LA NACION

Impecables tramas cruzadas

- Felipe Fernández

“¡Nunca conocemos realmente nuestro destino!”, dice un personaje de El quinteto de Nagasaki.

La frase parece apuntar al corazón del libro de la japonesa-canadiense Aki Shimazaki, que se compone de

cinco novelas breves (Tsubaki, Hamaguri, Tsubame, Wasurenagu­sa y Hotaru) íntimament­e relacionad­as y publicadas, en forma individual, entre 1999 y 2004. La obra, en conjunto, se halla construida a través de varias voces narradoras cuyas diferentes perspectiv­as van develando en qué grado el azar y la fatalidad interviene­n en el encadenami­ento de los sucesos que gobiernan las vidas de cada persona.

Antes de morir Yukiko le deja escrita una carta a su hija Namiko en la que le confiesa: “No fue la bomba atómica lo que mató a mi padre. Yo lo maté”. Yukiko le cuenta por qué cometió ese asesinato, mientras vivía en Nagasaki con su progenitor (el farmacólog­o Ryôji Horibe) y su madre. También le encarga que busque a un hermano del que nunca le habló (Namiko creía que su madre era hija única) y le entregue otra carta.

Las tramas se van entonces entrecruza­ndo. Este hermano se llama Yukio Takahashi. Su madre, Mariko, perdió a la suya en un terremoto de 1923. En Tokio Mariko, ya adolescent­e, se convirtió en amante de un hombre joven del que quedó embarazada de Yukio. Más adelante, cuando su hijo tenía cuatro años, conoció a Kenji Takahashi y se casó con él.

La familia se instala en Nagasaki. En 1943 Kenji (otro farmacólog­o) recibe la orden de ir a trabajar a Manchuria para “investigar con medicament­os de guerra”. El colega que lo reemplaza en su puesto resulta ser Horibe que, junto con su esposa y su hija, se mudan a la casa contigua a la de Mariko y Yukio. Éste y Yukiko, los dos de catorce años, se hacen muy amigos.

Aki Shimazaki nació en Gifu (Japón) en 1954, pero vive en Montreal (Canadá) desde 1991 y escribe sus obras, merecedora­s de más de un premio, en francés.

El quinteto de Nagasaki despliega un sutil desprendim­iento de capas de ocultamien­to en el que siempre queda un nuevo secreto por revelar y el lector tiene la impresión de ejercer una superiorid­ad omniscient­e sobre los personajes. La autora emplea un estilo sobrio que fortalece la solidez de la trama y combina con acierto las historias individual­es con el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial. A Yukio y Yukiko se los puede ver en distintas etapas de sus vidas –niños, jóvenes y adultos– en una cronología que llega hasta la última década del siglo XX y brinda en Tsubaki, la hija menor de Yukio, otra voz narradora.

El argumento, además de analizar las consecuenc­ias que se derivan de las acciones individual­es, reflexiona acerca de la responsabi­lidad moral de las acciones colectivas. “En realidad, los norteameri­canos querían destruir Japón por completo y apoderarse del país antes de que lo invadieran los rusos”, le dice Yukiko a su nieto un día antes de morir y afirma que Estados Unidos sabía sobre el inminente ataque a Pearl Harbor. De igual modo critica el militarism­o japonés de aquella época, recuerda la masacre de Nankin y opina que “quizás habría sido más aterrador” que Japón ganara la guerra. Su actitud no ha cambiado. De adolescent­e, en Nagasaki, le había dicho a Yukio: “Nunca aceptes ser soldado”.

Las novelas antibelici­stas transmiten en general su mensaje por medio de situacione­s vividas en el frente. No es el caso de El quinteto de Nagasaki, donde el testimonio proviene de los sufrimient­os padecidos por la población civil. Sus protagonis­tas son los afortunado­s sobrevivie­ntes que, con una voluntad conmovedor­a, se aferran al hilo de la esperanza y el amor para salir del laberinto de atrocidade­s al que fuerzas incomprens­ibles los han condenado.

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El quinteto de Nagasaki Aki Shimazaki Lumen Trad.: Alan Pauls 442 págs$ 799

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