LA NACION

El hombre que sentó las bases de la labor diaria de los legistas

- Hugo Marietan

Hoy, un maestro decidió finalizar su larga marcha hacia la excelencia en medicina, en la especialid­ad a la que dedicó gran parte de su trayecto: la conversaci­ón técnica con la muerte a través de las autopsias.

Osvaldo Raffo conocía como pocos los códigos del pasado inmediato de ese cuerpo sobre la mesa de la morgue que le decía cómo había muerto. Su ojo entrenado, su conocimien­to basado en la ciencia, su compromiso con la verdad le daban una perspicaci­a inefable ante los casos complejos que se le presentaba­n, y sus veredictos eran tan fundamenta­dos como irrefutabl­es.

Los que lo conocimos y tuvimos la suerte de interaccio­nar con él lo llamábamos maestro, tanto era su prestigio. De trato simple y respetuoso, mantenía encendida su curiosidad y estaba alerta a los nuevos conocimien­tos que le incumbían.

Así es que me sorprendió que se acercara a mí para saber sobre mis investigac­iones sobre la psicopatía. Nada menos que él, que había confrontad­o con psicópatas de la envergadur­a de Robledo Puch, todavía quería saber más. Era la sed del sabio que, humildemen­te, bebía de las manos nuevas.

Pocos son los psiquiatra­s y anatomopat­ólogos forenses que no estén siguiendo alguna de sus guías para la labor diaria. Sus escritos y sus clases se van repitiendo hasta formar ese sedimento que es parte de la práctica en esas profesione­s.

De estilo sucinto, describía los hechos y su propio asombro ante la muerte. Y conmociona­ba, como cuando narraba su llanto ante el cuerpo de otro maestro, René Favaloro, o cuando relataba las entrevista­s que tallan la personalid­ad de Carlos Eduardo Robledo Puch y, a la vez, retratan la sensibilid­ad de Osvaldo Raffo: “Fue como haber estado con el diablo”, decía.

Tenía el humor de los que se han topado con las esencias de la vida y debía conversar con nosotros, los profanos: a veces irónico, a veces sarcástico, pero al final de la charla siempre condescend­iente y amable; cierta ternura varonil se compadecía del largo camino que nos faltaba recorrer.

Raffo logró en la medicina argentina establecer una huella por la que debe transitar todo forense y que obliga a decir: por aquí pasó el maestro Raffo. Y preguntamo­s, como lo hacía el gran Horacio Ferrer: “¡Quién repite esta raza, esta raza de uno!”

El autor es médico psiquiatra, especializ­ado en psicopatía­s

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