El arte que no genera diálogo es ciego, sordo y mudo Gabriela Rangel, nueva directora del malba
Tras meses de suspenso, el Malba anunció ayer que la curadora venezolana será desde septiembre la primera directora artística del museo fundado por Eduardo Costantini hace casi dos décadas
Dos semanas atrás, bajo este mismo techo, arteBA sorprendía a la escena artística porteña al anunciar que Amalia Amoedo, nieta de Amalita Fortabat, se convertiría el año próximo en la primera presidenta mujer de la fundación que está cerca de cumplir tres décadas. Ahora es el turno de Eduardo Costantini: el empresario argentino aprovechó la atención internacional generada por arteBA y la Semana del Arte para anunciar ayer en el edificio que construyó en Palermo Chico que también quedará por primera vez en manos de una mujer la dirección artística del Museo Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), fundado por él en 2001.
“¡Pero si el Malba ya está manejado por mujeres! La mayoría del personal es femenino. Por eso es tan dinámico”, dijo en diálogo con LA NACION
la crítica y curadora venezolana Gabriela Rangel, que asumirá el cargo en septiembre próximo, con un contrato de cuatro años. Durante los últimos quince se desempeñó como directora de Artes Visuales y curadora en jefe de la prestigiosa Americas Society, institución clave para el arte latinoamericano en Nueva York. En esa misma ciudad asumió el año pasado la argentina Inés Katzenstein el cargo de curadora de Arte Latinoamericano del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), donde dirige además el Instituto Cisneros para la Investigación del Arte de América Latina. Fue justamente la impulsora de esta flamante institución, la coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros, quien becó a Rangel para que se formara en el Bard College.
El Malba se tomó su tiempo para encontrar un reemplazo al español Agustín Pérez Rubio, que dejó su cargo a fines de mayo pasado tras una gestión de cuatro años. Semanas atrás, Costantini había explicado a que la demora fue LA NACION consecuencia de un largo proceso en el que se evaluaron las candidaturas
de unas treinta personas.
“Estuvimos pacientemente buscando el perfil de la persona que nos satisficiera. Gabriela es enérgica y cálida al mismo tiempo”, dijo ayer Costantini en la biblioteca del museo. Destacó también la honestidad de Rangel y su trabajo en el Museo de Bellas Artes de Houston junto a Mari Carmen Ramírez, otra curadora que hizo grandes aportes a la promoción del arte de la región.
Debido a la crisis en su país, Rangel nunca más volvió a vivir en Venezuela. Como la mayoría de los empleados que encontró en el hotel porteño donde se aloja en estos días en Buenos Aires. “Prefiero no hablar de política porque es muy complicado y doloroso. Eso no contribuye para nada a resolver una crisis que solamente se puede resolver en otro nivel. Cualquier cosa que yo te diga es desde la perspectiva de una persona que ha sido exiliada”.
–¿Qué panorama tenés sobre el coleccionismo en la Argentina?
–El Malba ha sido el resultado de la acción filantrópica de Eduardo Costantini, una persona que ha tenido la visión y la generosidad de darle a su ciudad un espacio que usan todos. Es una gran vitrina para el arte latinoamericano.
–¿Cómo ves posicionado el Malba a nivel regional?
–Es una referencia para todos los que trabajamos con el arte latinoamericano desde que se creó. No solo por las exposiciones, sino también por la colección que fue construyendo. Tiene hitos que todo el mundo conoce y ha invitado a curadores importantes a mostrar su manera de interpretar el arte de la región. Desde Marcelo Pacheco, a quien respeto mucho, hasta Agustín Pérez Rubio, el saliente director, que también hizo exhibiciones importantes.
–¿Qué desafíos enfrenta el museo para seguir creciendo?
–El Malba es un museo que tiene alguien detrás que lo respalda y un equipo muy profesional de gente talentosa, joven, que ha hecho su carrera aquí y apuesta por la institución. Eso es muy valioso. Por otro lado, tiene prestigio. Los retos son los de cualquier institución en tiempos muy opacos, que exigen mucha inteligencia en la gestión. Hay una generación que tiene un código genético diferente al mío: ellos leen la literatura, la filosofía y el arte en forma diferente a mí, que tengo 55 años. Nacieron con internet y con una cantidad de problemas, como la falta de trabajo y la amenaza a la naturaleza... Hay ciertas narrativas que se han despedazado.
–Creo en construir diálogos. Además, las audiencias no son estáticas: cambian de acuerdo con los proyectos y la aproximación que uno tenga a determinado problema. Lo importante no es crear una comunidad, porque las comunidades existen; lo importante es que se queden, que pervivan. Y eso se hace a través de una multiplicidad de diálogos. El arte que no genera diálogos es ciego, sordo y mudo.
–Durante la gestión anterior el museo tuvo una sala dedicada a artistas mujeres. ¿Vas a recuperar eso?
–Prefiero hablar de eso cuando empiece mi gestión. Soy feminista, no tengo que demostrar esto. Las mujeres no tienen que estar confinadas a un lugar, sino integradas.