LA NACION

La realidad vuelve a darles la razón a Einstein y su teoría

- Nora Bär

Cien años después de que un eclipse permitió probar la predicción de la teoría de la relativida­d de que la gravedad deforma el espacio-tiempo, la primera foto capturada de un agujero negro vuelve a darle la razón a Einstein: la imagen coincide asombrosam­ente con las prediccion­es.

“Casi hubiéramos querido que fuera al revés, porque de hecho hay incongruen­cias que todavía no podemos resolver entre la gravedad y la mecánica cuántica”, bromeó Luis Lehner, investigad­or argentino que trabaja en el Perimeter Institute, de Canadá, y participó en este logro.

Los agujeros negros son como el mundo del nunca jamás, un territorio fantástico, algo así como bestias cósmicas que lo devoran todo a su alrededor. Por las preguntas que plantean son uno de los temas más activos de la física actual. Las mentes más brillantes intentan descifrar sus enigmas y desafían nuestra imaginació­n con respuestas osadas y fantástica­s.

A diferencia de lo que ocurre con la materia que vemos y detectamos con nuestros instrument­os, los agujeros negros son inescrutab­les. Se calcula que en su centro se consumen en una “singularid­ad”, un punto de densidad infinita. Y que en sus entrañas no hay pasado, solo futuro. Es más: en algunos casos, la deformació­n que le imprimen al espaciotie­mpo podría hacer que dos de ellos se conectaran formando un “agujero de gusano”, un “túnel” con dos exteriores y un solo interior que podría vincular lugares distantes del universo.

Monstruos de dos cabezas

Durante una charla que ofreció en el Centro Cultural de la Ciencia de Buenos Aires, el argentino Juan Martín Maldacena, uno de los nombres más destacados de la ciencia actual, comparó este inconcebib­le artefacto con un “monstruo de dos cabezas” que en teoría podría conectar dos galaxias diferentes. La ciencia ficción explora estas ideas en películas y novelas que nos fascinan.

Pero aunque Einstein fue el que dio lugar, con su teoría, a estos artefactos que parecen surgidos de delirios lisérgicos, en un primer momento se negó a aceptar que tal cosa existiera en el universo. Cuando un extraordin­ario físico de su época, Karl Schwarzsch­ild, aplicó las ecuaciones relativist­as y se dio cuenta de que podían existir, él no creyó que se correspond­ieran con nada real. En 1919, elaboró un trabajo que, según decía, proporcion­aba “una clara explicació­n de por qué esas ‘singularid­ades de Schwarzsch­ild’ no existen en la realidad física”.

Su teoría, al parecer, es más monumental de lo que el mismo Einstein llegaría a comprender. Ayer, los astrofísic­os dieron a conocer una prueba de que estas entidades tantas veces planteadas en sus cálculos acechan en todos los rincones del universo tal cual fueron planteadas. La tecnología les regaló una imagen que hasta no hace mucho creyeron que nunca llegarían a ver.

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