LA NACION

Julián Molina, campeón en 10.000m en un final increíble

Julián Molina, ganador de los 10.000 metros en el Nacional ante fondistas experiment­ados en una definición de película, se ilusiona con la cita olímpica

- Texto | Ezequiel Brahim para la nacion

Mar del Plata, Campeonato Nacional de 10.000 metros, una competenci­a que consiste en girar 25 vueltas a la pista de atletismo. No suena muy emocionant­e. Pero el desenlace de la carrera sorprendió a los especialis­tas y provocó que el público transforma­ra el estadio en un verdadero circo romano.

En la punta van cuatro de los mejores fondistas del país: Luis Molina (atleta olímpico en Río 2016), Joaquín Arbe (múltiple campeón argentino de todas las d is tan ciasentre8­00my 42 km ), Julián Molina (de 26 años, y que hacía dos semanas había abandonado en la maratón de Sevilla) y Bernardo Maldonado (una de las mayores revelacion­es de los últimos años). Faltan 10 vueltas para el final y los cuatro recorren a la velocidad del viento la calma que ante cede al huracán. Una vuelta más y Maldonado pasa de correr muy rápido a mucho más rápido (para los especialis­tas giró una vuelta en 1m7s), dejando al trío que lo acompañaba sin fuerzas para reaccionar.

Luis Molina, a pesar de su pasado olímpico y de estar corriendo la carrera más rápida de su vida, no puede acompañarl­o. A Joaquín Arbe quizá le pesan todos los Nacionales que ya ganó y decide abandonar la lucha y la carrera. El entrenador de Julián Molina ve a su discípulo y piensa: “Este abandona, viene cuarto y viene

mal”. Sería otro retiro en dos semanas luego de la experienci­a de Sevilla. Maldonado se iba rumbo al triunfo, sin contendien­tes, inalcanzab­le, a coronarse por primera vez en su vida campeón nacional de 10.000 metros. “Ninguno en ese momento se acordaba de Julián Molina”, declara convencido el propio protagonis­ta, “pero yo estaba seguro de que lo agarraba, tenía que mantener hasta que llegara mi momento”. Nadie hubiese apostado en contra de Maldonado.

“Cuando Maldonado mira para atrás, me doy cuenta de que no está tan seguro”, explica Molina. Y añade: “Se equivocó en rematar tan temprano; yo lo esperé hasta tirar la última bala”. El tema es que Molina tiró su última bala desde lejos, Maldonado ya se le fue y todavía

“ya le gané a los tres maratonist­as olímpicos. ahora tengo que conseguir yo los anillos” “¿por qué fue así mi festejo en el nacional, con el dedo en la sien? es que soy un loquito que corre” Julián Molina atleta

quedan unas cinco vueltas por delante. Es entonces cuando el público también empieza a notar la repercusió­n de su impulso. El chico aún no está muerto: la sigue peleando y empieza a descontar.

El aliento comienza a envolver la pista. Faltan cuatro vueltas y Mol in a descuenta. Está a 60 metros de Mal dona doy la gente se es tira sobre la bar anda que protege la pista: los quiere empujar a puro grito. Tres vueltas y Maldonado mira otra vez para atrás, ve que se acerca y está a 50metros. Molina alarga la zancada y el público lo arenga. Dos vueltas para el final y le cuesta descontar: aún son 40m de diferencia. Hasta que suena la campana y el estadio arde. Entran en la última vuelta, apenas un minuto por delante luego de casi media hora de batalla. Llegan a la recta final con Bernardo Maldonado 15m por delante y lucha, deja todo, pero ya no tiene nada. Molina lo alcanza a 20m antes de la línea final. Pasa al frente y se lleva el dedo índice ala si en, lo gira en el universal gesto de locura y sonríe de oreja a oreja al traspasar la llegada y coronarse campeón nacional. “Es que soy un loquito que corre”, explicó Julián después. “Y me tenía fe de que podía”.

¿Quién es “este loquito que corre”?

Marcos Julián Molina nació hace casi 26 años, en un invierno frío en Paraná. Cuando tenía 18 años falleció su mamá. Julián siempre buscó un futuro fuera de su casa. “Es complicado el tema de mi familia”, explica. “Mi papá creo que ni sabe que salí campeón argentino”.

Empezó a correr en parte como el camino para llegar a un sitio distinto. Pero el atletismo no da plata y el entrenamie­nto se lleva mal con ocho horas de trabajo. Fue y vino entre el deporte y los apuros económicos: probó de policía, trabajó en un puerto, construyó bicicletas, cocinó en la rotisería de su familia, e incluso hizo jornadas de 12 horas en una fábrica, pero ahí se peleó con otro empleado y huyó corriendo. Sus piernas firmaron el telegrama de renuncia.

Con idas y vueltas comenzó a entrenarse hace siete años bajo la dirección de Cristian Crobat. Pero Crobat vive en Rosario y la distancia no ayudaba. Faltaba algo más.

“A Julián lo conocí en Mar del Plata”, cuenta Martina Aguirre. “Fui de paseo con la novia de Cristian Crobat y al final terminamos trotando todos los días. Julián siempre nos hacía reír”. Martina volvió a su casa en Rosario y atrás volvió Julián. Hace ya dos años, en la cuna de la bandera, nació el amor.

Cerca de su entrenador, con pareja, solo le faltaba una familia al lado. “Yo lo cuido como madre”, sentencia Laura Aguirre, la mamá de Martina, la suegra de Julián. Su marido Daniel lo acompaña a entrenar en bicicleta. “Es el hijo varón que no tenemos”, define Laura. Y su otra hija, Candela, se suma: “Es como un hermano para mí”. Ahora sí, con entrenador, novia y familia adoptiva, Julián empieza a brillar.

Con el tiempo le llegó cierta repercusió­n. En agosto de 2018 ganó la media maratón de Buenos Aires, superando entre otros a Mariano Mastromari­no, maratonist­a en Río 2016, que además había logrado ese día la mejor marca de su vida. “Vendí empanadas para poder llegar

hasta acá”, dice el ganador. Se transforma en el Rocky argentino que estaba faltando. “Cuando lo escuchamos dijimos: uh, no! mirá

lo que dijo”, confiesa Martina, “pero al final eso fue lo mejor que dijo”. Lo catapultó a la fama y los sponsors que antes le cerraban las puertas ahora hacían cola para hablar con él. “Fue una locura”, recuerda Julián. “El teléfono empezaba a sonar a las cinco y media de la mañana. Al tercer día colapsé de tanta presión, me largué a llorar y le dije a Martina que lo atendiera ella, yo ya no podía más”. Cristian, su entrenador, reconoce que nadie esperaba eso: “Llevo 22 años en el atletismo de alto nivel nacional y jamás vi una cosa así, el nuestro no es un deporte popular”. Ese fue el inicio de una seguidilla meteórica.

“Le dije que apagara el teléfono y que volviera a entrenarse porque si no se le acababa toda la fama ”, recuerdaCr­obat.Y así fue: había que revalidare­l logro. Al mes ganó los 10.000 metros en la Copa Nacional y superó, entre otros, a Luis Molina, maratonist­a en Río 2016, que además había logrado ese día la mejor marca de su vida( casi un

deja vú del mes anterior). Pero faltaba otra. Llega enero y viaja a Concordia, Entre Ríos, para correr la ultra tradiciona­l Maratón de Reyes, donde el rey indiscutid­o es Federico Bruno, maratonist­a olímpico en Río 2016, nativo de Concordia, ganador de las últimas cinco ediciones de la carrera que este año llegaba a su 40º aniversari­o. La competenci­a con más público del país convoca decenas de miles de concordien­ses y entrerrian­os a alentar a sus atletas y a su campeón y finaliza en las tribunas repletas del corsódromo para bañar en aplausos al ganador. Allí fue Julián Molina, a buscar su deja vú.

Ganó la 40ª Maratón de Reyes y con récord del circuito. Derrotó, entre otros, a Bruno, que había logrado ese día la segunda mejor marca de su vida. Julián repite la historia por triplicado y piensa: “Ya le gané a los tres maratonist­as olímpicos, ahora tengo que conseguir los anillos yo”.

Entonces, se entrena como nunca antes lo había hecho. “Viajamos con diez de los mejores alumnos a Salta, a los 2300 metros de Cachi para la preparació­n especial de Julián”, recuerda Crobat. Luego movieron cielo y tierra para conseguir los pasajes y viajaron a la maratón de Sevilla, a buscar la marca que pudiera hacerlos pensar en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Sin embargo, el atletismo no es regla de tres simple y vencer a los tres olímpicos no significa necesariam­ente tatuarse los cinco anillos. Cuando aún le faltaban más de 10 kilómetros para terminar la maratón española, Julián Molina se quedó sin fuerzas y no pudo seguir.

“Nunca había entrenado tan bien, me puse muy triste”, recuerda. “Y lo vi muy triste a mi entrenador, eso me partió el alma”. Cuenta Crobat: “Julián abandonó el domingo, pero el martes ya se estaba entrenando”. Y desde ese primer entrenamie­nto hasta el inicio de esta historia en Mar del Plata, en el Nacional de 10.000 metros, pasaron apenas 12 días. “No me cabe duda de que a Julián lo empujó en esa remontada, más que su físico, el grito de la gente”, asegura Cristian. Y apunta: “Creo que la gana por la bronca que le quedó por la maratón de Sevilla”.

“Fue un final impresiona­nte, me sorprendió la gente, había muchísima adrenalina”, recuerda Martina, que quizás era la que más gritaba en la tribuna de Mar del Plata.

“Luego de ganar lo volvía veraCr is ti an con una sonrisa y con eso recuperamo­s lo del maratón”, cuenta Julián. Con la vista del otro lado del mundo, al menos hasta el 24 de julio del 2020, cuando en Tokio se encienda la llama olímpica y cumplir su sueño de ser parte de la historia.

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julián Molina probó de policía, trabajó en el puerto, construyó bicicletas y cocinó en una rotisería, pero ama correr

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