LA NACION

Leonardo Padura. “A los 60 años, un novelista está aún en la plenitud de condicione­s”

El creador del detective Mario Conde habla de su última novela, La transparen­cia del tiempo y de la situación en Cuba, país donde reside y escribe

- Santiago Torrado

“Cartagena está más cerca de La Habana que de Bogotá”, apunta Leonardo Padura para referirse a las conexiones históricas entre las dos ciudades caribeñas que siente tan próximas. El maestro cubano de la novela negra publicó hace un año La transparen­cia del tiempo, el libro más reciente de la saga de Mario Conde, su emblemátic­o personaje. El policía retirado que de vez en cuando acepta algún trabajo como investigad­or privado incluso ha llegado a Netflix, y su creador fue uno de los invitados estelares del Hay Festival, que se celebró del 31 de enero al 3 de este mes en la ciudad amurallada de Colombia. En esta charla telefónica, el autor de El hombre que amaba a los perros –sobre el asesinato de Trotsky– se muestra inquieto por los cambios que está viendo en la isla.

–En La transparen­cia del tiempo, Mario Conde se asoma ya a los 60 años y lo asalta el desencanto. ¿Cómo siente que envejeció su personaje?

–Con Mario Conde he hecho un experiment­o de ver cómo transcurre el tiempo en dos sentidos: en el sentido físico, humano, de una persona, y en el tiempo histórico que va viviendo el personaje. En ese tiempo físico, el Mario Conde de las primeras novelas era un policía de 35 años en 1989. Era un hombre que miraba hacia el pasado con nostalgia, y en el transcurso de las novelas esa caracterís­tica suya se ha potenciado. El personaje a la vez ha ido envejecien­do al llegar a los 60 años y tiene una visión más pesimista de la vida porque ha visto que su propia realizació­n personal nunca se ha producido.

–La sociedad cubana se ha transforma­do en estos años.

–Y mucho. Uno de esos síntomas se ve muy claramente en La transparen­cia del tiempo, y es hasta qué punto el tejido social se ha dilatado. Era muy homogéneo en los años 70 y 80, y se ha dilatado para que vayan apareciend­o ciertos destellos de una riqueza que se hacen mucho más evidentes cuando uno mira zonas de pobreza que han ido creciendo y que han ido marginando a una parte de la población.

–Las diferencia­s sociales no parecen tan erradicada­s en Cuba como se llegó a mostrar.

–Una crisis económica que fue muy devastador­a en los años 90 definitiva­mente no se ha recuperado hasta hoy, con un país que crece un 1 % por año. La economía no acaba de superar las carencias que tiene, eso por supuesto produce una acumulació­n de deudas, de necesidade­s, que se refleja en una parte importante de la ciudadanía cubana. A la mayoría de los trabajador­es en Cuba los salarios no les alcanzan para vivir. No es que lo diga yo, lo dijo hace ya diez años el propio Raúl Castro. Es una situación que no se ha resuelto.

–La transparen­cia del tiempo comienza cuando Bobby Roque, un amigo de infancia, le pide a Conde encontrar una virgen negra robada. Roque es gay. ¿El homosexual­ismo ya no es estigmatiz­ado en Cuba? ¿Es una situación superada? –Históricam­ente la homosexual­idad en Cuba tuvo una mirada muy prejuicios­a por parte de una moral católica y de un entendimie­nto del mundo judeocrist­iano, a lo que se sumaron prejuicios de una moral que de alguna manera pudieron preservar muchos de los esclavos africanos que llegaron a Cuba. Después del triunfo de la revolución esto tiene momentos mucho más álgidos en los años 60 y 70, cuando se le da también un carácter de debilidad ideológica a la homosexual­idad. A partir de los 80 empieza a cambiar, y creo que hoy definitiva­mente ha sido superada.

–La novela está ambientada en un momento muy concreto, 2014, cuando ocurre el deshielo entre Washington y La Habana. ¿La nueva era que se anunciaba entonces nunca llegó con Trump?

–La novela cierra su recorrido el 17 de diciembre de 2014, cuando Raúl Castro y el presidente Obama anuncian que Cuba y Estados Unidos van a comenzar conversaci­ones para un restableci­miento de relaciones diplomátic­as. Eso fue una conmoción, y no solo en Cuba. Vimos casi con asombro, y con grandes esperanzas, como se izaba una bandera americana en la embajada que tienen en el malecón de La Habana, la visita posterior de Obama en 2016 y toda una serie de gestos que indicaban la posibilida­d de una convivenci­a mucho más civilizada. Pero ocurrió lo que lamentable­mente no estaba previsto que ocurriera, que

Donald Trump llegara a la presidenci­a. –¿En qué ha cambiado la isla bajo Miguel Díaz-canel?

–Muy poco. Va a cumplir un año en el poder, está tratando de sistematiz­ar una organizaci­ón de las estructura­s de gobierno, se va a llevar a referendo el 24 del mes próximo una constituci­ón que avanza en algunos elementos, mientras en otros pudo haber sido más progresiva. Creo que una de sus banderas ha sido intentar una lucha contra una corrupción que a veces es de bajo nivel, pero muy extendida. –Ya hablamos del personaje. ¿Cómo le sienta la vejez al escritor?

–A los 60 años un novelista está todavía en plenitud de condicione­s. Si no tiene grandes problemas físicos, es un momento en que ha acumulado una experienci­a y un oficio que lo ayudan mucho a la hora de realizar su trabajo. De todas maneras, la experienci­a y el oficio son una ayuda, pero no una solución. Cada vez que me enfrento a la escritura tengo que aprender a escribir esa novela que estoy escribiend­o. Ahora estoy escribiend­o una novela que ocurre en distintos escenarios, con muchos personajes, porque tiene que ver con la diáspora cubana de mi generación y me obliga a una estructura distinta de las novelas anteriores. Con los años uno puede sufrir una afectación de ese aparato tan importante en los escritores que Hemingway calificó como “el detector innato de mierda”.

–¿Sus libros reciben menor promoción en Cuba que en otros países de América Latina?

–Hoy publico en 25 idiomas. He tenido la posibilida­d de escribir para el cine, he tenido recompensa­s de diferente tipo en diferentes partes del mundo, incluido un premio como el Princesa de Asturias. En Cuba he ganado todos los premios, pero las ediciones de mis libros siempre han sido limitadas. Lo que está claro para mí es que Cuba es mi país, mi lugar de residencia. Mi función es escribir, y en Cuba escribo.

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