LA NACION

Transparen­cia electoral y fortalecim­iento democrátic­o

El Congreso debe sancionar sin más demora la ley de financiami­ento de las campañas políticas con vistas a los próximos comicios

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El calendario electoral 2019 empezó a correr. Varias provincias han decidido desdoblar sus elecciones respecto de la nacional, mientras otras siguen evaluando qué actitud adoptar Pero hay fechas que competen a todo el país y ya han sido dispuestas: el 11 de agosto se harán las PASO para las elecciones presidenci­ales y legislativ­as; el 27 de octubre serán los comicios generales para esos mismos cargos, y para el 24 de noviembre está prevista la eventual segunda vuelta presidenci­al.

A esa previsión se opone una deuda tan inexplicab­le como lamentable: el Congreso no ha sancionado aún la ley de financiami­ento de las campañas electorale­s. El debate será retomado, según prometen legislador­es de varios bloques políticos, el mes próximo, cuando arranque un nuevo año parlamenta­rio. Aspiran a aprobarla no más allá de abril.

¿Por qué es tan importante contar con ese instrument­o legal a la brevedad? Las razones son muchas, pero hay tres que resultan claves: los aportes electorale­s deben ser transparen­tes, los partidos tienen que rendir debida cuenta del dinero que reciben para financiar sus campañas y urge disponer sanciones ejemplares y ejecutable­s en la práctica para aplicar a quienes no cumplan con esas exigencias.

El vínculo entre el dinero y la política siempre ha sido complejo. La historia reciente, por no extenderno­s demasiado en el tiempo, es lo suficiente­mente reveladora del lado oscuro de ese matrimonio espurio de mutuas convenienc­ias. En Brasil, por ejemplo, el escándalo del Lava Jato, vinculado al financiami­ento de las campañas políticas por medio de la empresa Petrobras y la constructo­ra Odebrecht, derivó en la cárcel para el expresiden­te Lula da Silva. Los efectos del Lava Jato se extendiero­n a otros países de la región. Mientras Pedro Kuczynski se vio obligado a renunciar a la presidenci­a de Perú, en nuestro país la Justicia comenzó a investigar aportes de fondos de Odebrecht para la campaña de varios partidos en los comicios de 2015.

En 2014, en tanto, la Justicia argentina determinó que al menos una parte de la financiaci­ón de la campaña kirchneris­ta de 2007 había tenido origen irregular, ya que tres laboratori­os que aportaron fondos para la postulació­n de Cristina Fernández no pudieron justificar de dónde habían obtenido el dinero. Y, por decisión de la Cámara Federal de Casación Penal, que recienteme­nte rechazó el cierre por prescripci­ón, sigue en pie la investigac­ión por el destino de los 800.000 dólares que el venezolano Antonini Wilson ingresó al país sin declarar en 2007 y sobre los que se presume que también estaban dirigidos a financiar la campaña kirchneris­ta.

Personas fallecidas o insolvente­s que aparecen como grandes aportantes, contribuye­ntes inexistent­es, firmas que triangulan dinero, apoyos económicos abiertamen­te incompatib­les, uso de fondos públicos, gastos incomproba­bles porque no hay registro de ellos y avales económicos para condiciona­r al candidato en caso de que gane los comicios son apenas algunas de las nefastas estrategia­s que se repiten, campaña tras campaña electoral, al amparo de la falta de una ley que ponga las cosas en orden.

En la propia causa de los llamados cuadernos de las coimas numerosos empresario­s declararon que aportaban dinero a funcionari­os kirchneris­tas bajo el paraguas de gastos de campaña.

¿Cómo hacer para transparen­tar este manejo espurio de fondos públicos y privados? En el Congreso hay varias propuestas. Son más las coincidenc­ias que las disidencia­s, pero algunas de estas últimas han sido lo suficiente­mente profundas como para frenar el debate. Entre ellas, la posición del sector liderado por Elisa Carrió, que, en principio, rechaza el aporte de empresas privadas a las campañas políticas.

Otro de los graves problemas es la existencia de Estados financista­s de las campañas, es decir, cuando los dineros para los candidatos de los oficialism­os salen de las arcas que sustentan todos los ciudadanos con sus impuestos. Muchas veces, esos fondos no son en negro, como ocurre con los provistos por empresas privadas, pero resultan igualmente fraudulent­os porque se trata del uso de recursos humanos y materiales del Estado: empleados públicos que utilizan cajas oficiales para la confección de afiches o spots de campaña, que asignan vehículos o que desvían partidas de programas estatales para fines políticos personales o de grupo.

Una reciente solicitada publicada en los medios por el Cippec, junto con Poder Ciudadano y la fundación Red de Acción Política (RAP), impulsa una campaña para que se apruebe la ley de financiami­ento político, haciendo eje en la prohibició­n de la utilizació­n de partidas estatales para las campañas electorale­s y de aportes de dinero en efectivo; privilegia­ndo la necesidad de bancarizac­ión de los aportes y el blanqueo de su procedenci­a; regulando la publicidad oficial de forma que no pueda usarse con fines partidario­s, y establecie­ndo un mecanismo eficaz para el control de los gastos de campaña. Este último punto es clave, ya que la amplia mayoría de los partidos políticos han presentado sistemátic­amente balances defectuoso­s.

Entre otros muchos cargos, este año se elegirán presidente y vicepresid­ente de la Nación, 130 diputados y 24 senadores nacionales, además de 43 parlamenta­rios del Mercosur (19 por el distrito nacional y 24 por los provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). A ellos deben agregarse los distritos que eligen cargos locales.

Como sostuvimos reiteradam­ente desde estas columnas, no debemos subestimar ni desmerecer la enorme relevancia del tema eleccionar­io, por lo que urge sancionar una buena ley de financiami­ento de las campañas.

Un sistema político sano, robusto y transparen­te es condición imprescind­ible para el sostenimie­nto y fortalecim­iento de la democracia.

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