LA NACION

Alien cumple 40: un hito del terror moderno y la ficción

A cuatro décadas de su estreno, el film de Ridley Scott es considerad­o una obra maestra y sigue impactando por sus múltiples niveles de lectura y su visceralid­ad

- Hernán Ferreirós

En el momento de su estreno, en 1979, Alien, el octavo pasajero fue vista por la crítica como un retroceso al cine de terror de décadas previas, debido a las reaparicio­nes de la caracterís­tica figura del monstruo que atormenta a una mujer y del ámbito gótico y fantasmal. De todos modos, fue un extraordin­ario éxito de boletería que generó tres secuelas, un spin off (la saga de Alien vs.

Predator) y, por ahora, dos precuelas, es decir, fue el origen de un universo que continúa en expansión.

Cuatro décadas después de la brutal llegada de la criatura, el público sigue respondien­do con el mismo entusiasmo ante el film ,que, tras el estreno de su versión restaurada, se editó en Blu-ray 4K.

Los críticos reconsider­aron su posición para decretarlo una obra maestra. La persistenc­ia del film puede deberse a que hace resonar temas centrales de nuestro presente como el feminismo y las políticas de género, el transhuman­ismo, la manipulaci­ón genética o el vínculo con nuestros “otros”; pero también, y sobre todo, a que sus imágenes escalofria­ntes impregnaro­n a una generación. Si bien es cierto que se trata de un retorno a las creature features de los años 50, está cargada de ideas que eran nuevas en el momento de su estreno: fue la película de género más rica y de mayor densidad conceptual desde 2001: odisea del espacio.

El origen de Alien fue la disolución de otro film: la adaptación de Duna, de Frank Herbert encarada por el psicomago y futuro tuitstar Alejandro Jodorowsky, quien, a mediados de los 70, era conocido por El topo, un western lisérgico que se convirtió en una de las primeras películas de culto. La versión de Jodorowsky de la venerada novela de Frank Herbert sería, a la vez, un espectácul­o épico en la tradición de Cecil B. DeMille y una película de arte europea, con protagónic­os de Salvador Dalí, Mick Jagger y Orson Welles. La música sería compuesta por Pink Floyd y Karlheinz Stockhause­n. La producción contaría con un presupuest­o, inédito para la fecha, de quince millones de dólares y la película terminada duraría 12 horas. Jodorowsky explicaba que sería una suerte de mandala que alteraría la conciencia de quien la viera. Obviamente, no le permitiero­n rodar ni un plano.

En la extensa preproducc­ión, Jodorowsky ensambló a un equipo extraordin­ario (este proceso está reconstrui­do en el excelente documental de Frank Pavich Jodorowsky’s Dune) que incluía a Moebius, el más destacado dibujante de cómics de Francia; al artista suizo H. R. Giger, autor de aerografía­s siniestras que había alcanzado cierta fama cuando una se convirtió en la tapa del disco Brain Salad Surgery, de Emerson, Lake and Palmer; al artista plástico Chris Foss, y a un joven diseñador de producción casi sin experienci­a llamado Dan O’Bannon, quien luego sería el guionista de Alien.

En 1974, Dan O’Bannon venía de estrenar la ignorada Dark Star, una comedia de ciencia ficción creada junto a John Carpenter y otros compañeros de la Universida­d del Sur de California. Jodorowsky la vio mientras buscaba un especialis­ta en efectos especiales y decidió contactarl­o. O’Bannon estuvo seis meses en París trabajando en Dune. Cuando el proyecto fue cancelado, quedó devastado: era su segundo fracaso consecutiv­o. Decidió darse una oportunida­d más para triunfar en el cine antes de abandonarl­o para siempre. Escribió un tratamient­o fílmico junto a su amigo Ronald Shusset acerca de una tripulació­n que debe enfrentar a una “bestia estelar” (tal era el título de trabajo) que despertó el interés de la nueva compañía productora Brandywine, del cineasta Walter Hill y David Giler. Para ese momento, ya había sucedido el éxito sin precedente de La guerra de las galaxias y todos los estudios se habían puesto a buscar su blockbuste­r espacial. Hill y Giler lograron que 20 Century Fox creyera que este guión traería el suyo.

Muy pocos en el equipo tenían algún tipo de experienci­a o interés en el género fantástico. El director Ridley Scott venía de dirigir comerciale­s y un largometra­je, Los duelistas, que transcurrí­a durante las guerras napoleónic­as. Los productore­s novatos Hill y Giler solo habían escrito o dirigido películas de acción y policiales, y detestaban el guión de O’Bannon. Lo único que les parecía salvable era la escena que luego se haría célebre: el “nacimiento” del alien a través de la caja torácica de uno de los tripulante­s de la nave Nostromo.

Cuando se pusieron a reescribir el libreto se ganaron el odio instantáne­o de su autor: “Walter Hill me dijo: ‘Lo mejor que tengo para aportar a este film es que no sé nada de ciencia ficción, ni me gusta’. Eso es evidente al leer las correccion­es que intentó hacer de mi trabajo”, declaro O’Bannon. Por una vez, el estudio estuvo de acuerdo y decidió conservar su guion, aunque aceptó algunas de las ideas de Hill, como que los tripulante­s serían como camioneros del espacio, que uno de ellos sería un robot oculto en su aspecto humano y que la protagonis­ta podía ser una mujer.

O’Bannon encaró el proyecto siguiendo las lecciones que había aprendido con Jodorowsky. Entendió que debía enriquecer su proceso con la colaboraci­ón de un grupo ecléctico de artistas y reclutó a Moebius, Giger y Foss, el mismo equipo que había ensamblado el autor de El topo. Tal como había planeado Jodorowsky, cada uno de ellos se haría cargo de una cultura distinta. En este caso, Foss diseñaría el ámbito humano y Giger, el alienígena.

El artista suizo desarrolló una buena relación con O’Bannon: “Apenas lo conocí en París me ofreció opio”, recuerda el guionista. “Le pregunté por qué lo consumía y me respondió que para calmar el miedo que le producían sus propias visiones”. La presencia de Giger parecía incomodar a los técnicos de la filmación. Ya sus pinturas eróticas plagadas de mutantes eran bastante perturbado­ras, pero, además, en el set circulaban historias macabras y acaso apócrifas sobre él, como que tenía en su poder el esqueleto de una exnovia que se había suicidado.

El matadero

Para completar sus diseños “biomecánic­os”, entre orgánicos y metálicos, Giger hizo traer toneladas de huesos de un matadero que fueron incorporad­os a su escenograf­ía alienígena. Sin embargo, los huesos no estaban enterament­e secos, de modo que pronto empezaron a pudrirse y a inundar el set con un olor nauseabund­o. Esto no hizo más que contribuir al clima ominoso e influyó acertadame­nte en la actitud de actores, dado que la nave extraterre­stre era también una tumba.

Todos los organismos no humanos fueron creados por Giger: el chestbuste­r (el feto bestial que atraviesa el pecho del actor John Hurt) es una adaptación de las criaturas que se ven en el cuadro Tres estudios para figuras en la base de una crucifixió­n, de Francis Bacon: pequeños animales informes con un largo cuello que termina en una boca con dentadura humana. Giger les sacó todo lo que consideró innecesari­o y el chestbuste­r terminó luciendo exactament­e como un gigantesco pene con dientes. El alien ya totalmente desarrolla­do aparecía en uno de sus cuadros, Necronom IV. Cuando Ridley Scott vio esta pintura decidió que ya habían encontrado a su monstruo.

La escena es el centro de la película, el punto de giro del relato en el que queda claro que lo que estamos viendo es distinto a lo conocido (y también el tema del documental Memory, the origins of Alien, que se proyectará en el marco del Bafici el domingo, a las 20.50, en el Multiplex Belgrano 1).

Muchas veces se ha dicho que Alien es una película feminista porque tiene a una mujer fuerte en su centro (Ellen Ripley, encarnada por Sigourney Weaver) que enfrenta a una bestia fálica, generalmen­te entendida como una representa­ción metafórica de la violación. También se puede pensar que hay un reflexión sobre el género en esta escena escalofria­nte que invierte los roles: aquí es un hombre el que fue violado y el que debe dar a luz. El horror extremo para un hombre es pasar por las vivencias que sobrelleva­n las mujeres.

Este momento fue imaginado por O’Bannon y Shussett tras buscar durante mucho tiempo un modo original de hacer entrar al alien en la nave humana. Shussett afirma que una pesadilla le trajo al face hugger, el monstruo que se aferra a la cara de sus víctimas, los penetra

El extraordin­ario equipo artístico responsabl­e del universo de Alien fue reunido originalme­nte por Alejandro Jodorowsky para su adaptación de Duna

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La criatura diseñada por el suizo H. R. Giger y Sigourney Weaver, en la escena más recordada del film
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Weaver junto al director Ridley Scott en el rodaje

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