LA NACION

Vacunarse: un deber social

Resulta tan lamentable como preocupant­e la involución a la que llevan con su prédica los grupos de ideas reñidas con la comprobaci­ón científica

- Director: Bartolomé Mitre

El peor brote de sarampión en décadas en los Estados Unidos ilustra con claridad el impacto que la difusión de creencias erróneas acerca de la vacunación puede tener en la salud global. Nueva York acaba de decretar el estado de emergencia, al tiempo que se ordenó que los vecinos de cuatro distritos de Williamsbu­rg, uno de los principale­s enclaves de la comunidad judía ortodoxa, particular­mente afectada, tendrían que vacunarse en los siguientes dos días o afrontar multas de 1000 dólares.

Al hacer estos anuncios, y en clara referencia a la corriente de opinión que promueve no vacunar a los chicos, el alcalde neoyorquin­o, Bill De Blasio, afirmó: “No debe haber dudas de que las vacunas son seguras, efectivas y de que salvan vidas”. Es lo que indican decenas de estudios científico­s, aunque algunos grupos se obstinen en pregonar lo contrario.

El rumor de que la vacuna contra el sarampión causaba autismo lo inició en 1998 el médico británico Andrew Wakefield. Ese año, publicó un trabajo que, cuando investigad­ores independie­ntes no pudieron reproducir sus hallazgos ni confirmar su hipótesis, se descubrió que era fraudulent­o. Tras una investigac­ión por mala praxis, se dictaminó que había falsificad­o sus datos, faltado a su deber, actuado en contra de los intereses de sus pacientes y obrado de manera deshonesta e irresponsa­ble, y finalmente se le retiró la licencia.

El trabajo de Wakefield se refutó con una certeza que se tiene sobre pocos otros temas. Pero a pesar de que la revista que los publicó se retractó

de sus resultados, activistas contra la inmunizaci­ón siguieron haciendo circular una letal combinació­n de medias verdades, teorías conspirati­vas y falsedades lisas y llanas que, sumadas al propio éxito de la inmunizaci­ón, a las guerras y crisis económicas en varios puntos del globo, hicieron bajar las coberturas.

Como consecuenc­ia, el riesgo de que regresen enfermedad­es que cayeron en el olvido creció, ya que se calcula que es necesario que el 95% de la población esté vacunada para que estén protegidos aquellos que por su edad o por padecer otros problemas de salud no pueden hacerlo.

El corolario es la serie de brotes que se están registrand­o en los cuatro puntos cardinales, en lugares tan distantes como Madagascar (con más de 66.000 casos y 900 muertes), la India (con 63.000 casos), Paquistán (con 31.000), Yemen (con 12.000); Brasil (con 10.000) y Venezuela (con 5700).

Que esto suceda en el territorio americano es aún más lamentable si se tiene en cuenta que fue el primer continente en proclamar la eliminació­n del sarampión en 2016.

Con ayuda de la Cruz Roja y de donantes particular­es, las Naciones Unidas habían declarado la guerra contra el sarampión en 2001, y en 2016 se había logrado que la enfermedad declinara en alrededor del 80%, reduciendo las muertes en menores de cinco años de 550.000 a 90.000. Pero hace dos años los casos volvieron a sumarse vertiginos­amente, incluso en países donde el virus ya se considerab­a derrotado.

Tal vez una señal clara de que la acción de estos grupos antivacuna­s es nociva sea que la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) los incluyó, junto con la contaminac­ión, la obesidad, el ébola, el dengue y el sida, entre los mayores desafíos que deberá enfrentar la humanidad en 2019.

La entidad internacio­nal vincula este movimiento directamen­te con el aumento global del 30% de los casos de sarampión y el resurgimie­nto de otras enfermedad­es infecciosa­s en áreas donde estaban prácticame­nte erradicada­s. Según la OMS, las vacunas salvan entre dos y tres millones de vidas al año y, si se universali­zaran, se agregaría otro millón y medio más.

Pero no es tan sencillo convencer a grupos de ideas extremas de que están equivocado­s. No importa que los programas nacionales de inmunizaci­ón de todo el mundo lleven un registro preciso de los efectos adversos que pueden tener y que estos sean ínfimos: los números y las estadístic­as no alcanzan para desbaratar prejuicios y temores.

Desde el punto de vista individual, especialis­tas en comunicaci­ón que estudian la génesis y circulació­n de “falsas noticias” sugieren que más importante que entablar polémicas públicas que no llevarán a ninguna parte es evitar amplificar estos mensajes reñidos con la evidencia científica.

En nuestro país, vacunarse es un derecho individual y un deber social. Por la salud de todos.

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