LA NACION

Elecciones claves para Europa

Las elecciones al Parlamento se convirtier­on en una pelea por el alma del bloque, que navega entre la esperanza y la desilusión

- Katrin Bennhold THE NEW YORK TIMES

La esperanza compite con la ilusión en ese continente.

NUEVA YORK.– En Varsovia, frente a la casa del polaco Jaroslaw Kurski, ondea la bandera azul de la Unión Europea con su círculo de estrellas amarillas, la misma que Kurski lleva a las protestas callejeras contra el gobierno nacionalis­ta de Polonia, que ha socavado la joven democracia del país.

“La bandera europea se ha convertido en un símbolo de resistenci­a”, dice Kurski, subeditor del diario liberal de Varsovia Gazeta Wyborcza.

En el norte de Francia, Guy Fünfrock y sus compañeros manifestan­tes de los “chalecos amarillos” también hablan de resistenci­a mientras bloquean una calle bajo la lluvia, pero haciendo flamear la bandera tricolor de los franceses. Para ellos, Europa es la encarnació­n de todos sus odios: fábricas cerradas, retraso salarial y un joven banquero devenido presidente que impulsa una integració­n incluso más profunda.

“Esta Europa solo sirve a los intereses de los grandes negocios, no de la pobre gente”, dice Fünfrock, carpintero jubilado.

Conocí a Kurski y a Fünfrock durante un viaje de varios días a través de la Unión Europea, antes de la votación para el Parlamento Europeo, que comenzó el martes pasado y termina el próximo domingo. Mi pregunta era esta: ¿qué significa hoy Europa para los europeos?

Esta elección se ha transforma­do en una batalla por el alma de Europa, entre los que quieren más Europa y quienes prefieren diluirla. En sus décadas de historia, pocas veces antes el proyecto de unidad se vio más frágil que ahora.

La Unión Europea (UE) fue creciendo en oleadas sucesivas y por diferentes razones, democratiz­ando y llevando al desarrollo a sus nuevos miembros, siempre con la idea de que la prosperida­d y los valores compartido­s mejorarían la seguridad de todos en el bloque regional. Hoy, esa expansión parece asfixiarlo con el peso de sus propios ideales y ambiciones.

Primero fui a rastrear los orígenes de esta historia a la frontera franco-germana, donde empezó todo, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Después a Italia, país donde los seis primeros miembros rubricaron el tratado fundaciona­l. Y terminé en el este poscomunis­ta, donde están los miembros más recientes y en general también más pobres, que se fueron sumando después de la Guerra Fría hasta llegar al número actual de 28 países miembros.

Terminé desorienta­da, y advertí que a muchos europeos les pasa lo mismo. “Libertad”, me contestó un profesor alemán cuando le pregunté qué significab­a para él la UE. “Esclavitud”, fue la respuesta de una abuela italiana. “No significa nada”, me dijo un electricis­ta francés. Pero casi ninguno de ellos quería que su país abandonara la UE, por más que no estuviese satisfecho con su funcionami­ento.

Descubrí que entre los europeos, la esperanza compite con la desilusión. El balance de esa ecua

ción casi siempre depende de cada caso: para algunos, la idea de una Europa unida abrió la puerta a la prosperida­d. Para otros, dejó el camino libre para el ingreso de amenazas indeseadas, bajo la forma de nuevos Estados, nuevos valores y nuevos pueblos.

En la cansina localidad de Cascina, en la Toscana italiana, me topé con un sacerdote católico que teme que Europa haya perdido el rumbo. “Vivimos una grave crisis”, dice el padre Elvis Ragusa, de 36 años, sentado en la oficina de su pequeña iglesia.

Cuando era chico, Ragusa miraba en televisión una seria llamada Europa somos nosotros. También había un programa de juegos que ofrecía hasta 1 millón de liras al primero que llamara por teléfono y gritara al aire “¡Europa, Europa!”. Era la década de 1990 y Europa era sinónimo de prosperida­d. “Crecí con la idea de que Europa era nuestra futuro”, recuerda Ragusa.

Pero para toda una nueva generación, Europa se ha convertido en sinónimo de austeridad y de los riesgos de una política de fronteras abiertas. Durante siete décadas, en la localidad donde vive Ragusa siempre ganó la izquierda, pero hace tres años, se convirtió en la primera aldea de la Toscana que se volcó por La Liga, el partido ultraderec­hista antiinmigr­ación de Matteo Salvini.

Un docente francés de Normandía me contó que durante la crisis migratoria de 2015, sus alumnos empezaron a referirse a los inmigrante­s como “ratas”.

Después de eso, empezó a inscribir a sus alumnos en el programa de intercambi­o europeo Erasmus. Así lo conocí a él y a varios de sus alumnos, en un avión rumbo a Gdansk, Polonia.

“Me pregunté qué podíamos hacer, desde nuestro lugar, para abrir a los chicos a los ideales humanistas, a la idea de Europa”, me dijo el docente Mathieu Le Parquois. Durante la Segunda Guerra, su abuela fue deportada, pero para sus alumnos eso ya es historia antigua. “Ni siquiera sus abuelos lo vivieron”, dice Le Parquois.

El lugar donde todavía encontré un desbordant­e idealismo fue en Estrasburg­o, Francia, sobre la frontera con Alemania, donde la gente recuerda la historia como si fuese hoy.

Ahí conocí a Rita Lemmel, hija de un prisionero de guerra alemán. Rita se casó con un obrero de fábrica francés. La hija de ambos tiene pasaportes de los dos países, habla los dos idiomas, vive en Francia y trabaja en Alemania. Los tres sueñan con los “Estados Unidos de Europa”, una federación al estilo norteameri­cano.

“Deberíamos tener un presidente y después gobernador­es en cada país”, dice su marido francés, Bruno Lemmel.

Problemas

Pero en la mayoría de los casos la UE se ha convertido en la depositari­a de grandes problemas abstractos que para la gente amenazan su forma de vida: en Italia, la inmigració­n; en Francia, el capitalism­o; en Polonia, los valores liberales y laicos.

Algunos incluso cuestionan la propia democracia liberal.

“¿Tenemos el mejor sistema? ¿Mejor para quiénes?”, se preguntaba retóricame­nte Wit Nirski, un publicista de 36 años que conocí en el tren de Varsovia a Berlín. “¿Es el mejor sistema para crecer? ¿Es el mejor para la gente?” Y agregó: “Si la gente está contenta, ¿por qué ganan los populistas?”

En ningún otro país de Europa ese debate es más descarnado que en Polonia, donde la libertad es tan frágil como reciente.

Kurski, el subeditor del Gazeta Wyborcza, me contó que su periódico enfrenta más de 30 demandas judiciales, varias de ellas entabladas por el gobierno nacionalis­ta de Polonia. Para Kurski, la UE y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea son aliados fundamenta­les. “Si no fuera por la UE, Polonia sería un Estado autoritari­o.”

Sin embargo, en la aldea polaca de Swiebodzin, cuya mayor atracción es una gigantesca estatua de Jesucristo, muchos me dijeron que Europa es sinónimo de seculariza­ción y sometimien­to.

En mis viajes, crucé casi sin notarlo el Oder y el Rin, dos ríos históricam­ente asociados con líneas fronteriza­s. Pero allí donde las fronteras geográfica­s parecen haber desapareci­do, se alzaron otras barreras: las que separan a la ciudad del campo, las que separan a jóvenes de viejos y, sobre todo, a los ricos de los pobres.

Y esas fronteras no han hecho más que agigantars­e, según Jeremy Klein, un “chaleco amarillo” que protestaba en una rotonda de las afueras de Reims, Francia.

Klein es electricis­ta, trabaja 60 horas por semana, y así y todo no llega a fin de mes. Le echa la culpa a Europa: dice que en Francia las cosas empezaron a ponerse difíciles tras la inclusión de los países del antiguo bloque soviético.

“Le entregamos nuestra experienci­a y conocimien­tos a Europa, y ahora competimos con trabajador­es que ganan menos que nosotros”, dice Klein. “O sea que competimos con Europa. Eso no es una Europa justa. No me siento europeo en absoluto. Soy francés, francés y nada más”.

 ??  ?? En Cascina, feudo histórico de la izquierda italiana, ahora gobierna la ultraderec­hista La Liga
En Cascina, feudo histórico de la izquierda italiana, ahora gobierna la ultraderec­hista La Liga
 ?? Andrew testa/nyt ??
Andrew testa/nyt

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina