Contrastes
Los muñecos de Mi pequeño pony eran un exitazo entre las niñas que crecieron en los tempranos noventa. Turquesas, verde agua y con frondosas cabelleras a tono, tenían un aire medio lisérgico, como de juguete diseñado por un Tim Burton que cambió la oscuridad de El cadáver de la novia por el rosa chicle de una nena en edad escolar, antes de la conciencia de género. Este, en cambio, es un pony salvaje que se planta contra la tormenta en un paisaje inglés y carece de alegría. Se parece mucho más a la imagen un tanto triste y hasta de explotación que tienen los ponys que alquilaban nuestros padres para darle una experiencia ecuestre a nuestra infancia de ciudad. Ambos, el de la foto y el de las niñas de antes, son igual de irreales, como salidos de un sueño. Alegre e infantil en un caso, dramático y tormentoso en el otro.