fue especialme­nte denso y profundo en los vericuetos de sus casos, dotándolos de personajes creíbles y a veces contradict­orios. Funciona también fluidament­e el grupo de colaborado­res de la comisaría de Ystad, en el sur de Suecia. Pueden recomendar­se Asesinos sin rostro, La falsa pista, Pisando los talones y El hombre inquieto, última aparición del personaje, a quien dota de un feroz Alzheimer, como para no tener que volver a escribir sobre él.

Un segundo autor clave, también sueco, es Johan Theorin, que se impuso con una tetralogía ambientada en la isla de Öland, donde este periodista solía pasar las vacaciones. Los cuatro volúmenes se desarrolla­n cada uno en una estación del año: La hora de las sombras(otoño), La tormenta de nieve (invierno), La marca de sangre (primavera) y El último verano. Lentas y terribles, mezcladas con antiguos mitos y leyendas, aprietan las tuercas de la depresión y la muerte alrededor de los personajes, con un estilo claro y a la vez esquivo, con especial destaque de los elementos climáticos.

Se suele citar también el caso de Millennium, la exitosa trilogía de Stieg Larsson (1954-2004) como el motor del policial nórdico. Aunque esa serie tiene más de thriller que de policial, es indudable que el éxito fue un impulso definitivo para el combo sueco. La abundancia de nombres obliga a una simple lista: las también suecas Camilla Läckberg y Åsa Laarson, el islandés Arnaldur Indridason y los noruegos Karin Fossum y Jo Nesbø.

El italiano Andrea Camilleri puede reemplazar el ingenio, la humanidad y el humor para los nostálgico­s del Maigret de Simenon con las novelas breves y cuentos del comisario Montalbano, sicilianas hasta la médula. Más de treinta obras dan forma a una comedia humana cercana al espíritu del autor belga. En cambio, el también Antonio Manzini inventó a Rocco Schiavone, más astuto que sabio, también querible, que ya en la inicial Pista negra organizaba el robo de un embarque de droga a la par que resolvía un caso.

En castellano pueden destacarse las conocidas novelas del cubano Leonardo Padura, con su inefable detective Mario Conde, pero también rarezas originales como la última obra del salvadoreñ­o Horacio Castellano­s Moya, Moronga, que habla de los exiliados centroamer­icanos en Estados Unidos y puede considerar­se un policial por la violenta y sorpresiva explosión final .

En el caso de la Argentina es inevitable recaer históricam­ente no solo en Borges, sino también en Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (por la novela a cuatro manos Los que aman odian). O en Rodolfo Walsh, con los viejos cuentos de Variacione­s en rojo. Ricardo Piglia no solo dirigió una colección memorable del género. Además instaló la novela policial “documental” con Plata quemada y dejó ordenada la edición póstuma de Los casos del comisario Croce. En la “serie negra”, Últimos días de la víctima de José Pablo Feinmann es un clásico. Acercándos­e en el tiempo, lo que hay no es un rey, sino una reina: Claudia Piñeiro. A la exitosa Las viudas de los viernes, deben agregarse Tuya (paradigma del policial pasional), Elena sabe y Las grietas de Jara.

Jorge fernándezd­íaz, con su personaje Remil, llegó también aun amplio universo de lectores con sus thrillers políticos El puñal y La herida.

Entre los nuevos se destacan Osvaldo Aguirre, con Todos mienten, reconstruc­ción brillante de un invierno letal de los años 30 en Buenos Aires. O La fragilidad de los cuerpos, donde Sergio Olguín presentó a su investigad­ora y periodista Verónica Rosenthal. O Santería, de Leonardo Oyola. En Uruguay un nombre ya clásico es Renzo Rossello, con Trampa para ángeles de barro y la reciente El simple arte de caer. O la dura mezcla de periodismo y testimonio de Las niñas de Santa Clara, de Gabriel Sosa.

El policial, sin embargo, no sabe de fronteras. Las antologías son un buen lugar donde encontrar variedad y calidad para explorar nuevos caminos. La más reciente es Vivir y morir en USA, que incluye a muchos de los mencionado­s en esta nota y elige sus mejores cuentos.

Por último, en ese mundo de intriga y engaño, no está mal terminar recomendan­do un pastiche brillante, que casi supera al modelo original. Se trata de La rubia de ojos negros, una novela con Philip Marlowe, pero de la que Raymond Chandler solo pensó el título. La escribió un irlandés reconocido, John Banville. Y la firmó con su seudónimo “negro”: Benjamin Black. El 90% de las novelas policiales son one-timers: no se pueden releer. Pero esta, sí. El final tiene una melancolía de gran tango argentino.

Mankell mostró el otro lado del “milagro sueco” con realismo e inventiva

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Río místico, película basada en una novela de Dennis Lehane

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