El periodista saudita asesinado
El 2 de octubre pasado, un conocido periodista de investigación saudita, Jamal Khashoggi, fue asesinado y descuartizado en el interior del consulado de Arabia Saudita en la ciudad de Estambul.
El crimen habría sido planificado y perpetrado por un comando especial enviado específicamente desde Riad. Khashoggi no solo era un periodista ampliamente conocido y muy influyente, sino que también se había vuelto cada vez más crítico del autoritario gobierno saudita, mientras residía, como exiliado, en los Estados Unidos, país donde colaboraba asiduamente con el diario The Washington Post.
Hay quienes no ocultan sus sospechas respecto de que detrás de ese crimen podría estar el propio príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed ben Salman, lo cual alimenta la creciente presión internacional para que el asesinato sea debidamente aclarado y sus autores, identificados y puestos con celeridad a disposición de la justicia del reino. El fiscal actuante ha pedido ya la pena de muerte para quienes hayan sido sus autores.
El mismo Congreso de los EE.UU., interesado en esclarecer rápidamente lo sucedido, ya está actuando activamente en esa dirección: ha sancionado, a la distancia, a 17 funcionarios sauditas de rango intermedio.
Desde las Naciones Unidas, la relatora para Ejecuciones Extrajudiciales, Agnés Callamard, que depende del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, es la encargada de investigar lo sucedido. Es ella quien acaba de atribuir el asesinato al gobierno saudita, al afirmar que tiene en su poder pruebas que corroboran sus dichos.
El asesinato del periodista debe esclarecerse lo más rápidamente posible, y quienes hayan sido sus responsables, directos e instigadores, deberían ser castigados con todo el rigor de la ley.