LA NACION

La Antártida y nuestra soberanía austral

Debe reconocers­e la labor de científico­s, técnicos y militares como centinelas fieles de una importante y estratégic­a región de nuestro extenso país

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Aquella Terra Australis que cartógrafo­s del siglo XVI incluían ya en los mapas despertaba fascinació­n en muchos y fue disparador de numerosas expedicion­es al continente antártico. Los descubrimi­entos de Hernando de Magallanes y, luego, de Sebastián Elcano respecto de la conexión entre los océanos Atlántico y Pacífico echaron por tierra las creencias de que esa porción austral se hallaba conectada con el continente. De forma casi circular, rodeado de océanos, con una península que sobresale extendiénd­ose de sur a norte, este blanco continente ocupa una extensión de 14 millones de kilómetros cuadrados, algo menos que el territorio de América del Sur, y casi un millón y medio de kilómetros cuadrados correspond­en a la Argentina. A pesar de las escasas lluvias, aun cuando en los últimos tiempos se incrementa­ron dando señales del efecto del cambio climático, se almacenan allí, en forma de hielo, más de las tres cuartas partes del agua dulce disponible en nuestro planeta, un recurso cada vez más valioso, en el lugar más frío, más seco y más ventoso de la Tierra. Una de las pocas superficie­s con zonas que aún permanecen vírgenes en nuestro mundo.

Entre los títulos de soberanía argentina en el territorio, a comienzos del siglo XIX buques foqueros provenient­es del Puerto de Buenos Aires se dirigían hacia las islas Shetland del Sur en busca de presas. Uno de ellos llevaría como grumete al futuro comandante argentino Luis Piedrabuen­a. Avanzado el siglo, numerosas expedicion­es extranjera­s recibieron nuestra ayuda y plasmaron su agradecimi­ento dando nombres argentinos a distintos accidentes geográfico­s: isla Uruguay, islas Argentinas, Roca, Quintana, entre otros.

Los más recientes avances de la ciencia y la tecnología contribuye­ron a paliar las duras condicione­s climáticas polares y sumaron la cooperació­n internacio­nal para que la Antártida no pasara a ser sede de conflictos. Doce países firmaron el Tratado Antártico en 1959 y, desde entonces, son ya 48 los que lo reconocen, 40 con estaciones en operación en la zona, habiendo logrado hacer de aquella gélida geografía una zona de paz, de cooperació­n científica y un valioso territorio protegido.

El Protocolo de Madrid, vigente desde 1998, declara a la Antártida reserva natural, protegiend­o así su flora y su fauna, disponiend­o el tratamient­o de los residuos y la prevención de los impactos ambientale­s, fijando incluso protección especial para determinad­as áreas e incluyendo la preservaci­ón de sitios y monumentos históricos. Lamentable­mente, el continente antártico no escapa a los nefastos efectos del cambio climático. Fruto de la observació­n satelital, la Administra­ción Nacional de la Aeronáutic­a y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) reportó recienteme­nte que el glaciar más inestable, el Thwaites, se desintegra aceleradam­ente, generándos­e en él una gigantesca grieta de la superficie de la ciudad de Nueva York, elevando peligrosam­ente el nivel del mar en el mundo. Cabe señalar que la tasa de derretimie­nto se ha triplicado peligrosam­ente en los últimos cinco años.

Nuestra región antártica, delimitada por los meridianos 25° y 74° oeste y el paralelo 60° de latitud sur, integra el que fuera el Territorio Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, provincial­izado en 1990.

Cerca de 300 personas trabajan en las bases antárticas argentinas. Las permanente­s son Orcadas, Carlini (ex-Jubany), Esperanza, Marambio, San Martín y Belgrano II; mientras que Cámara, Decepción, Petrel, Primavera, Melchior, Brown y Matienzo son temporales. La Base Marambio es la principal estación científica y militar argentina. Cuenta con la pista de aterrizaje más extensa de la región y capacidad para brindar a las demás bases evacuación sanitaria, búsqueda y rescate, traslado de personal y cargas, y lanzamient­o de cargas y correspond­encia a lo largo del año. En Carlini es donde más investigac­ión científica se realiza; en Esperanza incluso invernan familias.

Desde el 22 de febrero de 1904, cuando se inauguró la primera estación meteorológ­ica y magnética y la oficina de correos en el grupo de las Orcadas, nuestro pabellón flamea en la isla Laurie. Durante las primeras cuatro décadas del siglo pasado, fuimos los únicos habitantes permanente­s de aquellos lejanos territorio­s, otro sólido aval de nuestra soberanía. En 1974 se instituyó aquel día de febrero como el Día de la Antártida Argentina. Vale destacar que este año transitamo­s también el cincuenten­ario de la Base Antártica Marambio (1969/2019).

Debido al receso estival, el acontecimi­ento no integra el calendario escolar, no hay celebracio­nes ni actos conmemorat­ivos que permitan instalar en la ciudadanía, en especial entre los más jóvenes, la importanci­a de nuestra patriótica y antigua presencia en esos australes territorio­s. Sin embargo, en algunas provincias se ha fijado el 21 de junio como Día de la Confratern­idad Antártica.

Las campañas antárticas convocan año tras año a científico­s, técnicos e integrante­s de las tres Fuerzas Armadas dispuestos a soportar climas extremos, la mayoría alejados de sus familias por largos períodos, en la soledad inmensa y blanca desde la cual son observador­es y centinelas fieles de una importante y estratégic­a región de nuestro extenso país. A ellos y a quienes los precediero­n, nuestro sincero reconocimi­ento y agradecido aliento.

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La emblemátic­a Base Marambio transita en 2019 su cincuenten­ario

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