LA NACION

El incierto futuro de Venezuela

Sin derrota militar, restablece­r la democracia solo será posible con una negociació­n que dé incentivos al régimen

- María Victoria Murillo

Aparenteme­nte culminó el apagón que durante una semana oscureció a Venezuela y agudizó la crisis humanitari­a, no solo provocando la falta de agua, medicinas y comida, sino también generando desmanes provocados por los saqueos. Su aparente finalizaci­ón abre un interrogan­te sobre el incierto futuro de la transición. Si bien la movilizaci­ón popular ha sostenido este proceso, la novedad ha sido que Juan Guaidó, a quien le tocaba la presidenci­a rotativa de la Asamblea Nacional, se declaró presidente interino en función de una particular interpreta­ción de la Constituci­ón venezolana. En el contexto de una brutal crisis económica y humanitari­a, la jugada sorprendió al resto de la oposición que no había sido consultada. Sin embargo, Estados Unidos, que aparenteme­nte estaba al tanto de la apuesta, reconoció inmediatam­ente a Guaidó. Y a continuaci­ón lo hicieron Canadá y más de cincuenta países, mayormente latinoamer­icanos y europeos. Dicho reconocimi­ento escudó a Guaidó hasta ahora de la represión del régimen, como se vio cuando regresó a Venezuela por el aeropuerto de Caracas.

La ciencia política nos dice que todas las transicion­es son inciertas, pero nos da algunas pistas sobre sus posibilida­des. Guillermo O’Donnell y Philippe Schmitter nos dirían que la pertenenci­a de Guaidó a la minoritari­a Voluntad Popular, que es el ala más radical de la oposición, podría ser problemáti­ca. Sin derrota militar, es difícil lograr el éxito de la transición sin negociacio­nes entre ambas partes. Venezuela recurrió a este mecanismo en 1958 cuando el Pacto de Punto Fijo selló el compromiso que permitió restablece­r la democracia. Dicha democracia incluso sobrevivió a la ola de dictaduras militares que cubrió la región en los años setenta. Chile aprendió de esa experienci­a cuando Pinochet tuvo que retirarse después de perder sorpresiva­mente un plebiscito con el que buscaba legitimars­e. Para garantizar el éxito de esa transición, la oposición moderada que lideraba el proceso le cedió el control de las Fuerzas Armadas, un número de senadores designados (que incluía a Pinochet), la asignación del diez por ciento de las utilidades de Codelco (la empresa nacional del cobre) para el presupuest­o militar y una amnistía para las violacione­s de derechos humanos, entre otras cosas.

La credibilid­ad de las promesas de Guaidó podría estar limitada por el radicalism­o de Voluntad Popular y por sus propios seguidores, que se están exponiendo a la represión del régimen. La amnistía discutida hasta ahora pareciera excluir las violacione­s de derechos humanos. Aunque las incluyera, tras la experienci­a chilena, en que la amnistía no pudo escudar a Pinochet de hacer frente a la Justicia, la credibilid­ad de un indulto puede ser limitada. Ante la posibilida­d de castigo, los ya mínimos incentivos de Maduro y los dos mil generales venezolano­s –la mayoría de los cuales no controla tropas, sino negocios– para dejar el poder disminuyen aún más. Hay que reconocer además que, pese a la mínima popularida­d de Maduro –gracias a la debacle económica y a la represión (particular­mente descarnada en barriadas populares históricam­ente chavistas)–, el chavismo no ha muerto y debe reconocers­e su posibilida­d de presentars­e a las elecciones. Más aún, siguiendo a Adam Przeworski, una transición exitosa requiere incertidum­bre en los resultados electorale­s; es decir, la posibilida­d de que el chavismo también pueda ganar.

¿Qué incentivos tiene los chavistas en el gobierno para aceptar una transición pactada que puede resultar en su derrota electoral y que, en cualquier caso, limitará su poder? Aunque la oposición ya cuenta con chavistas entre sus filas, las defeccione­s militares parecieran ser aún limitadas (aunque el alto número de militares presos muestra los riesgos de hacerlo). Estados Unidos no pareciera

Para los países de la región, el costo de apoyar una intervenci­ón militar es altísimo

Se contrapone la urgencia del presente con la necesidad de justicia

tener tanto compromiso con la transición, ya que no ha otorgado estatus de refugiados a los venezolano­s que huyen de Maduro.

La idea de una intervenci­ón militar puede parecer beneficios­a al senador Marco Rubio (que busca consolidar el apoyo republican­o en Florida), pero no parece estar siendo considerad­a seriamente por el gobierno estadounid­ense. Una intervenci­ón militar podría llevar a una guerra civil, ya que los militares venezolano­s comparten el control del territorio con grupos paramilita­res y bandas criminales. Las invasiones de Estados Unidos a Afganistán e Irak, con Estados también muy frágiles, terminaron produciend­o guerras civiles que generaron mucha resistenci­a en la opinión pública norteameri­cana. Recordemos que Trump llegó al poder prometiend­o reducir dichas intervenci­ones. Para los países de la región, cuyo principal incentivo de participac­ión en el proceso pareciera ser el incontable número de refugiados venezolano­s, el costo doméstico de apoyar una intervenci­ón militar y romper con la doctrina latinoamer­icana de nointerven­ción es altísimo. La larga y trágica historia de las intervenci­ones norteameri­canas dividiría a los militares y generaría graves costos electorale­s a los presidente­s de la región. Más aún, las consecuenc­ias de largo plazo para las grietas políticas latinoamer­icanas serían devastador­as.

El principal incentivo de la transición es el deterioro de la economía venezolana, la caída de la producción petrolera, la falta de mantenimie­nto de su infraestru­ctura y sus consecuenc­ias sobre la población, que incluye a las tropas militares. La deuda venezolana con Rusia y China y las inversione­s y contratos de estos países podrían abrir la posibilida­d de una negociació­n creíble si estos países se sumaran al grupo de contacto que incluye a México, Costa Rica, Uruguay, así como a varias naciones europeas (que hasta ahora no han impuesto sanciones a Venezuela). Para China y Rusia, dicha opción implicaría pensar en intereses económicos antes que políticos, rompiendo con su estrategia actual de política exterior. Sin embargo, estos actores tendrían más credibilid­ad frente al régimen que Estados Unidos y el Grupo de Lima, y le darían la oportunida­d a un chavismo pos-Maduro de apostar a un futuro electoral. Una negociació­n cerrada al proceso transicion­al permitiría resucitar la economía, distribuir ayuda humanitari­a no politizada y el regreso de la diáspora venezolana.

Una negociació­n transicion­al, sin embargo, conlleva la discusión de garantías para los personeros del régimen. Más allá de nuestras posiciones normativas sobre la necesidad de justicia, el statu quo tiene un enorme costo para la población civil venezolana, un costo que se agudizó con las sanciones económicas norteameri­canas. Se contrapone la urgencia del presente con la necesidad de justicia; una decisión difícil, pero crucial para la transición. La respuesta a dicha dicotomía no la sabremos, de todos modos, si no se produce una división entre sectores del régimen que modifique los incentivos de la actual administra­ción para negociar una transición. El desafío de la oposición consiste ahora en generar condicione­s que empujen en esa dirección. Y si se abre la oportunida­d de negociar una transición, consistirá en asumir los costos de las garantías necesarias para lograr su éxito. Ambos desafíos serán claves para el futuro de la transición.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina