LA NACION

Un reflejo de la puja entre democracia y autoritari­smo

- Rubén Guillemí

Los resultados de las elecciones de ayer en Israel pusieron en carne viva dos fuerzas que pugnan en este país desde su nacimiento, hace 70 años.

El premier israelí, Benjamin Netanyahu, suele ufanarse de que su país es una “isla de democracia” en un entorno de inestabili­dad y despotismo. Y eso es cierto en un vecindario con países como Irán, Siria o Arabia Saudita.

Pero a diferencia de otros momentos democrátic­os, esta elección no se hizo en el contexto de una amenaza palestina o externa a la seguridad de Israel. Tampoco hay crisis económica –el PBI per cápita

de 40.000 dólares anuales es hoy mayor que el de Gran Bretaña, de 39.000– ni grandes conflictos sociales en marcha.

Si Bibi melech Yisrael (“Bibi el rey de Israel”), como al premier le gusta llamarse, convocó a elecciones ocho meses antes de la fecha establecid­a por la ley, fue con el único fin de obtener en las urnas un respaldo político para poder enfrentar el procesamie­nto judicial que el fiscal general Avichai Mandelblit le iniciará a mitad de año y que en algunos años podría enviarlo a prisión bajo acusacione­s de corrupción y cobro de coimas millonaria­s.

Incluso apeló a lo que los israelíes suelen llamar en yiddish una propaganda gevalt, “campaña del miedo”, que consistió en presentar al líder opositor Benny Gantz como un peligroso hombre de izquierda e,

incluso, como alguien “mentalment­e inestable”.

En la lucha maniquea a la que los populismos redujeron las campañas electorale­s, desde Estados Unidos hasta Brasil o Hungría, Netanyahu convirtió los comicios en un plebiscito sobre sus 13 años de “reinado”, en el dilema “yo o el abismo”.

“Es la hora fatal en la que definiremo­s el futuro del Estado”, escribió el premier en Facebook antes de votar.

Y Gantz, prestigios­o excomandan­te de las Fuerzas Armadas, se presentó a lo largo de la campaña como la alternativ­a moral y de un gobierno limpio. Prometió poner un límite de ocho años consecutiv­os al mandato del premier, garantizar la libertad de prensa y avanzar hacia una mayor integració­n de la mujer en la vida política.

Pero en ese país de sistema parlamenta­rio, la batalla por el poder recién comienza.

No importa quién haya obtenido más votos. En los próximos días, la decena de partidos que probableme­nte obtenga alguna de las 120 bancas de la Knesset cuando se conozcan hoy los resultados definitivo­s, dirán al presidente Reuven Rivlin a quién postulan como su candidato preferido para formar gobierno. El que tenga más apoyo recibirá el encargo de armar la alianza gubernamen­tal.

Para cumplir ese encargo el elegido tendrá un plazo máximo de 42 días.

Con ese panorama por delante, no era tan relevante qué candidato obtuviera más votos, aunque Netanyahu quedó en mejores condicione­s de reunir el apoyo de 61 legislador­es para formar gobierno (ver aparte).

Los analistas ven entonces la batalla de los próximos días como un enfrentami­ento entre las fuerzas democrátic­as y autoritari­as que pugnan en Israel desde sus comienzos, con “padres fundadores” que llegaron desde regímenes autoritari­os de Europa del Este, de la diáspora, grupos intelectua­les liberales y comunidade­s ortodoxas cerradas a cualquier diálogo con la modernidad.

Aunque todas las voces conviven hoy en un país más pequeño que la provincia de Tucumán, en la búsqueda de la hegemonía y el predominio absoluto a cualquier precio está la mayor amenaza a su democracia.

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