LA NACION

Hambre y pobreza

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Más de 1,5 millones de menores de edad padecen hambre en la Argentina, según el Observator­io de la Deuda Social Argentina de la UCA. Esto es, uno de cada diez niños. En 2018, el 51,7% de los menores de edad vivieron en hogares con ingresos por debajo de la línea de pobreza. Pertenecen mayormente a familias que sufren insegurida­d alimentari­a severa, con problemas para acceder a los alimentos en cantidad y calidad, en razón de su déficit económico. Aunque, lamentable­mente, no se trate de un fenómeno nuevo, la inflación y la falta de trabajo agravaron el impacto sobre la población de menores recursos.

En los últimos dos años, la proporción de niños y adolescent­es en hogares que experiment­an insegurida­d alimentari­a trepó del 21,7% al 29,3%. Es el guarismo más elevado desde que el Observator­io comenzó a medir estas variables.

El informe refiere que la situación afecta sobre todo a niños y adolescent­es de lo que se denominan los estratos de trabajador­es marginales, aquellos cuyas cualidades no les permiten acceder a un salario mínimo digno, y a obreros integrados, asalariado­s que viven por debajo de

la línea de pobreza. Si bien existen mecanismos de protección social a través de transferen­cias de ingresos como la Asignación Universal por Hijo (AUH), y acciones de asistencia alimentari­a directa (bancos de alimentos, comedores escolares, entrega de viandas y copas de leche, entre otros), el caudal de personas por asistir es tan grande que no se logra contener la demanda ni reducir el número de quienes la requieren.

Hace pocos días se conoció el último relevamien­to del Indec, correspond­iente al segundo semestre de 2018, que dio como resultado un índice de pobreza del 32%, con 6,7% de indigencia. Aunque con variantes, ese indicador ha sido siempre una de las mayores preocupaci­ones en nuestro país. Una rápida recorrida, extractada de un informe de Chequeado, respecto de cómo evolucionó la pobreza con cada período presidenci­al arroja que era del 47,3% al concluir el mandato de Alfonsín. Menem logró bajarla durante su primera presidenci­a. En mayo de 1995, fue del 22,2%, pero trepó al 26,7% en 1999. De la Rúa dejó ese índice en el 35,4%; Duhalde, en el 51,7%; Néstor Kirchner, en el 26,9%, último período antes de la intervenci­ón del Indec, que falseó los índices oficiales. Según informes privados, Cristina Fernández terminó su segundo mandato con el 30% de pobreza.

Pese a los esfuerzos, el Estado no llega muchas veces a superar una nutrición deficiente, alcanzando un piso de alimentaci­ón digna. ¿Es posible estructura­r la ayuda de otro modo? El Estado hoy asigna recursos para alimentar a niños, pero la realidad evidencia que no es suficiente a la hora de paliar tantas situacione­s. Incluso poblacione­s que reciben la AUH no llegan a cubrir sus requerimie­ntos alimentari­os, mientras que muchas otras, que cayeron más recienteme­nte en la pobreza, no completaro­n los trámites para recibirla.

Es tarea del Estado velar por el bienestar de toda la población, en consonanci­a también con el compromiso que el país tomó con la Convención de los Derechos del Niño.

Ante esta situación ya casi crónica de nuestro país, resulta imperioso que se generen condicione­s de trabajo digno para la población con menos recursos a fin de promover contextos más sanos para los niños y sus familias. Hacen falta mayores esfuerzos y, fundamenta­lmente, arribar a consensos en busca de soluciones de fondo.

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