En busca de un futuro. Cada vez más artistas venezolanos llegan con su sueño bajo el brazo
La historia detrás de un éxodo de Venezuela que ya se nota en el ecosistema de la música, el teatro y el cine; el desafío de abrirse un camino; las expectativas y la solidaridad lejos de casa
Cada uno es diferente y sus trayectos han transcurrido por senderos muy dispares a pesar de que todos dedican su vida al arte, esa actividad a la que es tan difícil encontrarle un solo significado. El destino (o la historia) quiso reunirlos a todos en un país lejano al suyo, buscando resignificarse para poder seguir haciendo eso que mejor saben. Ahora, transcurrido un cierto período de tiempo, ese que va poniendo las cosas en otro lugar, empiezan a reconocerse unos a otros. Este grupo de artistas se sumó al inmenso número de venezolanos que decidieron salir para escapar de la grave crisis que ha expulsado a tantos. Decidieron llegarse hasta la Argentina para mostrar su trabajo, empezar de nuevo y hacerse otra vez un nombre; eso sí, vinieron con las ganas intactas y abiertos a las experiencias que les trajera este peregrinar.
Decidir un destino es tarea compleja, pero el título “capital cultural de Latinoamérica” resulta muy tentador y fácil de comprar para cualquier artista. “Quien no haya pasado por Buenos Aires para el circuito artístico y cultural está incompleto –afirma el bajo Iván García, con muchos años de residencia previa en Europa–. Yo invito a los artistas jóvenes a que estén atentos, esta ciudad te ofrece mucho y si no lo ves, es decisión propia, pero allí está y muchas veces de manera gratuita”.
La mayoría de los que se emocionan al reencontrarse en Origen, una casona de Palermo convertida en espacio de coworking y centro cultural que pertenece a otro joven emprendedor venezolano, tuvieron que tomar la decisión de dejar una carrera y volver a tocar puertas como al principio. Casi todos excepto Catherine Fulop, que llegó a la Argentina hace más de veinte años representando los dos mejores productos de exportación: el miss Venezuela y las telenovelas. Aquí se quedó por amor, formó una familia y desarrolló una carrera que la llevó por la televisión, la radio y el teatro, en donde hizo de todo, desde comedia hasta revista. Ella será para siempre la venezolana más popular, esa que con su alegría supo ganarse un lugar privilegiado en este país. “Eso me colocó en un lugar especial, porque cuando comenzaron a llegar los venezolanos sentí la responsabilidad de apoyarlos cada vez que salían a expresarse y por esto ahora no puedo ir más a Venezuela. No soy política, pero sé que influyo con mis opiniones en las redes sociales. No puedo desconectarme, estoy muy comprometida y acompañaré esta lucha hasta el final. Pero la vida también me premió con otra patria que es esta, aquí me tomaron en cuenta como si fuera una más y le debo mucho a este país. Agradezco cómo me recibieron, creo que influyó haber conservado siempre eso que distingue al artista venezolano, una dualidad entre lo alegre y lo profundo”, dice.
A pesar de ser hija de argentinos y tener a su familia de nuevo aquí, la actriz Marisa Román también tuvo que vivir su adaptación como inmigrante. “Al principio había mucho de nostalgia por la vida que dejé atrás, algo que de alguna manera enmascaraba el miedo a empezar de nuevo. Pero llegó un punto en el que el miedo dejó de gobernarme y empecé a conectarme con el presente. Cuando acepté mi realidad pude abrir mi cabeza y mi corazón y ver todas las nuevas posibilidades que brinda este proceso, y que significan crecimiento y evolución. Quizá no he actuado todo lo que he querido, pero me pude abrir a otras posibilidades de creación, estudiar dramaturgia y participar dando talleres”.
Las expectativas no siempre coinciden con la realidad, y ese transitar por períodos en los que no todo parece fluir puede convertir esta aventura en un proceso muy complejo. “En Venezuela mi carrera se desarrolló de manera muy natural; era reconocido y el hecho de haber trabajado con alguien muy bien posicionado aquí me hizo creer que las oportunidades serían las mismas, pero eso que tenía en mi mente no sucedió y fue duro –explica el fotógrafo Beto Gutiérrez–. Entender el significado de migrar resultó un asunto muy bueno para trabajar el ego. Me costó cuatro años, pero ahora la comunidad fotográfica ya sabe que existo, tengo mi proyecto y cada vez me siento más de acá, a pesar de que también sé que nunca lo voy a ser del todo”.
Encontrar un plan de vida tan lejos de Venezuela era lo último que pensaba el productor audiovisual Omar Zambrano, pero las sorpresas están siempre esperando y hoy, gracias al encuentro fortuito con unos músicos venezolanos tocando en el subte porteño, tiene a su cargo la Orquesta Latin Vox Machine, formada por 85 músicos, en su mayoría también inmigrantes venezolanos a los que ahora también se les sumó el Latin Vox Choir, con 90 integrantes. “Nunca pensé que esto se iba a convertir en la razón de mi vida, ya no es algo temporal, ni para mí, ni para todos estos músicos que tanto le están poniendo para crecer cada día más. Somos
un equipo que está aprendiendo a vivir en este país y soñamos con la sustentabilidad. Sabemos que tenemos mucho para aportar”. Cuando alguien decide dejar su país hay una serie de temas personales muy urgentes que resolver, y eso al principio resulta un impedimento para darse la oportunidad de tejer redes y ayudarse entre los pares. “Recién ahora que nos estamos viendo y realizando es que nos necesitamos unidos, porque juntos sumamos fuerzas. Los que estamos formados en compañías teatrales vamos en tribus y siento que para seguir creciendo necesito armarla aquí. Estoy comenzando, con artistas a quienes formé en la compañía que dirigía en Caracas y artistas argentinos que se están sumando. Yo creo que hay un discurso latinoamericano que tiene mucho para decir, hay cosas que nos unen lindo y hay que hacer foco en eso”, afirma la directora Jennifer Gásperi.
Si hay un punto común que tienen entre todos es no haber podido cortar con el cordón umbilical que los une a Venezuela. “Es imposible hacerlo porque todo se ha dado a la fuerza, para quienes tenemos a nuestra familia allá todo lo que sucede lo vivimos de manera dramática –dice Milena Gimón, la conductora deportiva que a través de DirecTV logró hacerse un lugar hablando de fútbol, un tema casi religioso aquí–. Siempre me ayudó plantearme objetivos cortos, cada año uno distinto, y lo que eran tres meses se convirtió en 10 años, ahora no hay vuelta atrás. Disfruto mucho mi vida y la carrera que he construido aquí, pero nunca voy a ser argentina, por más que sienta que la quiero más que muchos que han nacido aquí. Me sigo sintiendo extranjera, para bien y para mal”.
La situación política los traspasa a pesar de que su actividad los lleva a conectarse con otros mundos, pero siempre aparece el tema para sacarlos de esa dimensión especial en la que se mueven quienes hacen arte y les plantea el dilema del regreso en caso de que haya un cambio en Venezuela. “Vine dispuesto a cambiar mis problemas y a absorber lo que esta ciudad tiene para ofrecer. Este país hace un cine que me interesa mucho y también me seduce dejarme atravesar por el teatro –afirma el cineasta Michael Labarca, ganador de un premio en el Festival de Cannes–. Pero cuando pienso en el cine que quiero hacer me es muy difícil hacerlo en otros códigos, quiero hablar de la Venezuela de ahora, la de ayer y la de mañana. Para la película que estoy escribiendo me ha servido la distancia para revisar mis memorias sin estar sometido al caos abrumador de lo que sucede allá. Soy muy positivo y creo que en algún momento va a haber un cambio radical, y cuando eso ocurra volvería. Me veo dando clases y con mi cine transmitir todo el bagaje de experiencias que me está dando mi tránsito por Buenos Aires”.
Esta ciudad, tan abierta a lo extranjero, está dejándose permear por una serie de nuevas propuestas, imágenes, formas de hablar y también de ritmos desconocidos. Al frente de esta movida está Eduardo Ruiz, quien con su grupo Afrorumba viene a mostrar cómo suenan y se bailan los tambores de la costa venezolana. En cada presentación asombran con la riqueza de ese sonido y la fuerza de una danza que apenas comienza transportan a todos al mar Caribe. Ya han pasado varios años desde que todos estos artistas comenzaron a llegar, y es cada vez más común encontrarse a un venezolano entre quienes bailan, cantan, actúan y producen contenido artístico en esta ciudad. “Lo único malo es que los argentinos descubrieron que yo no era la única que hablaba así, descubrieron que no era tan original”, bromea Fulop.