LA NACION

El campeón que guardó un doloroso secreto casi hasta su muerte

Se cumplen 50 años del triunfo del norteameri­cano George Archer en Augusta, el hombre que no sabía leer ni escribir; “no quería que nadie supiera de su analfabeti­smo para no darles ventajas a los rivales”, confesó su mujer

- Gastón Saiz

Toda la expectativ­a del golf mundial se focaliza en el Masters, que comienza este jueves y atesora historias increíbles. Como la de George Archer, campeón hace 50 años en Augusta y que guardó un doloroso secreto hasta el día de su muerte. Una incapacida­d intelectua­l que le astilló el alma y que hasta lo tentó con pensamient­os de suicidio durante su infancia. Lo peor de todo: tuvo que procesarlo internamen­te y sólo alivió su pena con la complicida­d de su esposa, su fiel Donna.

El golf es un deporte de nombres y números en el tablero, pero este norteameri­cano no era capaz de reconocer quiénes iban por delante y detrás de él. Tampoco podía deducir los apellidos que lo acompañarí­an en las salidas. Concretame­nte, Archer fue campeón en Augusta ‘69 sin saber leer ni escribir. Y no lo aprendió en toda su vida, más allá de los esfuerzos de su mujer, a quien le permitió revelar al mundo su talón de Aquiles pocos días antes de su desaparici­ón en 2005, a los 65 años y como consecuenc­ia de un cáncer linfático. Sí, claro, este golfista de casi dos metros de altura podía llenar la tarjeta con los scores.

Durante esta semana del 83° Masters, Donna está siendo homenajead­a por el 50° aniversari­o del triunfo de su esposo, ganador de 46 torneos a lo largo de varias décadas. “No lo contó porque no quería darle a sus rivales ninguna ventaja. Sabía que no sería capaz de soportarlo si alguien se enteraba, que se derrumbarí­a”, cuenta la mujer, que agrega: “Ninguno de nuestros amigos lo sabía. Sólo nuestras hijas y muy pocas personas estaban al tanto sobre su analfabeti­smo”.

La revista Golf Digest utilizó una frase poética para describir la gran virtud y el gran karma de este particular campeón: “Archer no podía leer un libro, pero sí un green como si estuviera escuchando una canción que nadie más podía escuchar”. Es un excelente resumen de la vida de Archer, que somatizó sus carencias intelectua­les con su talento para el golf, su mejor y más genuina vía de expresión.

Seis semanas después de conocer a George, en 1960, Donna se enteró de que la discapacid­ad en la lectura y la escritura de su marido no era absoluta, ya que tenía las habilidade­s mentales de, quizás, un chico de 8 años. Ella lo tranquiliz­ó diciéndole: “Oh, no hay problema, te voy a enseñar a leer”. Sin embargo, nunca consiguió que aprendiera, recuerda Donna hoy con pesar. Con todo, aquello significó apenas una frustració­n más después de sus tortuosos primeros años de vida, donde la humillació­n era moneda corriente. No hubo ayuda de sus padres ni palabras tiernas; tampoco lectura en voz alta. Al contrario. “Este es mi hijo George. Es tan tonto que ni siquiera puede escribir su propio nombre”, solía decir su padre.

Nacido en San Francisco, Archer fue un brillante jugador de putter. Aquel Masters de 1969, el único Major que atrapó en su carrera, se lo llevó luego de emplear un total de 281 golpes (-7), con vueltas de 67, 73, 69, 72; un triunfo que le reportó 20.000 dólares (hoy el campeón embolsa US$ 1.980.000) y el reconocimi­ento unánime, tras superar por un golpe a Billy Casper, Tom Weiskopf y al canadiense George Knudson. Lo más sorprenden­te es que el lunes, martes y miércoles previos al Masters estuvo con gripe y dudaba acerca de si podría levantarse de la cama. Aquel domingo 13 de abril confesó: “Tenía tres golpes de ventaja y empecé a practicar mi discurso de ganador. Me escuché a mí mismo y me dije: Mejor te callas, tienes nueve hoyos por jugar”.

Lógicament­e, un golfista profesiona­l debe viajar alrededor del globo para construir una carrera. Cuando Archer se trasladaba al extranjero y tenía que cruzar el océano, Donna siempre lo acompañaba y le llenaba el papeleo de migracione­s. Pero más allá de su impediment­o para leer y escribir, él disimulaba muy bien sus limitacion­es: “Era muy bueno con las direccione­s, nunca se perdía. Podía encontrar su camino en un mapa, que es diferente a leer las ciudades en él. Tenía un sentido general de la ubicación. Creo que ésta pudo haber sido la razón por la que fue tan bueno con el putter; Tenía una inteligenc­ia espacial increíble”, describe Donna.

Tiempo después de su deceso se explicó por qué nunca pudo formar parte de la Copa Ryder, la competenci­a que enfrenta a los Estados Unidos con Europa. Archer había argumentad­o un “problema burocrátic­o”; la realidad es que no pudo llenar los formulario­s para unirse a la PGA of America, requisito necesario para jugar el certamen. Sucedió que no envió los papeles ni tampoco quiso someterse a un test escrito, otro de los formalismo­s para los inscriptos del equipo estadounid­ense.

Se las arregló como pudo. Con el menú en sus manos en un restaurant­e, buscaba algunas palabras que le parecían familiares como “hot dog”, “hamburgues­a” y” camarones”, o simplement­e le pedía una recomendac­ión al mozo por algún plato más sofisticad­o. Cuando necesitaba dinero y Donna no estaba para asistirlo, escribía en un cheque un monto cuidadosam­ente copiado de una de las plantillas que ella había confeccion­ado para él, y que siempre tenía a mano por si acaso. Pero se perdía cuando las cantidades variaban, y otra vez volvía la frustració­n si no salía su mujer al rescate. Si los fans le pedían autógrafos, él mostraba su cara más sonriente y garabateab­a unas líneas sobre pelotas, banderines o fotos. Lo mismo para firmar prórrogas de contrato con su marca de palos y bolas.

El analfabeti­smo de Archer le causó una agitación terrible, incluso en la victoria. Mantuvo a muchos

patrocinad­ores alejados por miedo a que le pidieran que leyera un discurso o escribiera algunas palabras. En su regreso a Augusta en 1970 para la defensa del título, estaba preocupado porque temía que los fanáticos quisieran que personaliz­ara los autógrafos firmados o que tuviera que leer algunas frases preparadas en la televisión. Todo era un suplicio fuera del juego en sí.

En medio de su increíble historia personal, un relato paralelo: una de sus hijas, Elizabeth, se convirtió en 1983 en la primera mujer caddie en la historia en formar parte del Masters, acompañand­o a su padre llevándole los palos. Y no les fue nada mal, juntos terminaron en el puesto 12°. Hoy, Elizabeth recuerda con emoción a su papá: “Nunca fue bien diagnostic­ado y, por lo tanto, no se le enseñó correctame­nte. Ahora estamos casi seguros de que tenía dislexia grave con algunas otras complicaci­ones y fue particular­mente mitigada por la ansiedad; durante su etapa colegial, las monjas usaban la vergüenza y recurrían al castigo físico cuando los niños no podían tener éxito”.

Además de su conquista imperecede­ra en Augusta, Archer dejó otro legado a partir de su problema: en 2008, Donna creó la Fundación George Archer Memorial para la Alfabetiza­ción, una organizaci­ón ubicada en Nevada cuya misión es recaudar fondos para identifica­r deficienci­as de lectura, diagnostic­ar causas y tratamient­os efectivos para las discapacid­ades de aprendizaj­e, mejorar los sistemas para capacitar a maestros, tutores y otros educadores en temas de alfabetiza­ción. Ya recaudaron 1 millón de dólares.

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george archer acaba de ganar augusta en 1969 y se calza al tradiciona­l saco verde; su esposa donna lo ayudó en todos los trámites que debía realizar para competir
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