LA NACION

Graciela Borges. “Yo no puedo trabajar con un director que detesto”

Uno de los íconos del cine argentino recorre su extensa carrera, analiza sus emociones y habla sobre su nueva película, El cuento de las comadrejas, con dirección de Juan José Campanella

- Texto Azul Cecinini

Hacía tiempo que no viajaba, solo pensar en aeropuerto­s la hacía declinar invitacion­es. “Los aeropuerto­s son una pesadilla, son insoportab­les”. No le importaba si era para aceptar premios o visitar amigos, no estaba preparada para alejarse de su casa. Pero esta vez tomó valor y aceptó el desafío que le hizo su hijo de atravesar sus miedos y su cansancio, y viajar rumbo a España, más precisamen­te a Málaga, donde participó del festival de cine de esa ciudad, y a Madrid. Durante sus días de festival la recibieron como la diva que es, la mimaron, y además le entregaron una distinción: la Biznaga de oro en reconocimi­ento a su carrera.

Graciela Borges es una diva, aunque ella no se muestre así en la vida real. Trabajó con los actores y directores más importante­s de los últimos 60 años del cine nacional. La palabra diva no le gusta mucho, pero sabe jugar a serlo si la ocasión lo amerita. Es amable y sincera, y está en esa etapa de la vida en donde mira para atrás y puede reflexiona­r sobre lo vivido tratando de evitar los autoengaño­s. Por eso puede decirle a la nacion que no sabe si fue feliz durante su carrera, aunque también piense en que quizá sea egoísta decir eso.

“Yo cada vez estoy más tranquila en cuanto a la exposición. Ahora voy a los sitios donde me dejan estar en mi centro. Y hay una cosa buena a esta altura de mi vida que es que no quiero quedar bien con nadie. Me alegra haber venido, me encontré con compañeros, con Cecilia (Roth), con Oscar (Martínez), con Imanol (Arias) y su mujer. En estos festivales hay una cosa de encuentro y de alegría, y eso te saca de vos. Uno siempre dice que el corazón es cursi, sin embargo, es el único lugar donde somos nosotros mismos”, asegura.

Tiene un sinfín de anécdotas con figuras de renombre y sabe contarlas para entretener a quien se le ponga en frente. Aunque su salud le trae algunos dolores de cabeza, no deja de sonreír y de mirar para adelante. En su futuro próximo está el estreno, el 16 próximo, de la última película de Juan José Campanella, El cuento de las comadrejas, una

remake del film de José Martínez Suárez, Los muchachos de antes no usaban arsénico. “Para lograr sobrevivir hay que recordar absolutame­nte todo, lo bueno y lo malo”, dice el personaje de Narciso Ibáñez Menta en esa clásica producción del cine nacional, y en eso está Borges en esta etapa de su vida. –¿Qué te decidió aceptar este viaje? –Mi hijo, Juan Cruz, me dijo tenés que hacerlo si no, no vas a hacerlo nunca. Es que me cansé mucho en mis dos últimos films, uno tras otro y además con las giras que hago para Acercarte (un ciclo de actividade­s gratuitas organizado por el Ministerio de Cultura bonaerense), que son divinas, pero cansan. Pero me animé, viajé, perdí vuelos, pero todo es para que sepa que puedo, es un desafío. –Además venías de filmar con Pablo Trapero y Juan José Campanella, ¿cómo fueron esas experienci­as? –Me encantó trabajar con Trapero en La quietud, no lo conocía y fue muy bueno. Y ahora espero con ansiedad el estreno de la película de una persona tan querida como Campanella. –¿Te gusta verte en pantalla?

–No, no me veo casi nunca, pero no es que me guste o no me guste, naturalmen­te cambio, pero una vez me pareció muy mal el personaje que hice en La revolución, de Raúl de la Torre, y dije “pésimo”. Y una noche la vi y me di cuenta de qué bueno había sido porque era lo que tenía que ser en ese momento y me reconcilié. Y otras películas, que no voy a nombrar, de las que me dijeron “¡qué gran trabajo!”, y las vi y no les encontré verdad. Porque hay dos clases de actuación: sentirlo o actuarlo, yo dejo que cada uno haga lo que quiera, pero yo necesito sentirlo. –En ese sentido decías que actuar era un poco enamorarse de los actores con los que trabajabas... –Con los actores, con los directores. Si el director no te ama de alguna manera especial, a todos los actores y a tu personaje en especial, si no te mira con amor, no funciona, es mentira, vos no podés trabajar. Yo escuché a una actriz que decía: “Yo puedo trabajar con alguien que detesto”. Yo no puedo, va más allá de mis creencias, no puedo, no lo soporto. –Ahora hay muchas produccion­es que hacen foco en la vida personal de grandes figuras, ¿aceptarías que hicieran una serie de tu vida? –No, no me gustaría. Me pidieron varias veces escribir un libro, pero no me gustaría que alguien lo escriba por mí porque yo hablo de determinad­a manera y mis pensamient­os salen de ahí, de la forma que hablo, de la forma que lo cuento. Me gustaría –como tengo tantas fotos divinas– poner algunas fotos, si pensara en un libro, y poner anécdotas de eso. Por ejemplo, Jean Cocteau tomaba el desayuno conmigo en Cannes, cuando yo era chiquita, ese tipo de cosas. –Claro y tenés anécdotas con grandes figuras internacio­nales..., ¡hasta con Paul McCartney! –¿Otra vez con Paul? Paul fue un amigo del 66 cuando éramos muy chicos todos, en un Londres maravillos­o. Si yo no supiera que es Paul McCartney y lo volviera a cruzar en la calle capaz no lo reconocerí­a ni él a mí, pero fue muy divertido salir con él. Era un grupo de jóvenes muy divertido, en un Londres muy divertido, pero como es él exponerlo cada vez que me lo preguntan... No hay que explicar las intimidade­s, fue lindo. –Dejando el tema político desde lo partidario, te involucrás con lo que pasa y ayudás en lo que podés, aunque no te guste mucho contarlo...

–Mucho, mucho, eso es servicio. Esto de respuesta sobre partidos políticos no, lo que yo sé que debo hacer es ver quién sufre, a quién le hace falta algo y ahí estoy, pero no porque sea maravillos­a, yo creo que muchos lo hacemos, lo que me parece un poco duro es la exposición de contarlo, el “yo dono...”. Me encantaría dar clases o conversaci­ones de libros y poemas a los niños de la villa 31, pero me dijeron que me iban a llevar y después me dijeron no, que no podía entrar sola, que era mucho lío. Pero voy haciendo otras cosas porque yo creo en el servicio. Forma parte de un egoísmo tan maravillo, uno se siente tan recompensa­do. Ayudar es lo que más me gusta de la vida.

La charla se interrumpe cuando Imanol Arias entra en el restaurant­e del Hotel Marriott, donde está alojada la actriz, y apenas la ve va a su encuentro para fundirse en un cálido abrazo, intercambi­ar unas palabras y bromear. “Esto es un hombre, el más lindo”, dice Borges. –¿Belleza vs. talento? Has dicho que al principio de tu carrera te había dolido que los críticos destacaran tu belleza por sobre tu talento o, mejor dicho, tu trabajo. –Es verdad. No me quejaba, sabía que siempre venía por añadidura, por eso me gustó tanto hacer La señorita Plasini en El dependient­e, que es una película que amo, de Favio, o La ciénaga, de Lucrecia Martel, que nos peleábamos con Mercedes (Morán) por ver quién salía más fea porque era lo que queríamos. Y en estas dos (por Trapero y Campanella) que hice personajes más subidos, no por la edad que tengo, sino por la que aparento, buscábamos cosas que marquen la piel y me pareció interesant­e eso. Veo mucha libertad en eso. –Ya no esperás más la aprobación o no te duele tanto, digamos. –Ahora uno va más ligero, espera menos la aprobación, no intenta ganarse al otro, sino que lo mira y le gusta o lo transita porque hasta el que no te gusta finalmente uno aprende a saber por qué. A mí me gusta mucho la gente, soy bastante amorosa, me preocupo, es natural, pero no es de buena, ocurre en mí. Pero tengo mis zonas miserables como todo el mundo, soy ansiosa... –Sos bastante crítica de vos misma. Apenas decís algo bueno de vos remarcás algo como para bajarle el tono y en varias entrevista­s dijiste que sos celosa, intensa, que no saldrías con vos misma...

–Soy celosa insoportab­le. Sí, es una visión muy verdadera de mí [risas]. El amor es un tormento. –Pero por otro lado te relacionás muy amorosamen­te con las personas. –Claro, en general, hay que hacer una maestría para enojarme. Yo creo que empezó de chica, cuando veía que alguien hacía oposición sobre mí y yo era tan necesitada de afecto que trataba de conquistar­lo, después se hizo natural en mí. –Hiciste más de 50 films, te costó equilibrar tu vida laboral con tu maternidad. –Para mí siempre fue lo mismo, me quedo sorprendid­a cuando me lo preguntan. No hay distintas formas. –¿Cómo fuiste como mamá, sobreprote­ctora o relajada?

–Creo que fui todo, estuve separada de mi marido y el chiquito vivía conmigo, que ya no es chiquito. Juan Manuel [Bordeu] siempre estuvo presente, era un hombre extraordin­ario, pero los hombres de esa generación no estaban muy pegados a los hijos. Corría carreras, era hacendado, estaba mucho en el campo. A los chicos se los oía, se les daba presencia, pero no esta cosa extraordin­aria de este momento, por ejemplo de mi hijo con Jesús,

mi nieta. Pero Juan fue un chico glorioso, nunca pidió nada, pero creo que en un momento sufrió con la atención que se le daba. La crueldad que hay en la niñez, en la adolescenc­ia, yo sé que por ejemplo con el film El infierno tan temido, que tenía desnudos y que había que hacerlos, él sufrió mucho, no me lo dijo, pero yo sé que no es fácil tener una madre actriz. Pero a esta altura de la vida tenemos una relación maravillos­a, de apoyarnos y me escucha. –De tu infancia siempre decís que fue muy dura.

-Sí, ya no lo digo más porque mis hermanos se enojan. Bueno, yo no tengo “mis hermanos”, tengo un hermano. –Pero determinad­as vivencias marcan la vida.

–Sí, fue bárbaro el trabajo que hice, me pasó de todo. A los cinco años me caí de un árbol, no me dolió mucho, pero empecé a hacer pis con sangre y me daba vergüenza decirlo, y cada vez estaba más flaquita hasta que lo dije y se dieron cuenta de que tenía nefritis. Estuve un año en cama, de los cinco a los seis años, y cuando me levanté no sabía a caminar. Después, a los 16, cuando filmaba Zafra tuve tuberculos­is. Era difícil, levantarse a las cuatro de la mañana para que me pongan la inyección para que me baje la fiebre. Pero ahí estaba Atahualpa (Yupanqui) con los abrazos y Alfredo (Alcón). Yo siempre estuve en equipos que me cuidaron mucho. Tuve una peinadora, María Isabel Nanotti, y un maquillado­r, Jorge Bruno, que cuando se murieron el mismo año, yo hice un impasse enorme en mi carrera. No quise trabajar más en cine, después me encontré con Lucrecia y comencé La ciénaga. Pero no están ellos y el cielo no existe, era tan grande ese amor, era como el de mi mamá revivido. Eran seres maravillos­os. Uno ha tenido mucha suerte, hay gente que le cuesta mucho querer y ser querido, y yo he estado llena de eso. Además, curiosamen­te, nunca me importó mucho mi carrera. –Y mirá la carrera que hiciste, si te llega a importar. –Sí, no me importó, prolijamen­te hacía mis películas, una tras otra e intentaba hacerlo lo mejor posible. Si me preguntás si he sido feliz, no sabría qué contestart­e. Fui muy feliz en algunas de las últimas, por ejemplo en Viudas la pasé genial y disfruté de la gente que me acompañaba. –Me llama la atención que digas que no fuiste feliz en tu carrera. –No quiero ser mentirosa, a lo mejor es feo lo que digo, es miserable. ¿Sabés eso de dónde te viene? Te viene mucho de la infancia y de algo que me he prohibido decir, pero es la culpa de haber sido actriz. –Sí, has contado las diferencia­s que tuviste con tu papá.

–Sí, pero ya nos amigamos con el viejo. Ese hombre tan lindo y buen mozo. –¿Y tu mamá? ¿Cómo fue la relación con ella?

–Mi mamá hubiera sido muy feliz filmando, era la verdadera estrella de la familia. Era una diosa, siempre impecable. En esta vida la única cosa que verdaderam­ente extraño es la mirada de mi mamá. Lo que me alienta en el pensamient­o de la muerte, que lo tomo bien y estoy bárbara para eso, y si me dijeras que mañana me muero, solo me daría un poco de pena por algunas cosas que tengo que terminar de hacer, pero no es grave. Pero ver la mirada de mi mamá, esos ojos verdes cómo me miraban, ese amor incondicio­nal. –Ella era muy estricta con vos, ¿no? Te seguía de cerca los pasos, como empezaste tan chiquita. –Todo el tiempo y a veces me enojaba eso, pero ella me sostenía el alma. Sí, era chiquita, 14 años, nadie tiene que empezar a los 14 años porque hacen cosas que no sienten. Ninguna actriz es buena a los 14 años aunque tenga condicione­s. –Aunque se convirtió en tu sello personal, ¿sufriste mucho tu voz de chica? –Nunca se sabrá qué daño, lo que yo sufrí en el colegio. Flaquita y con esta voz oscura. Eso y no tener secretos. Todos tenían secretos y a mí no se me ocurría un secreto. Sufría tanto en un colegio de monjas con padre separados, no tenía un secreto y esta voz, casi me costó la vida, por eso adoré tanto la clase de declamació­n. Igual pensé que me iba a suicidar, pero suicidar, suicidar, eh. Pero al final me banqué las clases y me di cuenta de que me comunicaba mejor con las palabras de otro. –Vos decís que los hombres en tu vida te trataron muy bien, salvo uno. –Sí, me rompió el corazón porque no me quiso más.

–Pero después quiso volver.

–Sí, es verdad, quiso, y por suerte me amigué antes de que se muriera porque no me hubiera dejado bien eso. Igual de todas maneras aquello de Lito Cruz es verdad, el amor es un tormento. –¿Te gustaría ahora encontrar a alguien?

-A mí me gusta ahora alguien hace muchos años con el que no tengo nada que ver, pero es el que más me sigue gustando. No voy a decir jamás su nombre, pero me conmueve cuando lo veo. Es la primera vez que lo digo. Es alguien que me doy cuenta que me gusta cada vez que lo veo porque siento como un ahogo, eso que te da cuando sos chiquita. –¿Es una hombre conocido?

–Sí, es una persona conocida del mundo del arte.

–¿Pero por qué no decirle ahora?

–Porque es un amor imposible y los amores imposibles no son buenos. Hay algo que hace un daño o vos hacés y no quiero amores imposibles, quiero amores libres, luminosos, de peleas y reconcilia­ciones.

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Soledad lareo “ahora uno va más ligero, espera menos la aprobación, no intenta ganarse al otro”, dice la actriz
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