LA NACION

La camionera que venció los prejuicios y hace ocho años lleva cereal al puerto

Logró hacerse un lugar en una actividad tradiciona­lmente masculina y todos los días cubre la ruta entre Arequito y Rosario

- Mariana Reinke

Era domingo por la tarde y la camionera Agustina Peña, como todos los fines de semana, disfrutaba de su franco y tomaba unos mates con su gente. En muchos lugares a la vuelta de Arequito, provincia de Santa Fe, llovía.

Sin embargo, un llamado a su celular, al estilo de médico de guardia, la llevó a dejar su momento de descanso, subirse al camión del que había bajado solo un tiempo antes y salir rumbo al puerto. Eran las seis de la tarde cuando Agustina tomó la ruta rumbo al Puerto de Rosario. Solo 120 kilómetros de distancia y una ruta con un tráfico casi liberado (los días previos estaba atiborrada de una fila interminab­le de camiones cargados de cereal) le permitió estar a las ocho en punto en la terminal portuaria. A las cinco de la mañana logró hacer la descarga.

Peña tiene 37 años. Si bien desde los 20 vive en Arequito, su tonada correntina la delata ni bien empieza a hablar. “Son las nueve de la mañana y acabo de llegar del puerto, porque la vida del camionero es así, te llaman en cualquier momento y tenés que salir”, cuenta a la nacion.

Su historia con los camiones nada tiene que ver con su infancia. Desde que nació en Curuzú Cuatiá, Corrientes, su niñez fue en el campo con sus padres y transcurrí­a entre caballos, vacas y mangas. Un día, a los 11 años, cuando su padre le enseñaba a manejar “la chatita” en un viejo camino rural, le confesó que quería ser camionera. Él sonrió y le dio una palmada amable en la espalda: sabía lo difícil que sería ese trabajo para su hija.

Los años pasaron y Peña se mudó a Arequito. Con su hija Milagros ya crecida, decidió hacer realidad su vocación y trabajar en ese oficio “tan apasionado” del que en esa tarde de verano en Corrientes le contó a su padre. Y como el que

busca encuentra, su nueva pareja era camionero. A partir de ahí comenzó a acompañarl­o en sus recorridos, a practicar y hacer viajes pequeños para “agarrarle la mano y tomarle el tiempo” al camión. “Primero hice todos los trámites de habilitaci­ón del carnet de camionero y hace ocho años me largué sola. Mi primer viaje fue el llamado chacra-galpón [del lote hasta donde el productor guarda el cereal antes de venderlo] y de a poco fueron llegando los traslados al puerto”, recuerda. Y agrega entre risas: “Estaba feliz, no tenía nada de nervios, era como un chico con juguete nuevo”.

Solo la llegada de su hijo Valentín (hace cinco años) la bajó del camión por cuatro meses. Desde entonces, el chico, que comenzó primer grado este año, queda al cuidado de una amiga. “Los fines de semana quiero estar en casa para estar con él, que todavía es muy pequeño y me necesita”, dice.

Ser camionera no es un oficio común para una mujer. Si bien cada vez hay más en el sector, todavía quedan algunos colegas masculinos que la mandan “a lavar los platos”, pero otros tantos “son solidarios en la ruta”, aclara. “Es una pasión. Mi padre no puede creer y siempre se acuerda de lo que le dije esa tarde, a los 11 años. Uno debe nacer con esto, no hay otra explicació­n”, cerró la correntina.

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