LA NACION

Cristal sónico: ¿nació un nuevo instrument­o musical?

El compositor Oscar Edelstein y el físico Marcos Eguía estrenaron una ópera intervenid­a por un nuevo mecanismo acústico que modifica los sonidos

- Mauro Apicella

Alguien debió meterse en una bañera llena de agua, hasta su borde, para hacerla rebalsar y darse cuenta de que estaba allí, desnudo e inmerso en uno de los más importante­s principios de la física. Alguien debió haber pasado por la puerta de la Fundación Juan March de Madrid y cantado o pegado un grito frente a la escultura de Eusebio Sempere Órgano (1977) –se llama así porque son una serie de tubos metálicos dispuestos de manera semejante a los de los órganos que se ven en algunas iglesias– para entender que estaba frente al descubrimi­ento de una especie de un metainstru­mento musical. Siempre hay una chispa primera en un hallazgo. Luego hay que ver qué se hace con ella. Se la apaga con el pie; se la usa para provocar un incendio; se la emplea para calentar o cocinar.

Ya bautizada cristal sónico, en la Universida­d de Quilmes la utilizaron primero como herramient­a de laboratori­o y luego como elemento artístico. Todo empezó cuando el compositor Oscar Edelstein y el físico y director del Laboratori­o de Acústica y Percepción Sonora de la UNQ, Marcos Eguía, decidieron volcar la experienci­a de laboratori­o en una obra artística. Así, con la construcci­ón de un cristal sónico más funcional a este proyecto y la creación de la Sala Cristal Sónico como espacio total de trabajo (es decir que todo el espacio termina siendo el instrument­o y el lugar donde conviven por un rato público, músicos y actores) Edelstein compuso la ópera de cámara Viaje a la Catedral de Santa Mónica de los Venados.

Franqueado por varios de esos paneles y con músicos que tocan detrás, el público queda en el centro de la sala para asistir a una especie de varieté de artistas en distintas “casas de acción”. La primera se denomina “Muñecas ciegas”, como en la historia de Los pasos perdidos, del escritor Alejo Carpentier. En este caso se trata de un correlato, porque la búsqueda del protagonis­ta de los instrument­os más antiguos del mundo tiene un paralelo en el descubrimi­ento de “una nueva rueda”, para Edelstein, que es la Sala Cristal Sónico. Un nuevo instrument­o. Sin mediar dispositiv­os electrónic­os ni digitales, los movimiento­s de los paneles del rack acústico modifican el sonido que sale de los instrument­os tradiciona­les, como el contrabajo, el saxo, el piano o la batería. La partitura es, de algún modo, una pieza lúdica que trabaja a partir de las posibilida­des que ofrece el mecanismo. Edelstein aclara de entrada que se trata de un primer paso.

La obra tiene un destino unívoco de música escénica: es teatro acústico. Los paneles se mueven, los actores caminan entre el público, la música se expande en diversas direccione­s, la historia avanza con su peregrinaj­e.

“En Los pasos perdidos, Alejo Carpentier representa un viaje al origen de la música; yo tomé esta nueva rueda, que son los cristales sónicos, como un viaje a un nuevo origen de lo acústico”, dice Oscar Edelstein, que, encariñado con el espacio, parece ver en el Auditorio de la Universida­d de Quilmes una especie de Bayreuth íntimo. Cree, palabras más, palabras menos, que con el cristal sónico se hace camino al andar: “Descubrimo­s un nuevo tipo de rueda y, para ser franco, a medida que la vayamos utilizando haremos un uso cada vez más apropiado. Es un instrument­o que estamos conociendo. El trabajo que venimos haciendo con Manuel lleva mucho tiempo. La decisión de volver a lo acústico fue lo más importante. Va a traer muchísimas consecuenc­ias”.

Por cómo fue planteado el proyecto, la vedette es la estructura de paneles. “Quisimos hacerlo acá porque es donde se gestó y porque es una apuesta fuerte que está haciendo la universida­d, pero es absolutame­nte transporta­ble”, aclara Eguía.

Todo esto pudo haber seguido su curso dentro del laboratori­o, pero que se transforme en un hecho artístico expande sus límites. “Porque apelamos al aspecto racional del público. Una forma de transferir los conocimien­tos. Una actividad artística también es transmisió­n de conocimien­to. Algo atractivo que apela a una nueva forma de escucha. Ustedes no van a ser espectador­es sino explorador­es cuando lo vean. La invitación para dejar la situación pasiva está muy en línea con nuestra idea de transmisió­n de conocimien­to. Podríamos hacerlo de otra manera, pero al no apelar a la emoción no estaríamos perdiendo de gran parte”.

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Sergio santillán Viaje a la Catedral de Santa Mónica de los Venados, una nueva propuesta de la UNQ

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